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Obreros sepultados y explosión de rabia popular: el mayor accidente laboral de Madrid tuvo lugar bajo el nuevo gran parque de Chamberí

Labores de desescombro aparecidas en prensa de la época

Luis de la Cruz

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El pasado 21 de mayo abrió al público, con gran éxito de asistencia, el nuevo Parque Santander, situado sobre el Tercer Depósito del Canal. Más de más de 55.000 metros ganadas por los vecinos tras una larga lucha contra el parque de golf instalado en el lugar por Esperanza Aguirre. Los chamberileros implicados en la lucha, que participaron en el diseño –conviene ver el documental De interés general para conocer el detalle el caso–, se sumergieron en la historia del espacio y conocieron un episodio de gran trascendencia en su momento pero luego olvidado: el derrumbe del depósito cuando estaba en construcción ocasionó el mayor accidente laboral ocurrido en Madrid hasta la fecha y una impresionante movilización popular de protesta.

Hoy, una placa colocada por el Ayuntamiento de Madrid y el Canal de Isabel II los recuerda con el siguiente mensaje: “En memoria de los obreros que construyeron este depósito. En especial, de quienes fallecieron tras el derrumbe de su cubierta, el 8 de abril de 1905”.

Un estruendo que paralizó Madrid y provocó la explosión del suburbio

Aquel 8 de abril, poco después de las siete de la mañana, un gran estruendo irrumpió en la vida de las barriadas del norte de Madrid. La techumbre en construcción del Tercer Depósito del Canal de Isabel II se había derrumbado sobre cientos de peones.

El nuevo siglo había traído la confirmación de una tendencia que venía produciéndose desde hacía muchos años: en el mercado de trabajo en Madrid, los oficios y los trabajos manuales con algún grado de especialización habían perdido protagonismo en detrimento del jornalero que, a menudo proveniente de fronteras afuera de la capital, será el retrato robot del trabajador madrileño masculino dentro del mundo de la construcción (auténtico motor económico capitalino).

El hundimiento vendrá a poner de manifiesto ante la sociedad madrileña y su clase trabajadora las sangrantes condiciones laborales que soportaba esta nueva masa proletarizada y empleada en los tajos.

La construcción de un tercer depósito de agua para asegurar el abastecimiento de la ciudad, inaugurado solo 50 años después de inaugurar el primero y 26 el segundo, señalaba el estirón que estaba pegando Madrid. Para construirlo, se eligieron unos terrenos al noroeste de los otros depósitos, contiguos al antiguo cementerio. El proyecto contemplaba una cubierta tradicional de ladrillo, pero se sustituyó sobre la marcha por otra de hormigón armado, novedad constructiva en aquel momento. Durante la primavera de 1904 comenzó la obra de los pilares y las bóvedas del depósito y a la altura de abril ya se estaban ultimando los elementos que habrían de cubrir las bóvedas de la estructura.

Carlos Hernández Quero ha estudiado la procedencia de las víctimas del accidente, muchas de ellas vecinos de los Cuatro Caminos o de los barrios más humildes de Chamberí, como Vallehermoso o la barriada de Lozoya.

A aquel paraje a medio construir, a las afueras de Madrid, fueron aquella mañana para mover escombros gentes de toda la ciudad, sobre todo de las inmediaciones. Estuvieron ayudando los estudiantes de la Escuela de Ingenieros de Minas o del colegio protestante El Porvenir, que aún existe cerca de Cuatro Caminos. Pero acudieron, sobre todo, vecinos y vecinas que, en muchas ocasiones, temían que sus familiares y conocidos estuvieran sepultados bajo los escombros. Aunque las cifras varían según las fuentes, y es difícil saber cuántos de los heridos de gravedad acabaron muriendo, se habla de treinta fallecidos y más de medio centenar de heridos. El accidente laboral más terrible registrado hasta la fecha en la ciudad.

La prensa y la ciudadanía señalaron a la falta de seguridad como hecho culpable de lo ocurrido, lo que no debió extrañar a nadie porque los propios trabajadores habían dado la voz de alarma durante las semanas anteriores, sin que ello hiciera cambiar en nada el plan de trabajo.

