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Opinión

La victoria de Lineker contra la BBC deja lecciones para el progresismo

Gary Lineker, durante la retransmisión de un partido para la BBC

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La humillante capitulación de la BBC tras su intento de silenciar a Gary Lineker es todo un hito. Una derecha envalentonada lleva años empujando hacia su terreno el debate político nacional. Lo han logrado de dos maneras. En primer lugar, considerando ilegítimas las opiniones políticas progresistas. Y en segundo, sosteniendo que son ellos, los de derechas, los que están siendo silenciados, en lo que ha constituido un descarado espectáculo de hacerse las víctimas.

Esto sigue siendo así a día de hoy. Una muestra de ello es la columna publicada por Richard Littlejohn en The Daily Mail. “Las huelgas interminables, la crisis [migratoria] de las pequeñas embarcaciones y ahora el fiasco de Lineker son la prueba de que el pensamiento colectivo anti Partido Conservador ha tomado el control en Gran Bretaña”, escribía. Da risa. No solo eso, también previsible.

La saga Lineker ha dejado al descubierto su manual de estrategia con todo su cinismo y sinrazón. Dirigida en gran parte por magnates de derechas, la industria periodística lleva años haciendo circular la idea de que la BBC es un escandaloso refugio de izquierdistas. Una mentira que siempre se ha topado de bruces con la realidad. 

Y no me estoy refiriendo a Nick Robinson, el ex presidente de los Jóvenes Conservadores devenido en principal corresponsal político de la BBC y luego en su editor político. En el contexto del caso Lineker, un ejemplo mucho más atroz es el de Andrew Neil. 

En la BBC Neil fue durante mucho tiempo el presentador estrella sobre cuestiones políticas mientras presidía la revista de extrema derecha The Spectator, donde se han publicado 'delicias' como “Elogio de la Wehrmacht [las fuerzas armadas de la Alemania nazi]”, artículos de apoyo a los neonazis de Grecia o textos que defendían la teoría del gran reemplazo y se lamentaban por la falta de islamofobia en el Partido Conservador. 

Neil pudo difundir sus opiniones de derechas valiéndose de su cuenta de Twitter, así como insultar a la periodista de The Observer Carole Cadwalladr llamándola “desquiciada mujer gato”. 

Pero en aquel momento la BBC respondió a los críticos de Neil argumentando que es “un trabajador por cuenta ajena y que su cuenta de Twitter es personal; la BBC no es responsable de su contenido”. ¿Cómo se compara eso con la veloz represalia que siguió a los comentarios de Lineker por denunciar la forma en que el Partido Conservador se refiere a personas que huyen desesperadas de persecución, guerras y dictaduras?

Otro indicador es el hecho de que la BBC se ha convertido en cantera del Partido Conservador para encontrar asesores de prensa. Boris Johnson contrató en dos ocasiones al veterano periodista de la BBC Guto Harri. David Cameron contrató al director de noticias de la BBC Craig Oliver. George Osborne fichó a la productora de la BBC Thea Rogers (que luego se convirtió en su pareja). Y Theresa May contrató a Robbie Gibb, ex jefe de la BBC para los programas de política.

Gibb es un ejemplo especialmente funesto de esta engresada puerta giratoria. Antes de incorporarse a la BBC fue jefe de gabinete del entonces canciller tory en la sombra, Francis Maude, y tras ejercer como asesor de May ayudó a fundar el canal de derechas GB News, antes de regresar a la BBC. Lo nombraron miembro del consejo de administración de la BBC para un mandato de tres años: desde mayo de 2021 hasta mayo de 2024. Gibb le hizo “la vida muy, muy difícil” al joven y talentoso ex periodista de la BBC Lewis Goodall, como dijo el propio Goodall. 

Y, por supuesto, el actual director general de la BBC, Tim Davie, es un antiguo candidato del Partido Conservador. Su presidente, Richard Sharp, es un donante tory que ayudó a conseguir un préstamo de 800.000 libras para el ex primer ministro del Partido Conservador, caído en desgracia, Boris Johnson.

¿Cómo es posible entonces que haya perdurado durante tanto tiempo el mito absurdo de que la BBC es un refugio de izquierdistas? Es posible que los periódicos de derechas lo crean de verdad. Están tan habituados a dominar en el ecosistema mediático que cualquier desviación de la ideología conservadora les parece un sesgo inaceptable. 

Pero parece mucho más probable que se hayan dado cuenta de que, sencillamente, la estrategia funciona. La derecha puede presionar eternamente a la BBC con cazas de brujas ante cualquier idea que pueda contradecir su consenso político o fingiendo que están siendo victimizados y marginados dentro de la BBC.

A pequeña escala, es una réplica de lo que ha ocurrido en toda la sociedad británica. Se podían tener profundas dudas sobre la actuación de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista pero eso no justificaba el relato de que los laboristas, entonces en la oposición, constituían la mayor amenaza de extremismo y racismo en el país justo cuando los conservadores estaban llevando adelante la política de 'ambiente hostil' para inmigrantes sin permiso de residencia que desencadenó en el escándalo Windrush. El relato convenía a la prensa conservadora y le servía para ocultar la cobertura racista que hacían sobre inmigrantes, refugiados y musulmanes, pero nunca tuvo ninguna lógica.

Aunque los progresistas pudieran aborrecer de la construcción de ese relato falso, hubo algunos que le dieron oxígeno. Hay que recordar al gobierno laborista que tuvo a David Blunkett como ministro de Interior propagando una retórica venenosa sobre los refugiados. Como aquella promesa que hizo de que los colegios locales no se verían “inundados”. Al normalizar una retórica tan horrible, los llamados “centristas” hicieron posible que la derecha, cada vez más radicalizada, llegara aún más lejos. 

En 2004 fueron los nuevos laboristas los que expulsaron a la cúpula de la BBC por su cobertura de la guerra de Irak. Un momento clave en la relación entre la cadena y el gobierno de entonces que convirtió a la BBC en el ente pasivo que vemos ahora, con los conservadores de vuelta en el poder.

Tras la batalla del fin de semana en torno a Lineker y sus tuits se ha llegado a un acuerdo. Pero todo este desastre ofrece una oportunidad. El proyecto político de convertir a Gran Bretaña en un lugar hostil para las opiniones progresistas ha sufrido su derrota más importante hasta la fecha. Haber buscado pelea con un héroe del fútbol es una señal del ambiente de triunfalismo en el que vive la derecha: han acabado cometiendo un grave error.

Pero el efecto de este episodio no durará mucho si no aprendemos las lecciones. La demostración de fuerza colectiva que han hecho los colegas de Lineker ha sido crucial para forzar a la dirección de la BBC a dar marcha atrás. Con la misma intransigencia debemos enfrentar ahora el, hasta ahora, exitoso intento de la derecha de remodelar el discurso político.

Los políticos laboristas no deberían hacerse eco de la fea retórica de los tories en la creencia, equivocada, de que es la única forma de garantizarse el voto indeciso. Eso solo sirve para apuntalar la cruzada de la derecha y ahora sabemos que no hay ninguna necesidad de hacerlo.

Y la independencia de la BBC frente a quien quiera que sea la persona que ocupe el número 10 de Downing Street debe garantizarse como una cuestión de principios y absoluta. Es bueno alegrarse por el triunfo de Lineker pero ahora lo esencial es construir sobre esta victoria. O todo habrá sido en vano.

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