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Guerra en el mercado de Lavapiés por los puestos que se convierten en bares: “Somos mayoría para echarlos”

Josefina García y Miguel Fraga, los líderes del grupo de inversión que ha comprado once locales en el mercado de San Fernando

Analía Plaza

Suenan radiales en San Fernando, el mercado municipal del barrio de Lavapiés. Los albañiles ultiman la reforma de uno de los puestos que da a la plaza central. Siempre fue una frutería -y en los planos aún aparece como tal- pero hace pocas semanas retiraron los paneles de obra y apareció una barra de bar. José Gómez, el frutero que lo regentaba, lo traspasó por 30.000 euros a un grupo de inversores.

“Habían llegado a ofrecerme 70.000 euros, pero lo traspasé barato porque en ese momento necesitaba el dinero”, cuenta. Tras el traspaso, Gómez se integró en el grupo de inversión y ahora guía la obra. Si todo sale bien, abrirán este fin de semana: se llamará Edu's Corner y, por lo que deja ver el proyecto, servirán cervezas. “Esto será pronto como el mercado de San Miguel”, dice sonriente.

“Estamos orgullosos de cómo ha quedado”, añade Miguel Fraga, jefe del grupo de inversión. “Al fondo estará la frutería y detrás, la tahona. Pero lo primero que se ha terminado es esta barra de degustación”.

Fraga es piloto de Iberia y el ideólogo del proyecto que está poniendo patas arriba al mercado. Hace menos de un año vio sus inmensas posibilidades comerciales, juntó a doce personas para que invirtieran -con perfiles que van de abogados e ingenieros a un director de cine- y empezó a pagar traspasos a los dueños de varios puestos, tenderos de toda la vida que se jubilaban o que vieron en el dinero una buena salida. Por ejemplo: una pescadería pequeña que apenas vendía, según varias fuentes, se traspasó por 90.000 euros, un precio bastante elevado para la media del mercado (los puestos en otros mercados se traspasan por entre 12.000 y 30.000 euros). “Ha sido mucha pasta”, reconoce.

Hasta la fecha, el grupo -bajo la empresa Sports Resource, que solo administra él- ha invertido algo más de medio millón de euros (sumando las reformas) y se ha hecho con once de los 54 puestos que hay, de los cuales solo una parte de la frutería está lista para abrir. Pero por el camino, la operación está dejando un reguero de conflictos, que se resumen en que hay dos bandos -o formas de entender el mercado- enfrentados. Por un lado, una junta directiva (presidida por José Roncero, ex vocal de Ahora Madrid) que no ve con buenos ojos la concentración de puestos bajo un único grupo y ha tratado de paralizar las obras porque la documentación presentada no era la correcta. Por otro, Fraga y sus socios, que pretenden “recuperar” el mercado aprovechando que Lavapiés está de moda y se ha convertido en un barrio “bohemio y cool”. Bienvenidos al enésimo capítulo de la gentrificación en Madrid.

Un botellón gigante

“En 2010, el mercado se estaba muriendo. En 2014 cambió la ordenanza: antes no se podía ni subarrendar ni traspasar, pero desde entonces sí. La idea era dinamizar y ahorrar, porque había partes en las que ni se encendía la luz”, explica un comerciante que entró en 2011. “También se permitió que los puestos tuvieran barra de degustación en un espacio determinado”.

El objetivo de aquella norma era “impulsar la competitividad de los mercados municipales”, que veían cómo cada vez perdían más clientela en favor de los supermercados, y “mejorar su atractivo como centros de destino turístico, gastronómico y de compras”. Así, cada puesto podría montar una “barra de degustación” para ofrecer sus productos siempre que no ocupara más del 25% de su superficie.

En el caso de San Fernando, la regeneración vino de la mano de un grupo de proyectos de colectivos de La Tabacalera o el Patio Maravillas, a los que se cedieron puestos vacíos para montar ideas como la casquería que vendía libros al peso. “Yo viví la evolución. La primera iniciativa era rescatar un mercado moribundo. Se abrió a nuevos modelos de participación: vinieron la librería, estudios de arquitectura y algún bar más”, recuerda Alberto, un vecino del barrio. “Entonces tenía cierta animación. Pero ha ido degenerando a un modelo más lucrativo. El ocio ahora es de alcohol y tapas”.

