Siguiendo la pista al Terrat
“He venido con Buenafuente en el avión”, me comentó el viernes una amiga. “Y… ¿qué le has dicho?”, le pregunté yo. “Nada ¿Qué le voy a decir?”, me contestó. “Pues… no sé”, le dije yo. “He visto a Buenafuente y compañía”, me confiesa un amigo exaltado ubicándolos en un conocido pub de Logroño donde suelen acudir los artistas que pasan por el teatro o que dan un concierto, además de los lugareños que se sienten imbuídos en la frenética vida social de la élite cultural. “Y… ¿qué le has dicho?”, espeté. “A él nada, pero le he dicho a Berto que qué pena que le hubieran quitado el programa. Que tenían que ponerle 30 más. Él me ha dado las gracias. Estaban todos menos Corbacho, que me lo encontré cuando subí al baño”.
Yo no me podía perder aquello, así que me acerqué. Allí estaban todos. Buenafuente fumando un cigarro tras otro, Berto sin sus características gafas, Corbacho en el baño y el Jordi Évole, el Follonero, pasando desapercibido ¡Qué paradoja!, pensaréis. Mi amigo me dijo: “¡Mira! Como en el programa. Buenafuente habla y todos los demás escuchan y se ríen”. Estaban rodeados de botellines de cerveza negra y de ocho o nueve personas que serían, probablemente, los componentes de su equipo técnico.
El baño se convierte en estos casos en el centro neurálgico. “Me he encontrado a Berto meando en el baño. He pensado en decirle millones de cosas, pero finalmente no le he dicho nada. La situación era un poco rara”, me dice mi amigo.
El caso es que se lo estaban pasando muy bien, pero cada uno se había despojado de su personaje televisivo. Berto era Berto sin gafas, el Follonero, Follo, no me di cuenta de que estaba hasta que había pasado un rato y Corbacho… iba y venía, la verdad es que parece que él es así, tal cual se muestra ante el sofá de nuestra casa. Sin dudas, Buenafuente era el centro de atención y lo cierto es que le escuchaban pero, seguramente, es que lo que cuenta es interesante.
Luego se corrió la voz de que estaban ahí y comenzó a llegar la gente, sobre todo chicas, para pedirles autógrafos, fotos, frases célebres… cómo somos la masa cuando nos ponemos. Claro, se agobiaron y a eso de las tres de la madrugada se fueron.
Hasta el espectáculo nada más se supo. Comenzaba a las 21 horas, pero para eso de las 20 horas, cuando todavía no habían abierto las puertas, ya estaba la entrada del Palacio de los Deportes a reventar !El fenómeno fan existe!
Nada más entrar podías comprobar que era un espectáculo muy bien organizado. Había personal cada 20 metros controlando. Te pedían las entradas muy serios, como unos grandes profesionales. También, si se te ocurría quebrantar la ley y te encendías, medio escondido, un cigarro en aquel sitio público cerrado y con muchos metros más que 100, inmediatamente acudía uno de los de la organización para invitarte educadamente a irte si no apagabas el pitillo ipso facto. Claro, como estamos acostumbrados a delinquir contra la sanidad pública durante los conciertos del Actual, nos pensamos que todo el monte es orégano.
El público estaba excitado, ansioso, esperando. Sólo tuvieron que salir a escena para que una sonrisa floreciera en cada una de las caras de los presentes. Cada uno desarrolló un monólogo de media hora en su estilo y entre uno y otro salían al escenario Berto, Buenafuente y Corbacho con su naturalidad, su desparpajo.
Muchas veces te hacían dudar de si estaban improvisando, una característica de los grandes. Si te fijabas y ponías la oreja, podías adivinar miles de risas diferentes. Lo malo fue la acústica del Palacio de los Deportes, que impedía entender con claridad las frases. Cuanto más subías, peor se oía. Incluso un grupo de espectadores comenzó a gritar en medio de la intervención de Berto que no se oía.
Primero fue el turno de Corbacho con su humor extravagante. Habló de las relaciones de pareja, de famosillos, de hijos y de mujeres y mencionó por lo menos tres veces los 'Tres Marqueses'. Lo más grotesco, hasta Buenafuente se lo dijo, fue lo de Terelu Campos. Para ponerse en situación: vino a decir que si en 'Mira Quién Baila' hubiera hecho el espagat, no hubiera habido forma de levantarla del suelo porque se hubiera quedado pegada.
Luego entró Berto para hablarnos de lo que más le gusta: su persona. Dice que tiene familia en Logroño, pero que no se habla con ella. Él representa el papel de chiquitín del grupo, lo que le hace entrañable. Tampoco nos podemos olvidar de que hila fino, con lo que suavizó el humor de los presentes después del estrambótico Corbacho. Sus gafas, que por cierto no llevan cristales, su puesta en escena, su sola presencia, causa una risa limpia, casi pura.
Después de Berto, el Follonero. Salió del público, como siempre y una luz le perseguía mientras bajaba las escaleras. Él es el cizañero y empezó a contar divertidas y oscuras historias de Buenafuente: que si había tenido una bronca con el Neng por una chica, que si no le hacía contrato... También sacó punta a su nombre y es que eso de que de forma cariñosa le llamen Follo da mucho juego. Dijo que se le acercó una chica en la Laurel y le pregunto: ¿Qué tal Follo? Además, nos recordó que Logroño es la única capital de provincia que no tiene 'Corte Inglés', por lo que la primavera llega cuando nos da la gana. Fue un humor provocador sin límites: machista, racista... suponemos que irónico rozando el sarcasmo.
Entre uno y otro hacían una especie de gags en los que participaba el público. Como la gente estaba venga a hacerles fotos, Buenafuente invitó a uno a que se subiera al escenario para que la hiciera mejor. Andreu y Berto le rodearon con sus brazos y Corbacho era el encargado de inmortalizar el momento, cuando se le cayó la cámara al suelo. Bueno, en realidad la tiró. Es más, luego la pisoteó.
Como guinda entró Buenafuente diciendo que en ese espectáculo dejaban lo bueno para el final. Entonces, un grupo de gente comenzó a gritar: “!Corbacho, Corbacho, Corbacho!”. Estuvo en su línea, desplegando su carisma, una fuente inagotable de la que todo el mundo quiere beber. Coloreando con su punto de vista las cosas mundanas, cotidianas. Demostró, como era de esperar, su inteligencia ante la vida. Explicó aquello de que no se puede ser gracioso a todas horas, pero el caso es que todo el mundo reía cuando lo contaba. Por eso cuando habla, todos le escuchan y se ríen. Es su condición, su cruz, su gloria...
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