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Hassiba Boulmerka, la atleta que plantó cara al fundamentalismo en pantalones cortos

Boulmerka triunfa destacada en la final de 1.500 en Barcelona 92.

Javier Martín Galindo

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La victoria en los Juegos de Barcelona fue a la vez su condena y su salvación. Su condena, porque la notoriedad que adquirió la puso en el punto de mira del islamismo más fundamentalista, que la amenazó de muerte y le hizo la vida imposible. El pecado de Hassiba Boulmerka era correr en pantalones cortos, camiseta de tirantes, melena al viento y rostro descubierto, como cualquier otra atleta del mundo. Pero el triunfo olímpico también fue su salvación, porque la celebridad olímpica le dio la oportunidad de liberarse, emanciparse y alzar la voz, en su nombre y en el de otras muchas.

En realidad todo había empezado un año antes, después de saltar a la fama por ganar el Campeonato del Mundo de Tokio de 1991. Al volver a Argelia, Boulmerka se encontró con el calor de miles de aficionados que festejaban su medalla. Junto a Morceli, que había ganado también el oro, desfilaron en una limusina descapotable por las calles de la capital, saludando a la multitud que los agasajaba. Todo era idílico, en apariencia.

Amenazada de muerte

Sin embargo, concluidas las celebraciones, Boulmerka comprobó que no todo el mundo estaba feliz con su victoria. Al acudir a la mezquita de Constantina, su ciudad natal, se encontró con un sermón humillante. El imán la acusó de no ser una verdadera musulmana por correr semidesnuda delante de miles de hombres. Según él, Hassiba representaba todo lo contrario a lo que predicaba el Islam. El país vivía entonces el auge del fundamentalismo y la atleta no tardaría en comprobar lo caro que resulta desafiar algunas convenciones.

En diciembre de ese 1991, estalló una guerra civil en Argelia y el país entró en una espiral de violencia. El radical Frente Islámico de Salvación y otros grupos integristas se levantaron contra el gobierno, al que acusaban de fraude electoral. El conflicto duró más de una década, durante la cual el fundamentalismo fue calando en la sociedad argelina.

Boulmerka empezó a sufrir las consecuencias de ese fanatismo. Recibió insultos y amenazas de muerte, sufrió pintadas en su domicilio y tuvo que trasladarse a Europa para poder preparar los Juegos Olímpicos. En su país no gozaba de la tranquilidad y la seguridad necesarias para entrenar. Entre el Mundial de Tokio y los Juegos de Barcelona, no compitió ni una sola vez en Argelia. Suponía demasiado riesgo. Boulmerka estaba amenazada por el Grupo Islámico Radical, una organización más allá del fanatismo, y su vida podía peligrar en cualquier momento.

Un puño al aire en señal de desafío

La estancia de Boulmerka en Barcelona estuvo rodeada de las más altas medidas de seguridad. Un dispositivo de fuerzas del orden la acompañaba allá donde fuera, dentro y fuera del Estadio Olímpico. Con el precedente de la masacre de Múnich en mente, el COI temía un atentado contra la atleta argelina aprovechando el escaparate de los Juegos. Llegó a la ciudad en la víspera de la competición, siguiendo una ruta con escala en Oslo, con el objetivo de minimizar el peligro. El 8 de agosto corrió la final, derrotando a la rusa Lyudmila Rogacheva (representante en Barcelona del llamado Equipo Unificado) con un ataque seco en la recta de contrameta.

Cuando cruzó la línea, Hassiba lanzó el puño al aire en señal de triunfo, pero también de furia y reivindicación. “Fue un signo de victoria, de desafío. Fue como decir: '¡Lo hice! ¡Gané! Y ahora, si me matáis, será demasiado tarde. Ya he hecho historia'”, recordaría Boulmerka después en la BBC. Justo después de ese gesto, se señaló el pecho, donde aparecía el nombre de Argelia y dio la vuelta de honor enarbolando la bandera de su país. En un momento dado, se acercó hasta las gradas para abrazar a un compañero del equipo argelino. Rápidamente, varios miembros de lo que parecía el equipo de voluntarios acudieron y los separaron. En realidad, no eran voluntarios de los Juegos, sino el equipo de seguridad que acompañaba a la atleta. En el podio, mientras escuchaba el himno, Hassiba no pudo reprimir que unas lágrimas resbalaran por sus mejillas.

A nadie se le escapaba que el éxito de Boulmerka trascendía ampliamente lo deportivo. “Para cualquier atleta, ganar una medalla es una victoria deportiva, pero para mí supuso ganar la vida. Vivía en una sociedad donde existían muchas prohibiciones de carácter cultural, también legales y religiosas. La mujer no tenía mucho margen para emanciparse en su vida”, afirmaba la atleta en una entrevista. Boulmerka nunca renegó de su fe en el islam. Todo lo contrario: mal que les pesara a sus detractores, Hassiba se consideraba tan creyente como el que más. Ella nunca pretendió romper con su religión, sino con una interpretación retorcida de la misma que relega a la mujer a ser ciudadana de segunda. Hassiba solo pretendía correr en las mismas condiciones que el resto de sus rivales. “Igual que es imposible acudir a la mezquita en pantalones cortos, lo es correr con hiyab”, contestó a sus detractores.

Medalla sin festejos ni limusina

En Barcelona, Boulmerka había ganado la primera medalla de oro olímpica en la historia de Argelia, pero ni siquiera podía volver a casa sin sentir temor. Había hecho historia para el deporte de su país, pero le era imposible moverse libremente por el mismo sin una cohorte de guardaespaldas. Su regreso a Argelia no tuvo nada que ver con la celebración triunfal tras el Mundial de Tokio. Ahora no había festejos ni desfiles. No había limusina desde donde saludar. Solo miedo y destrucción. El país seguía sumido en un ambiente bélico cada vez más opresivo.

Huyendo del conflicto y las amenazas, terminó mudándose a Cuba durante un tiempo, para poder entrenar con libertad, pero siempre terminaba regresando. “Nunca me planteé irme para siempre. Argelia es mi vida, mis raíces, mi familia, mis amigos. Nunca podría abandonar todo esto”. Durante los siguientes años, las lesiones y, probablemente, la tensión de una vida al filo de la navaja mermaron su rendimiento. A pesar de ello, ganó el oro en el Mundial de Gotemburgo de 1995. Se retiró después de una discreta actuación en los Juegos de Atlanta, con un palmarés que ninguna atleta de su país había logrado antes. Boulmerka fue la primera mujer africana en ganar un campeonato del mundo de atletismo y la primera medalla de oro (hombre o mujer) en la historia del olimpismo argelino, pero su mayor triunfo fue plantar cara a la injusticia fanática y mostrar el camino a las jóvenes generaciones.

Ocho años después de la victoria de Hassiba Boulmerka en Barcelona, otra atleta argelina, hasta entonces desconocida, transitaba la senda abierta por ella. Como Boulmerka, Nouria Merah-Benida venció en la final de los 1.500 en los Juegos Olímpicos de Sidney. Como su antecesora, lo hacía también con la cara y las piernas descubiertas, reivindicando el legado de Boulmerka. “Esto va por las mujeres árabes, para que puedan desarrollarse como el resto de mujeres del mundo”, afirmó. “Estoy muy feliz de que las mujeres árabes tengan ahora la posibilidad de correr en los Juegos Olímpicos. No fue fácil llegar hasta aquí”. Si hoy es posible, es justo atribuir gran parte del mérito a Habissa Boulmerka, la atleta que plantó cara al fundamentalismo en pantalones cortos y a cara descubierta.

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