Desde hace un tiempo, los fines de semana son sinónimo de fiesta en el mercado. A partir de las doce del mediodía los puestos se llenan de gente que va a tomar cañas o vermú y engancha una detrás de otra hasta las once (viernes y sábados) o hasta las cinco de la tarde (domingos). A partir de esa hora, “hay una masa de gente que sale a la vez y es acogida por los 'lateros' [vendedores ambulantes de cerveza]”, continúa Alberto. “Y esto se convierte en un botellón. Es Magaluf total”.

Según los datos del censo de locales y actividades del Ayuntamiento, solo 17 puestos tienen licencia de hostelería (es decir, son un bar). El resto han tirado de “barra de degustación” (o simplemente han puesto carteles) para servir latas, vinos e incluso copas los fines de semana y meter así un ingreso extra en su facturación. “Nosotros llevamos más de veinte años y hemos sobrevivido”, dicen los hermanos Ortega, que tienen una carnicería a la entrada. “Pero vender latas en fin de semana ayuda”.

Esta deriva de mercado de abastos a gran bar provocó que en octubre de 2018 los comerciantes votaran para modificar el horario y abrir viernes y sábado hasta la una de la mañana y domingos hasta las ocho de la tarde. Varios vecinos, cansados del ruido, se enteraron y llamaron a la Junta de Distrito para frenarlo. “Les citó Comercio de urgencia, les obligó a que quitaran ese punto y que, a las once, todo el mundo fuera”, continúa Alberto.

Otro punto de conflicto tiene que ver con que muchos son tan bares, y tan poco comercios, que no abren por las mañanas de diario porque su negocio se concentra en fin de semana. El mercado está vacío y a los pocos tenderos que hay se les hace aún más difícil competir con el Carrefour Exprés que abrieron al lado, en la calle Embajadores.

“La gente no cumple los horarios, no abren y nadie viene a comprar. Se supone que el Ayuntamiento tiene que estar a esto, pero no está”, dice Gonzalo, de la única frutería de verdad que queda. “A mí nadie me ha ofrecido un traspaso, pero por 70.000 euros no me iría. ¿Qué hago después? Si alguien me da 300.000 euros, sí”.

El nuevo

En estas estaban los comerciantes cuando aparecieron Miguel Fraga e inversores y se pusieron a comprar locales. “Miguel supo ver el potencial. Todo esto pasó antes de que en septiembre la revista Time Out catalogara Lavapiés como el barrio más cool del mundo, así que la clave del éxito ha sido cogerlo en el momento adecuado”, cuenta Josefina García, bióloga molecular y cerebro del proyecto. “Queremos volver al origen, al mercado, a vender producto crudo. Pero también compatibilizarlo con gastrobares. Abriremos once, con un rincón ecológico. Esto será un micromercado dentro del mercado”. Habrá charcutería, pescadería, quesos y delicatessen; cada uno de ellos, con zona de degustación.

Los problemas llegaron con las obras. Según cuenta un comerciante, la documentación que aportaban no era correcta. “Ni el seguro de responsabilidad, que estaba caducado y a nombre de terceros, ni la memoria de obras ni la licencia. Y no dejaban a la Junta Directiva entrar a ver qué hacían”, continúa. “Más tarde supimos que se les había denegado la declaración responsable [una especie de licencia anticipada que da el Ayuntamiento]. Y vimos que habían derribado tabiques haciendo un espacio único sin permiso. Él pilló los puestos de golpe y aún no ha abierto, pero la frutería tiene una barra. Ya se ha visto la deriva del mercado e intentamos que sea serio. Es una situación explosiva y él es un tipo macarra que hace lo que le da la gana”.

