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Los entresijos de los puestos de San Isidro según sus trabajadores: “Llegamos a echar 18 horas al día”

Una multitud de personas recorre las casetas y los puestos de la Pradera de San Isidro, en Madrid.

Guillermo Hormigo

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Caminar en plenas fiestas por la Pradera de San Isidro, a mediodía y en una jornada laborable, transmite una sensación muy extraña. Atracciones detenidas, espacios despejados, decenas de puestos cerrados y unos pocos que empiezan a ponerse en marcha. En unas horas habrá algo más de vida. Al menos eso esperan los empleados que ya limpian, recogen, encienden los primeros fuegos, se desesperan porque “¡tiene que haber mayonesa!” y hasta sacan tiempo para discutir de política. La campaña electoral ya lo empapa todo, incluso el aceite en el que se fríen las gallinejas.

A pocos metros de este apasionado aunque cómplice debate, Raúl llega a su puesto de algodón de azúcar. Técnicamente no es suyo, sino de su jefe. Y no ofrecen solo este producto tan codiciado por los más pequeños. “Vendemos cualquier bebida, de todo menos whisky”, bromea. Raúl es feriante, como muchas de las personas que cuentan su experiencia a Somos Madrid. Y como la mayoría de ellas, prefiere no entrar en sus condiciones económicas o de contratación. Unas condiciones que llegan a costar la vida, como en el caso del trabajador fallecido mientras montaba una de las casetas de la Feria. “Lo que se gana depende de lo que se vende”, se limita a decir. Y de momento “la cosa está floja”, admite, aunque el día grande está por venir.

Borja y Cintia entran en más detalles. Trabajan desde hace siete y seis años respectivamente para un negocio itinerante que va a distintas ferias de la Comunidad de Madrid y a las Fallas de Valencia. “Se curra bien, lo que pasa es que el primer fin de semana no fue muy fuerte. Hay que tener en cuenta que hay años en los que San Isidro se concentra en un finde y este año han sido dos. El 15 de mayo va a ser mucho más cansado”, pronostica Cintia. “Va a tirar y lo que nosotros no queremos es que tire porque cobramos lo mismo pero con estrés”, comenta Borja, medio en broma y medio en serio. “A fin de cuentas, y aunque obviamente queremos que a la empresa le vaya bien, nosotros somos asalariados”.

Asalariados y con un contrato fijo que les da más certezas que a Raúl, sí, pero con las circunstancias tan particulares y extremas que caracterizan a la hostelería. “Entre semanas solemos trabajar diez por jornada, aunque hay ratos en los que estamos muy tranquilitos. Luego hay ocasiones particularmente duras en las que llegamos a echar 18 horas al día”, asegura Borja, que recuerda una de estas jornadas maratonianas en alguna edición anterior de San Isidro o durante la última Feria de Móstoles. Tienen que saber un poco de todo: cocina, servicio, caja... Incluso manejarse con productos distintos. No en vano, en invierno suelen desempeñarse en churrerías portátiles de la misma compañía.

Según cuenta Borja, la empresa tiene 25 personas contratadas que se turnan, aunque fines de semanas y festivos “no falta nadie”. En cuanto a las horas estipuladas, reaccionan con una sonrisa cuando sale el tema: “Aquí el contrato lo lleva la gestora. Como luego sabemos que echaremos las horas que hagan falta, nos lo traen, lo firmamos y seguimos. Tenemos un tope de unos 60 euros por día, pero a lo mejor si echamos muchas horas de más y se vende mucho el jefe nos paga un extra, quizá 80 en total”. Intentando convencer o convencerse de que la situación no es tan dramática, matiza que “también hay días en los que trabajamos menos tiempo del que nos toca y cobramos como si hubiésemos echado la jornada entera”.

No solo feriantes: hosteleros y puestos familiares

En otra zona de la Pradera, en la vía frente al escenario principal de conciertos en la que se encuentran las casetas de los partidos políticos y las asociaciones vecinales, Sisto está sentado en una silla plegable. Le cobija la sombra de su propio puesto de bocadillos. “A estas horas no vas a encontrar muchos más dueños, están todos durmiendo”. Para Sisto trabajan seis empleados “con todas las garantías”. En este caso no son feriantes, sino que proceden de los locales que este hostelero tiene en el centro de Madrid, donde estos días hay menos actividad. “Nos conocemos ya, saben qué condiciones tienen y hay más confianza”.

Como Sisto tiene una pata en San Isidro y otra en el comercio diario, es una fuente autorizada para hablar de precios. ¿Cuánto han subido a causa de la inflación? ¿Son mucho más caros en este tipo de eventos? A lo primero contesta que “lo justo y lo necesario”, sobre lo segundo afirma que en su puesto ofrece cuantías “similares” a las de los locales de los que es propietario. Pero lo cierto es que los 8 euros por un bocata de oreja y los 6 por los de lomo, chorizo, panceta o morcilla parecen estar algo por encima del precio de mercado. No así de las cifras de San Isidro: en una caseta cercana el bocadillo de gallinejas cuesta 8,50 euros. La ración se va hasta los 15.

