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La protesta silenciosa de Sohn Kee-Chung, el coreano que no quería ser japonés

Sohn Kee-Chung (oro) y su compatriota Nam Sung-Yong (bronce) agachan la cabeza en el podio de la maratón de Berlín 1936.

Javier Martín Galindo

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Es mediodía en Seúl cuando un septuagenario entra en el Estadio Olímpico, sosteniendo la antorcha en su mano derecha. El público estalla en aplausos y el relevista empieza a dar saltos de alegría, saludando eufórico a los espectadores, visiblemente emocionado, antes de ceder la llama olímpica. Al resto del mundo quizás haya que explicarle quién es ese hombre que brinca como un niño feliz, camino del pebetero, en septiembre de 1988, pero en el estadio todos conocen a Sohn Kee-Chung, el primer oro olímpico de la historia de Corea, aunque no lo ganara bajo la bandera de Corea. Parece un trabalenguas, pero tiene su historia.

Cuando Kee-Chung nació, la península de Corea llevaba dos años bajo la ocupación de Japón, que se alargó desde 1910 hasta 1945. Hablamos de la época del Japón imperial, cuando pretendía expandir sus dominios a lo largo de los océanos Pacífico e Índico. Como suele ocurrir con los territorios ocupados, en Corea se exacerbó el espíritu nacionalista y el desafecto hacia el país que los había anexionado. En ese contexto creció Sohn. Su documentación decía que era ciudadano japonés, pero él nunca se sintió así. Corría bajo bandera japonesa porque no tenía otra opción. Por eso, cuando ganó el oro en el maratón de los Juegos de Berlín 36, su rictus no expresaba la felicidad que debería. Por eso en el podio decidió escenificar una queja silenciosa. 36 años antes del puño al cielo de Tommie Smith y John Carlos, existió otra protesta, más discreta, no tan conocida, pero también llena de significado. 

Sohn Kee-Chung se convirtió en Son Kitei

Kee-Chung llegó a Berlín para defender una bandera que no sentía como propia con un nombre que tampoco era suyo. Por la traslación al japonés, Sohn Kee-Chung quedó convertido en Son Kitei. Sin embargo, el atleta se esforzaba en mostrar sus verdaderos sentimientos a todo el que se cruzaba en su camino. Cada vez que tenía que estampar su firma, ya fuera en un documento oficial o en un autógrafo, lo hacía con su nombre original en coreano. A menudo acompañaba la firma de un mapa de Corea dibujado en miniatura. En las entrevistas a medios extranjeros, también insistía en que su nacionalidad real era la coreana, aunque los traductores japoneses se encargaban de sabotear el mensaje.

Kee-Chung llegaba a Berlín como uno de los mejores maratonianos del mundo, pero el gran favorito para la prueba era Juan Carlos Zabala, que defendía título. Confirmando el pronóstico, el argentino tuvo una salida fulgurante y se marchó en solitario. Kee-Chung intentó apretar el paso para cazarlo, pero escuchó una voz a sus espaldas: “Tranquilo, deja que Zabala se agote”. Era el británico Ernie Harper, otro de los favoritos. Pese a que Sohn no dominaba el inglés, entendió el lenguaje gestual de su contrincante. Como había pronosticado Harper, Zabala se hundió (terminó abandonando), dejando vía libre a Kee-Chung, que ganó el oro, y Harper, la plata. En tercer lugar entró Nam Sung-Yong, compañero de Kee-Chung en el equipo japonés, cuya procedencia también era coreana.

Una protesta silenciosa

Después de la carrera llegó la polémica. Entregadas las medallas en el podio, el himno de Japón empezó a sonar en honor al vencedor. En ese instante, los dos coreanos agacharon la cabeza, manteniendo la vista fija en el suelo, con los hombros encogidos y el semblante compungido, en contraste con la figura esbelta y sonriente del atleta británico. Kee-Chung se encargó después de aclarar que no habían bajado la cabeza en señal de recogimiento o reverencia, sino como protesta por la ocupación japonesa de su tierra. “Fue una tortura insoportable”, manifesó más tarde. “Yo no había corrido para Japón. Había corrido para mí mismo y para mi gente oprimida en Corea. No pude evitar llorar. Desearía no haber ido a Berlín”. Para subrayar su descontento, Kee-Chung ocultó en el podio la bandera de Japón que lucía en su camiseta, utilizando la pequeña planta de roble con que fueron obsequiados todos los vencedores de los Juegos.

En los días posteriores a la victoria, un periódico de Seúl, el Dong-a Ilbo, publicó un artículo dedicado al triunfo de Kee-Chung. Acompañando al texto, aparecía una fotografía del atleta después de recoger la medalla, pero la bandera de Japón de la camiseta había sido borrada. Aunque no existía el photoshop, hace casi un siglo también era posible el retoque. Ocho periodistas fueron inmediatamente encarcelados y la publicación fue cerrada durante nueve meses por las autoridades japonesas.

De JAPAN a KOREA

Después de los Juegos de Berlín, todos los nombres de los campeones olímpicos fueron esculpidos en un pilar de piedra del Estadio Olímpico de la capital alemana. Entre ellos aparecía “Son Kitei”, el nombre con el que oficialmente había ganado el oro. A finales de los años 60, Corea del Sur, ya independiente, solicitó al gobierno de Alemania Occidental que corrigiera el nombre y la nacionalidad. Los alemanes se lavaron las manos y pasaron la petición al COI, que la rechazó argumentando que no se podía reescribir la historia. En 1970 el político coreano Park Young Rok decidió tomar cartas en el asunto por las bravas. Irrumpió en el estadio en mitad de la noche y cambió la inscripción de JAPAN a KOREA. No tardó en ser reparado y devuelto a su estado original.

A pesar de que, una vez terminada la ocupación, se dedicó a entrenar a maratonianos en su país, la figura de Sohn quedó difuminada con el paso del tiempo. Todo cambió en 1982, cuando Seúl fue seleccionada sede de los Juegos Olímpicos de 1988 y Sohn Kee-Chung entró a formar parte del comité organizador. El día de la ceremonia de apertura, cuando se adentró en el estadio antorcha en mano, el pueblo coreano le rindió homenaje y el mundo conoció su nombre y su historia.

El pasado 2 de julio, la Fundación por el Recuerdo de Sohn Kee-Chung envió una carta al Comité Olímpico Japonés con una petición. Como celebración previa a los Juegos de Tokio, el comité nipón había organizado en la capital una exposición recordando la historia de los Juegos Olímpicos. En la zona correspondiente a los medallistas japoneses, aparecía un tal Son Kitei como ganador del maratón de los Juegos de Berlín. La fundación que preserva la memoria de Kee-Chung solicitó a los organizadores que rectificara el nombre y la nacionalidad. 85 años después, el primer medallista de la historia de Corea, el hombre que no quería ser japonés, sigue creando controversia.

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