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Ser Iglesia

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Ha muerto el Papa Francisco tras casi 12 años de pontificado. Se abre un tiempo incierto, aunque pautado, en el que se designará a un nuevo representante de la Iglesia. Y en este sentido, a nadie se le escapa la enorme tarea que hay por delante si la Iglesia quiere responder a los desafíos existentes, y al mismo tiempo “reconectar” con la juventud del siglo XXI.

Uno de ellos, es el papel de las mujeres en la Iglesia. Hablamos de las mujeres que representan a más de la mitad de las personas bautizadas, de las mujeres religiosas (y no religiosas) que asumen multitud de tareas esenciales para la supervivencia de la Iglesia, pero que llevan siglos invisibilizadas. De hecho, hace unos meses, el propio Papa al hablar de la escasa inversión en la formación de las religiosas, decía que el motivo de ello era porque se piensa “que las monjas, y en general las mujeres, son de segunda clase”.

Estas palabras me permiten recordar los comienzos del pontífice, cuando al poco tiempo de ser elegido, expresó que no se puede entender una Iglesia sin mujeres. Este primer mensaje auguraba, al menos, un deseo de prestar atención a las reivindicaciones de las mujeres que reclamaban más justicia e igualdad. Así, creó en 2016 la primera Comisión de Estudio para el diaconado de las mujeres (paso previo al sacerdocio), con la tarea específica de “estudiar el tema”. No obstante, las conclusiones no permitieron avanzar en este punto, y en 2020 el Papa volvió a instituir una nueva Comisión. Ese mismo año, el pontífice declaraba la necesidad de “promover la integración de las mujeres donde se toman las decisiones importantes”. 

Cierto es que Francisco tomó nota y nombró a algunas mujeres en cargos relevantes como Simona Brambilla o Rafaella Petrini, pero no es menos cierto que para que se produzca algún cambio “significativo”, el número de mujeres, al menos, debiera alcanzar un 30%. Así, el Parlamento europeo, en 2011, manifestaba al hablar sobre las mujeres y la dirección de empresas, que este era el porcentaje crítico, si queremos que algo cambie. Imágenes como la de Sor Geneviève Jeanningros saltándose el protocolo para despedirse del Papa, rodeada de hombres, o el desfile de la Guardia Suiza compuesta solamente por hombres, católicos y solteros, dan que pensar, pues sin mujeres o con escasa presencia femenina será muy complicado lograr una Iglesia más abierta y cercana a toda la sociedad.

En 1994, la Iglesia anglicana de Inglaterra tomó la decisión de ordenar a mujeres como sacerdotes, marcando un hito en la historia. Las razones para esta decisión fueron diversas, y se basaron en argumentos teológicos, sociales y de equidad. Estas razones también son válidas para la Iglesia católica, pues apelar a la tradición y no abrir la puerta a la vocación sacerdotal femenina, es apuntalar la desigualdad de género y seguir “desperdiciando” la mitad del talento existente. Y con todo ello, muchas mujeres entendiendo que “ser Iglesia” también va con ellas, realizan un trabajo arduo, y no exento de dificultades, que permita esa “toma de conciencia”. Así, el movimiento “Revuelta de las mujeres en la Iglesia”, con representación también en La Rioja, reclama voz y voto. Y en este camino podemos decir que los avances han sido escasos, pero también que el Papa Francisco abrió algunas ventanas, emprendiendo una senda a seguir. Por tanto, que quien venga no anule todo lo ganado, que quien venga trabaje…hasta que la igualdad se haga costumbre.

Nota al pie:

Según el informe FIDES de 2023, hay 49.774 religiosos no sacerdotes frente a 608.958 religiosas, 593 miembros de institutos seculares masculinos y 19.688 miembros de institutos seculares femeninos.

Según el anuario Estadístico de la Iglesia de 2022, hay 407.730 sacerdotes en el mundo.

En 2024, por primera vez, las mujeres votaron en una asamblea sinodal de la Iglesia católica.

“Hasta que la igualdad se haga costumbre” es el lema del movimiento “Revuelta de las mujeres en la Iglesia”.

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