crónica | Una etapa de alta montaña sobre la nueva estación intermodal
Faltan cinco minutos para las once de la mañana. El equipo de Rioja2 llega a la Plaza de Europa donde decenas de cascos y chalecos reflectantes esperan a prensa y autoridades en lo que será un tour por las avanzadas obras de la nueva estación de trenes. Un majestuoso acceso acristalado nos recibe en lo que próximamente será la continuación de Avenida de Colón. Sobre nuestras cabezas se alza el esqueleto de acero y hormigón de un edificio al que le faltan cuatro retoques. Faltan los ascensores, que ya se adivinan en el recibidor; también las losas del suelo o los revestimientos de las paredes. Del vestíbulo, poco más nos permiten ver. Aún no hay taquillas, pero ante nosotros y bajo nuestros pies se ven los raíles. Descendemos por unas escaleras contiguas a las mecánicas, ya instaladas. Observamos unas vías de las cuales no se ve ni el principio ni el fin, mientras varios ojos de luz nos indican el camino sin ningún tipo de iluminación artificial.
Una, dos... y hasta cinco vías, ya instaladas aguardan que alguien se digne a usarlas, mientras a su lado las losas ya instaladas de los andenes se resguardan bajo un plástico del polvo, las pisadas y el calor. Quien haya visitado el metro de alguna gran ciudad como Madrid, por ejemplo, puede hacerse una idea de cómo es la estación. O no, pues la estrechez claustrofobia de las estaciones de metro, no es ni medianamente comparable con la inmensidad sin final aparente que ha tomado la nueva gran obra logroñesa. A pesar de no percibirse ni el inicio ni el final de la gran caverna, el calor que se cuela por los ojos de la estación inunda el área, más fresca, eso sí, que en el conjunto exterior. Y hablando del exterior, el lado sur de la nueva estación, pegado a las vías provisionales, todavía no muestra todo su carácter, y es que, hasta que éstas no sean suprimidas no podrá acabarse dicha parte de la construcción impidiendo que pueda disfrutarse en todo su esplendor.
Ya en el exterior, sobre las vías, los lucernarios permiten ver el subsuelo, los andenes y las cinco vías bajo nuestros pies. Caminamos sobre el aún árido suelo, que en un futuro próximo acogerá zonas verdes. Concretamente, un paseo de extrañas formas sobre todo el área soterrada que conectará con los parques del Ebro y del Iregua, conformando el cinturón verde de la ciudad. Cualquiera podrá caminar sobre el soterramiento, observando (como si desde un sexto piso se tratara) toda la ciudad.
Claro, que para poder observar la ciudad, previamente habrá que ascender una “suave colina” digna de una etapa de alta montaña del Tour Ciclista Francés. Una colina, que como bromeábamos entre los diferentes compañeros de los medios, permitirá actividades tan diversas como el snow o el esquí en el momento en el que caiga abundante nieve. Claro, que es lógico que con una pendiente de en torno a un 25% se pueda aprovechar el terreno para actividades diversas: contrarreloj ciclista logroñesa -prueba de alta montaña incluída, visto el desnivel-, deportes de invierno variados, e incluso, si se me permite: saltos. Sí, saltos, pues los bordillos, por el momento y a falta de ajardinar, tienen una altura aproximada de medio metro. Casi nada.
Tras el peligroso descenso por la elevada colina y los -siempre peligrosos- andamios, finalizamos nuestro tour. Botellín de agua fresquita en mano, para soportar el intenso calor tras media horita de visita.
Hay que darle la razón a la alcaldesa cuando dice que hay que agradecer esta obra “a los que lucharon por ello sin descanso”. Porque todos los logroñeses, riojanos y visitantes disfrutaremos en breve de una maravilla de la ingeniería y la arquitectura moderna, gracias a quienes cada día con sus propias manos contribuyen a obras como ésta: por supuesto, son los obreros que alzan minuto a minuto la nueva estación intermodal de Logroño.
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