Uno de los locales afectados es el de Hermanos Villar, tienda gallega que alquilaba uno de los puestos que compraron los inversores. “Nos ha roto copas por las vibraciones de obra, una puerta de congelador y maquinaria nueva. Todo eran malas formas. No sé si su forma de ser es complicada, pero si yo hablo contigo y de repente te grito me dirás: ¿por qué?”, relatan. “Me quedaban tres años de alquiler, pero hace unos meses marché porque todo son problemas”. Este comerciante mantiene otra tienda en Madrid.

Con las llamadas de la junta a la policía y a la agencia de actividades, las obras quedaron paralizadas unos meses, algo que los inversores interpretan como boicot. “Nos hacen la vida imposible. Ha venido la policía seis veces. Ya conocen las licencias de memoria: no hay una obra más regularizada en todo Madrid”, continúa Gómez. “Además, les ha salido el tiro por la culata porque vieron que el mercado tiene irregularidades que deben arreglar”.

Fraga tampoco tiene palabras bonitas para la junta y su presidente, de quien dice que ha heredado una “gestión de cortijos”. “La junta está presidida por un 'podemita', pero se les acaba el chollo. Ahora somos mayoría y podemos echarlos. De momento vamos a lo nuestro y que el tiempo ponga a cada uno en su sitio”. Con once votos -uno por puesto- en las asambleas, el poder del grupo será considerable de ahora en adelante. Más teniendo en cuenta que a las asambleas no suelen ir ni la mitad de comerciantes.

De la gestión de Roncero también se recuerda el caso de Bond40, un pequeño bar que reformó la planta de arriba para montar un restaurante con azotea. Las obras se retrasaron y en 2016 la asociación los demandó por no cumplir el contrato, a lo que Bond40 respondió reclamando una indemnización de ocho millones de euros en concepto de pérdida de beneficio, según informó Merca2. El dueño de Bond40, que mantiene su bar, prefiere mantenerse al margen, mientras que fuentes cercanas a la junta apuntan que “en 2017 les arrebataron la planta de arriba” y que esperan a que salga un proyecto de alimentación, el supermercado Supercoop.

“Un grupo potente como Heineken cree en nosotros”

Si los inversores abrirán puestos de alimentación, ¿qué preocupa a la directiva, cuyo fin es que el mercado vuelva a ser mercado y no bar? Básicamente, no se fían de sus intenciones y temen que las tiendas terminen siendo restaurantes una vez más.

Fraga y Gómez, por su parte, están orgullosos de su próxima creación, especialmente porque Heineken y Red Bull (Organics, su marca “bio”, porque “es la que encaja con nuestros valores”) les avalan (con descuentos en el precio al que les venden la bebida, como hacen con otros bares). “Tenemos estudios de mercado, pero que vengan Heinken o Red Bull significa que ellos también. Quizá la junta no entiende que esto le vendrá bien a todo el mundo. El barrio cambia y nosotros aprovechamos la inercia. Tiene una mezcla racial estupenda, también es castizo. Y, si vienen guiris no les vamos a echar”.

Entre los comerciantes, que tras años de problemas están quemados, hay de todo: quienes ven con buenos ojos que vengan tiendas porque habrá más competencia, quienes quieren abrir hasta la una y quienes no comprenden cómo hay tanta guerra entre bandos.

“Falta comunicación”, enfatiza Antonio, del Mercadillo Lisboa. “¿Para qué abrir hasta más tarde si el Ayuntamiento prohíbe vender alcohol después de las diez? El mercado tiene que ser ocio y cultura. Al haber supermercados alrededor, se destruye la cultura”. El modelo de gastrobares, en general, le convence.

La historia es un ejemplo perfecto de cómo cambian los barrios de la ciudad: primero se mueren, después alguien decide dinamizarlos, más tarde se llenan de gente y cuando lo están llegan los inversores para aprovechar. Y ahí nace el conflicto con los que ya estaban. “La junta actual es el último bastión contra el modelo de negocio de la restauración”, resume Alberto. “La cuestión es que cada vez son menos. Y ahora están en minoría”.

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