Israel mata de hambre deliberadamente a la población de Gaza, pero no podría hacerlo sin la complicidad de Occidente
¿Qué hemos hecho? Durante el encuentro de esta semana entre el primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente de EEUU, Donald Trump, esa es la pregunta que debería haber resonado entre las paredes después de que un sistema respaldado por la ONU declarara que “el peor escenario posible de hambruna está teniendo lugar actualmente en la Franja de Gaza”.
El hambre deliberada que Israel está infligiendo a Gaza es un crimen confesado, diseñado y ejecutado a plena luz del día. Starmer ha anunciado que Reino Unido reconocería al Estado palestino si Israel no acepta el alto el fuego y la solución de dos Estados. Pero no se dejen engañar: la autodeterminación nacional palestina es un derecho inalienable, no una moneda de cambio. También es la medida más cosmética al alcance de Starmer. En vez de eso, el primer ministro británico podría imponer sanciones generalizadas y ponerle fin a todas las ventas de armas, por ejemplo. Las lamentaciones de los medios y los políticos occidentales no van a dar de comer a los niños famélicos de Gaza, ni los van a absolver de culpa.
Desde el principio los líderes israelíes han sido explícitos al decir una y otra vez que están matando de hambre a la población de Gaza de manera deliberada. “Una hambruna provocada por el hombre es algo que no había visto en mi vida”, me dice Martin Griffiths, exresponsable de asuntos humanitarios en la ONU.
El 9 de octubre de 2023, el entonces ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, anunció “un bloqueo total de [Gaza]: sin electricidad, sin comida, sin agua, sin combustible”. El argumento que empleó para justificarlo fue: “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Al día siguiente, el general israelí encargado de los asuntos humanitarios en Gaza y Cisjordania, Ghassan Alian, dijo que los “ciudadanos de Gaza” eran “bestias humanas” y que sufrirían “el bloqueo total de Gaza, sin electricidad, sin agua, solo destrucción”. “Querían el infierno y tendrán el infierno”, dijo.
“No permitiremos la ayuda humanitaria en forma de alimentos y medicinas desde nuestro territorio a la Franja de Gaza”, dijo la semana siguiente el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. Muchos medios occidentales no se hicieron eco de estas declaraciones, o lo hicieron de pasada y sin subrayar la intención objetivamente ilegal de Netanyahu. Fue como si hubieran sido pronunciadas en un universo paralelo. Si nuestros medios hubieran reflejado esas palabras con la debida precisión y jerarquía, también habrían tenido que cubrir la ofensiva de Israel como una empresa criminal antes que como una guerra de autodefensa.
La inacción de los aliados
Los aliados occidentales de Israel sabían perfectamente lo que tramaba. En marzo de 2024, el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Reino Unido, Lord Cameron, escribió una carta exponiendo muchas de las artimañas desplegadas por Israel para impedir que la ayuda llegara a Gaza. Pero Reino Unido no tomó ninguna medida.
En abril de 2024, dos ministerios del Gobierno de Estados Unidos concluyeron que Israel estaba bloqueando deliberadamente el paso de la ayuda, lo que obligaba legalmente a la Administración Biden a dejar de enviarle armas. Pero el equipo del presidente decidió seguir adelante con el suministro.
Más tarde ese mismo año, la misma Administración Biden hizo pública una carta detallando los obstáculos que Israel ponía para que no llegase ayuda a la Franja. Pero en Tel Aviv calcularon acertadamente que la Casa Blanca solo lo hacía por las elecciones presidenciales. Israel ignoró en gran medida las demandas y no sufrió ninguna consecuencia.
El hambre, la ayuda, las masacres
Israel tiene el récord histórico de haber matado a más trabajadores humanitarios que nadie, con más de 400 víctimas mortales hasta la primavera. Libró una guerra implacable contra el principal organismo humanitario que había en Gaza, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés), hasta que el pasado octubre consiguió expulsarla de los territorios ocupados. Su ejército ha matado a agentes de policía encargados de escoltar la ayuda y evitar los saqueos.