A medida que salían cuerpos y se vetaba el acceso a los vecinos –y después de que el rey Alfonso XIII se personara en el lugar– fueron caldeándose los ánimos en la barriada, llegando a formarse una manifestación de miles de personas en los alrededores de la glorieta de Cuatro Caminos. Como en otras ocasiones, iban al frente mujeres con banderas negras. A pesar del empeño de las fuerzas del orden, la gente hizo y deshizo, volvió a marchar en silencio en señal de luto por el barrio, donde vivían la mayoría de los obreros accidentados, y entró en la zona cero de la catástrofe para colgar una pancarta en la que se podía leer “Luto a todos los compañeros”

Por la tarde, los vecinos  del extrarradio tomaron el corazón de la ciudad, avanzando por la calle de Santa Engracia y llegando a las puertas del Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol. Colgando crespones negros en lugares señeros de la urbe y obligando a la gente bien a quitarse el sombrero en señal de duelo. Animando a la multitud estaban algunos hombres del orbe republicano del extrarradio, como el tabernero federal Canuto González, el antiguo anarquista Isidro Ibarra o el abogado Eduardo Barriovero.

Se programó una gran manifestación el siguiente 11 de abril, esta vez animada por las sociedades obreras de ámbito socialista. Esta marcha debía trasncurrir sobre los cauces legales, con orden gubernativa e, incluso, coartando la que los vecinos de las barriadas del norte volvieron a montar el domingo día 9. Aquel día, los guardias dirían a la multitud improvisada de la glorieta de Cuatro Caminos que la única manifestación autorizada era la del día 11. Sin embargo, la marcha ilegal no se arredró frente a las advertencias de las fuerzas de seguridad y, de nuevo con banderas negras en señal de luto, intentaron avanzar hacia el interior de la ciudad con los sables de los guardias enfrente.

Recuperar la bandera negra que los guardias arrebataron a los manifestantes se convirtió en la gran disputa. Tal y como Hernández Quero glosa en su magnífica reconstrucción de los hechos, la prensa saludaba como una Louise Michel local a una mujer que lideraba la pugna. Sobrepasado, el mando policial devolvió la bandera a la manifestación, que continuó avanzando por Bravo Murillo eufórica para, poco después, volver a toparse con cargas de caballería y disparos de fuego que acabaron con la vida de un manifestante y provocaron decenas de heridos. Varios vecinos fueron detenidos y la carnicería consiguió que las hordas de las barriadas no penetraran en el corazón de Madrid.

El alboroto retrasó la marcha socialista ante el temor de que la muchedumbre volviera a desmadrarse, pero al final pudo celebrarse el 23 de abril. Consistió en una multitudinaria comitiva fúnebre hasta el cementerio del Este, y acabó con un recordado discurso de Pablo Iglesias.

Ya hemos visto que las condiciones de trabajo de la época eran deplorables, pero desde un punto de vista estrictamente técnico parece que también se cometieron negligencias, tal y como explica Eduardo Díaz-Pavón Cuaresma en su estudio sobre el caso:

“[José Eugenio Ribera, el ingeniero] Era plenamente consciente de la sensibilidad de este tipo de configuración (que hasta la fecha siempre había sido arriostrada), pero el éxito de la construcción del depósito de Gijón sin tales arriostramientos, y el clima de diseño de aquellos años de cambio de siglo, con el hormigón como nuevo de material de moda en plena consolidación, le animaron a ampliar los límites conocidos e incluso a asumir riesgos innecesarios como era la realización de las pruebas de carga, con los consiguientes movimientos de tierra sobre esta cubierta tan sensible que desembocaron, en último término, en el colapso de la cubierta”.

Sin embargo, el accidente se atribuyó a la dilatación excesiva provocada por la ola de calor que había en Madrid aquella primavera y nadie asumió las responsabilidades de las negligencias que llevaron a la tragedia.

El nuevo proyecto para la reconstrucción del depósito se aprobó casi una década después de la tragedia (en 1914) y la infraestructura empezó a llenarse de agua en 1916. Pasaron los años y fueron cayendo en el olvido las víctimas y las protestas populares que siguieron al derrumbe de aquel día de abril. Ahora, al menos, una placa servirá como llamada de atención y alimento para la curiosidad sobre la historia de uno de los accidentes laborales más siniestros de la historia de Madrid.

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