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Yihadismo en Bélgica: una minoría ínfima incrustada en el Estado más ininteligible

Foto de la ultima operación antiterrorista que terminó con la muerte de dos terroristas sospechosos / FOTO EFE

Pau Collantes

Durante todo el 2014, el año pasado, tuvo lugar en Bélgica una notable efeméride: los 50 años de inmigración procedente de Marruecos y Turquía. Estamos en 1964, cuando el país del gofre y la cerveza importaba mano de obra para sus minas de carbón y su sector siderúrgico. La inmigración italiana había llegado una década antes y no era suficiente, y Bélgica carecía de una densa red de antiguas colonias como Francia que le garantizase trabajadores para desarrollar su estado del Bienestar. Eran años de dominio valón (la zona francófona), con un Estado más monolítico y menos descentralizado y una Comunidad Económica Europea recién instalada en Bruselas y una OTAN a punto de hacerlo, en 1966.

Medio siglo después nada es lo que fue en Bélgica, uno de los países occidentales más ininteligibles políticamente: con siete reformas constitucionales desde 1967, el país pende de un alambre por el empuje del nacionalismo flamenco y cuenta con proporcionalmente más inmigración y más practicantes musulmanes que Francia. A todo lo anterior hay que sumarle que la policía federal ha descubierto en los últimos años un foco yihadista que aún está pendiente de ser analizado a fondo.

De Merah al Museo Judío

Aunque los países occidentales tomaron sus precauciones tras el 11 de septiembre de 2001 (y el 11-M en 2004, y el 11-J en 2005…), en Bélgica las alarmas empezaron a saltar en marzo de 2012, justo a la vez que el terrorista franco-argelino Mohamed Merah aterrorizaba Toulouse y sus alrededores durante once días matando a siete personas antes de suicidarse. En plena vorágine asesina de Merah, el 13 de marzo de 2012 un incendio intencionado mató al imam chií de una mezquita del populoso barrio de Anderlecht, en Bruselas. Fue un crimen que pasó desapercibido en los medios pero relacionado con la guerra de Siria. Y la policía federal, una de los pocos símbolos belgas que quedan junto a los trenes o el chocolate, tomó nota.

Todo se desmadró el 24 de mayo del año pasado. Mehdi Nemmouche, otro franco-argelino antiguo combatiente en la guerra de Siria en las filas del incipiente Estado Islámico, penetró en el Museo Judío de Bruselas y acabó a tiros con la vida de cuatro personas antes de ser detenido seis días después en Marsella. “El islamismo radical y el salafismo son asunto de una minoría”, diría entonces el todavía jefe de los servicios belgas de inteligencia Alain Winants. “Si tomamos a los 600.000 musulmanes que residen en Bélgica, apenas encontramos unos centenares de simpatizantes. Una minoría muy pequeña. Y peligrosa, en eso de acuerdo”. El último sobresalto ha tenido lugar esta semana, tras una operación terrorista que ha dejado dos muertos en Verviers, localidad próxima a Lieja.

Sin extrema derecha

Hay muchas diferencias políticas y sociales entre Bélgica y Francia. Para empezar, la tasa de musulmanes practicantes es mayor en el pequeño país bilingüe, 7% en Bélgica (más de 600.000 musulmanes) frente al 4% en Francia (más de dos millones). “Y afortunadamente aquí la extrema derecha es muy débil. En Flandes ésta se asocia más al independentismo, a la aceptación de la cultura flamenca, y tiende la mano al inmigrante siempre que éste aprenda neerlandés. Y en Valonia la extrema derecha es muy débil”, explica el periodista Ricardo Gutiérrez, redactor durante 23 años en Le Soir e hijo de migrantes abulenses.

En la actualidad secretario general de la Federación Internacional de Periodistas (IFJ), Ricardo Gutiérrez se decanta por un país “multicultural”. En su etapa de Le Soir abordó temas confesionales con mucha polémica detrás –en 2010 firmó un reportaje acompañado de una estadística que aventuraba que en 2030 un tercio del país podría el credo musulmán-. Sobre la operación policial del jueves, Gutiérrez cree que puede haberse magnificado su alcance. “El hecho de que haya habido muertos quizás ha sobredimensionado lo que ha pasado. Es verdad que los sucesos de Charlie Hebdo siguen en el aire, y eso no ayuda a calmar los ánimos…”.

Bruselas, ciudad pobre

Las razones sociológicas del yihadismo, en cambio, no difieren tanto entre Bruselas y París. “La frustración y el odio a veces conducen a la desesperación, a esa sensación de no future”, apunta el profesor de la Universidad de Lieja Marco Martiniello. “Y aunque no hay un vínculo directo de la frustración y la desesperanza con el terrorismo, sí hay una minoría de jóvenes susceptibles deseosa de dar el paso. Como el que cae en una secta, aquí queda atrapado en una estrategia yihadista transnacional que le lleva a luchar por lo mismo en Damasco, en París, en Gaza o en Bruselas”.

Las desigualdades que surcan Bélgica son variopintas, y a veces hay que buscarlas en la complejidad del estado belga. Un buen espejo desde el que observar la injusticia es Bruselas. La capital de Europa y de la Alianza Atlántica es a la luz de los datos macroeconómicos una ciudad pobre con una tasa de paro que ronda el 20%, según las estadísticas de Empleo (frente al 8% de media en todo el país). “En Bruselas conviven el sistema educativo francófono con el flamenco; la escuela pública con la escuela libre privada; la élite europea y su elevado tren de vida con los hijos y nietos de la inmigración en el paro”, detalla el concejal socialista Ahmed Medhoune.

De hecho, solo hay que ver algunos de los barrios en los que intervino el jueves la policía: Anderlecht, Molenbeek, Schaerbeek… Son distritos paupérrimos donde la población musulmana llega a alcanzar hasta la mitad de los residentes. Un 22% de los bruselenses se considera musulmán. Y el apellido más común de la ciudad es Mohamed.  

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