No se trata solo de bloquear la entrada de ayuda. La ofensiva de Israel ha dejado inutilizables prácticamente todas las tierras agrícolas, dañando un 80% de las cultivadas. Han muerto casi todo el ganado y la mayor parte de la vegetación. El puerto y los medios para pescar en la Franja han sido destruidos, y los palestinos que desafían la prohibición de Israel de pescar se enfrentan a la posibilidad de que los maten.
La matanza de palestinos hambrientos buscando ayuda ha sido un tema recurrente. En febrero de 2024, el Ejército israelí (FDI) masacró a más de 100 civiles que esperaban harina. Pero como ha sido la tónica a lo largo de todo el genocidio, los medios trataron las negativas de las FDI, sus evasivas y mentiras, como afirmaciones creíbles. Semanas después, una investigación detallada de la CNN concluyó que el Ejército israelí era culpable, lo que debería haber sido obvio desde el primer momento. El problema fue que para entonces la atención ya se había ido a otro lado.
En marzo de 2025, Israel impuso un bloqueo total y reemplazó el eficaz sistema de ayuda de la ONU por el de la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF), cuyos “centros de distribución” son distópicos campos de exterminio. Como señala el sistema IPC, respaldado por la ONU, es una ayuda insuficiente y a menudo inutilizable: Israel ha dejado a los palestinos sin gas ni agua potable para preparar la comida.
Más de 1.000 civiles han sido asesinados mientras trataban de acceder a esta ayuda. Como han denunciado los organismos de ayuda humanitaria, el diseño de la GHF está pensado para trasladar a la población hambrienta hacia el sur, para que puedan ser confinados en lo que el ex primer ministro israelí Ehud Olmert ha descrito como un “campo de concentración”, antes de su deportación.
Mentiras a pesar de las pruebas
A pesar de las culpas evidentes, transparentes y descaradas de Israel, sus mentiras son toleradas por los políticos y medios occidentales. Donald Trump repetía este lunes lo de que “Hamás roba gran parte de los alimentos”, una mentira que ya fue desmentida por Cindy McCain, directora del Programa Mundial de Alimentos y viuda del difunto senador republicano John McCain (conocido por su postura belicista en favor de Israel). Según un informe interno del Gobierno de EEUU no hay pruebas que confirmen esa versión. Autoridades israelíes han informado de que su Ejército llegó a la misma conclusión. Paradójicamente, las que están robando la ayuda son bandas criminales respaldadas por Israel, las mismas que según el exvicepresidente de Netanyahu tienen vínculos con el Estado Islámico.
Las órdenes de detención que la Corte Penal Internacional emitió hace ocho meses se centraron en el hambre que Israel infligía deliberadamente a la población de Gaza por una razón: las pruebas son abrumadoras. Pero incluso si Gaza se llenara repentinamente de camiones con ayuda, muchos palestinos morirían por la devastación irreversible que el hambre ya ha provocado en sus cuerpos. Y eso ni siquiera es lo que está ocurriendo: los 73 camiones autorizados a entrar el lunes pasados se vieron obligados a seguir una ruta poco segura en la que luego fueron saqueados.
El primer ministro de Reino Unido ha estado promoviendo la idea de lanzar ayuda desde aviones. Es una iniciativa de alcance mínimo, mal orientada, y que ha provocado la muerte de palestinos a los que les caía la ayuda sobre la cabeza. Lo único que consiguen es encubrir a Israel, fingir que se está haciendo algo y distraer para que no miremos la gigantesca y deliberada hambruna. ¿Pero qué otra cosa podemos esperar de Starmer, el hombre que al comienzo del genocidio respaldó el derecho de Israel a imponer un asedio en Gaza y luego intentó engañarnos para que creyéramos que no lo había hecho?
¿Qué hemos hecho? Esa es la pregunta que debería estar quitándole el sueño a las élites occidentales, si tuvieran un mínimo de vergüenza. La respuesta sería sencilla. Lo que hicieron ustedes fue permitir una gigantesca hambruna en todo un pueblo. Sabían lo que estaba pasando, durante 21 meses hubo una catarata de pruebas, y el perpetrador, su amigo, se jactaba una y otra vez de su crimen ante el mundo. Por desgracia, los artífices de esta abominación no someterán a examen lo que han hecho. Eso quedará en manos de la historia y de los tribunales.
Traducción de Francisco de Zárate.
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