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La “increíble modernidad” de la arquitectura reciclable: el futuro posible de la catedral de Mejorada

Vista general de la catedral de Mejorada del Campo en una imagen de archivo.

Víctor Honorato

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En el irregular suelo de la catedral de Mejorada del Campo, al este de Madrid, se forman pequeños charcos cada vez que llueve. No es por un defecto de construcción, sino porque la cúpula principal, a más de 30 metros de altura, sigue en el esqueleto sin cubrir seis décadas después de que el agricultor y seminarista frustrado Justo Gallego empezase a levantar el edificio, con unas pequeñas nociones de albañilería y sin ayuda de nadie, por empeño personal e inspiración divina, según contaba. Gallego falleció el pasado mes de noviembre a los 96 años y el voluntario que unos días más tarde pasa la fregona por la nave principal lo hace con parsimonia, casi arrastrando los pies. 

“Estamos tristes”, constata Juan Carlos Murgui, coordinador de la catedral, de Mensajeros de la Paz. Gallego cedió el edificio a la ONG de Ángel García, el padre Ángel, quien pretende terminar la construcción y convertirla en un centro de culto multirreligioso. Los casi 5.000 metros cuadrados del recinto con sus 12 torreones y 28 cúpulas están hoy, como siempre, completamente al margen de la legalidad urbanística. Pero donde hay fe y voluntad política, todo cabe. 

Por lo pronto, parece que la estructura es básicamente segura y no amenaza ruina inmediata, según asegura Juan Carlos Arroyo, ingeniero de caminos, doctor en arquitectura y socio de Calter, la empresa contratada por la ONG para evaluar el estado del inmueble. El trabajo de análisis va por la mitad, pero Arroyo adelanta: “Hay bastantes cositas que arreglar y reforzar, pero creo que funciona bien”. Los técnicos han hecho un levantamiento topográfico, realizado catas para comprobar la resistencia de los materiales, un estudio geotécnico para ver si el terreno aguanta y ahora están pasando los resultados por el ordenador, con lo que las conclusiones son aún preliminares.

“Esto no es la chabola de Tomasa”

A medida que va explicando el trabajo, Arroyo se va entusiasmando, más allá del factor “ultraterreno”, con la “inteligencia práctica sublime” de Justo. “Esto no es la chabola de Tomasa que vas ampliando. Esto está pensado desde el inicio. Desde la escala, la estabilidad de la cúpula, o incluso la chapa. Hay muchas cosas sorprendentes”, señala. Hasta el punto de que lo que se tenía por chapucero, el empeño del albañil en usar materiales reciclados, podría entenderse hoy como una decisión vanguardista. “Es emocionante la increíble modernidad [que representa]. Metiéndome en camisas de once varas, podría pensar que él quería hacer una catedral pobre para pobres; es una catedral de residuos”, reflexiona.

Arroyo incide en que las palabras parecen pesar más que los materiales. “Decimos catedral y se nos viene al pensamiento una estructura muy pesada, con mucha piedra, con mucho peso, como las góticas o las románicas”, dice. La de Justo, sin embargo, “es más grácil estructuralmente porque encima tiene chapa. La responsabilidad de las columnas es mucho menor. Aunque parezca una obra de hace 300 años, es mucho más ligera”, añade.

La vista gorda y el interés general

“Queremos que sea la casa de todos. De los que no creen y de los que creen en las diversas creencias que existen”, asegura Sergio Mella, director general de Mensajeros de la Paz. “Creo que el padre Ángel y Justo no tenían relación previa, pero coincidían en su interés por ayudar a los demás”, dice. “Le prometió seguir con el trabajo y en ello estamos, pero queremos hacerlo desde la legalidad”, afirma.

Mensajeros de la Paz entregará el informe final de Calter al Ayuntamiento de la localidad, que, si lo ve viable, propondrá la catalogación del inmueble como Bien de Interés Cultural. Eso evitaría el derribo, que por otra parte nadie busca. “Si vas a la letra pequeña, en realidad ni se podría entrar”, admite el alcalde, Jorge Capa (PSOE). Pero la catedral de la fe, el nombre que le daba el autor, “es un símbolo para el pueblo, que indirectamente se puede beneficiar de las visitas”, calcula el regidor, que no tiene una mala palabra sobre Justo. “Nos sentimos muy orgullosos de él, fue una persona ejemplar. Un labrador cuyo trabajo acabó expuesto en el MoMA de Nueva York”, presume.

Gallego llevaba un tiempo achacoso y el Ayuntamiento no quiso esperar para nombrarlo hijo predilecto, honor que recibió en abril. “Estoy muy orgulloso de dejar algo para el Señor y para todo el mundo, para los que me quieren y para los que no”, declaró entonces. Pero la catedral, descartada su consagración, es hoy prácticamente un centro de interpretación y homenaje de Justo y su empeño vital, con textos enmarcados sobre sus inspiraciones y deseos, o una pantalla que muestra un documental en el que el finado explica su modo de trabajar. Destaca también un mural de su rostro hecho con 2.800 latas de refresco, desplegado sobre la entrada principal, obra de “una pareja de Soria” que dedicó dos meses al homenaje. Los más estrictos vigilantes de la ortodoxia podrían oponer que raya en la idolatría. El encargado de la catedral corrobora: “Él no querría. Para él esto es vanidad”.

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