Lo dulce no sale tan caro, y es imposible resistirse a las clásicas rosquillas de Santa Clara. En el puesto que atiende Desirée las encontramos a 1,50 euros. A este manjar recubierto de merengue se unen las rosquillas tontas (sin ningún acabado) y las listas (con una fondant de sirope de azúcar, zumo de limón y huevo batido), aunque ofertan otras muchas variantes: de chocolate, café, fresa... Venden también claveles y rosas, a 1 euro el producto.

Como no cierran en todo el día, desde la mañana a la noche, Desirée está echando una mano a su hermano en este pequeño stand frente a la Ermita del Santo. Abrieron el viernes día 5, para no faltar a una cita con la venta de rosquillas de San Isidro que la familia acomete desde hace tres décadas. “El resto del año tenemos otro trabajo, cogemos vacaciones para esto”. Desirée también espera que los números mejoren en la recta final de las celebraciones. “No ha habido mucho boom de publicidad, incluso en Internet casi todo lo que se destacaba era a partir del 12 de mayo”.

Condiciones sin definir

Después de esa degustación de una rosquilla de Santa Clara, de regreso a la calle donde Sisto tiene su puesto (ya ha guardado la silla plegable y prepara la cocina junto a una empleada), comienza a percibirse algo más de actividad. En el Mesón de Santa Ana, Jose no se ve capacitado para hablar: “Yo no valgo para eso, no sirvo”. Poco a poco se va soltando, y vende muy bien la carta: “paella, chorizo, morcilla, patatas a lo pobre...”.

Eso sí, de momento los resultados no están acompañando: “Vamos fatal”. Esperan remontar en la recta final, la más intensa, hasta que se marchen con sus cosas a otra parte: “Somos feriantes, vamos a Sevilla, Jerez de la Frontera, Bilbao, Vitoria... Hacemos muchísimas”. Tampoco quiere entrar en el terreno laboral, aunque coincide con Raúl en aquello de que “lo que se gana depende de lo que se vende”. Se despide reiterando que “no vale para hablar”, aunque con lo que ha dicho y lo que no ha sido bien claro.

En el puesto colindante, mientras el humo envuelve el aire y el aceitoso olor a chamuscado de las barbacoas empieza a abrir apetitos, Babá descansa al sol en una silla de plástico. Llegó de Mali hace “algunos añitos” y ahora es vigilante de seguridad en otra empresa dedicada a la actividad feriante: “Me han contratado para todo el año. Después de San Isidro vamos a Getafe [las Fiestas del municipio arrancan el 19 de mayo]”.

La casquería tradicional es la estrella culinaria de este local: las gallinejas, tripas fritas de distintos animales (especialmente cordero y gallina), y los entresijos, elaborados a partir de unos pliegues (conocidos como mesenterios) que mantienen los intestinos de los animales correctamente colocados en el abdomen. También la morcilla y el chorizo, aunque Babá no los puede probar por su religión musulmana.

@hoysesalemad Hoy visitamos los puestos de comida de la Pradera de San Isidro y probamos los platos más castizos: gallinejas y rosquillas de Santa Clara. ¿Nos acompañas? 🙋🏻‍♀️ Te dejamos algunos datos de interés: 📍 Los puestos se encuentran desperdigados por todo el parque, aunque la mayoría se aglutinan en la zona de atracciones, frente al escenario principal de conciertos o cerca de la Ermita del Santo ⏰ El horario es variable, pero los días de mayor afluencia abrirán temprano y cerrarán a última hora de la noche 💸 El precio varía según la comida y el puesto, los bocadillos rondan los 6-8 euros y las rosquillas cuestan entre 1 y 2 euros Más información en nuestra web: https://www.eldiario.es/guia-ocio/ #fiestasmadrid #sanisidro2023 #praderadesanisidro #planesmadrid #comida ♬ Calm LoFi song(882353) - S_R

Babá prefiere ser cauto al hablar de su salario: “Eso queda entre el empleado y el empresario, yo estoy contento porque me tienen asegurado”. Tampoco puede concretar cuánto se alarga su jornada laboral: “Depende de si la gente se va temprano o no, por ejemplo el día de San Isidro suele haber más jaleo. Las horas pueden ser nueve, diez, once, doce, trece...”.

Política y propinas

La última parada de este recorrido por la mano de obra de la Pradera es en las casetas de los partidos políticos, próximas al escenario principal de las actuaciones musicales. En ellas se venden principalmente bebidas y bocadillos. Aunque la tarde ya está bien avanzada, las de Vox y Más Madrid permanecen cerradas. En las de PP, Ciudadanos y PSOE empieza a haber actividad. Nadie en las dos primeras se anima a hablar de su situación. Aunque en principio estos puestos se nutren de voluntarios, el Gobierno municipal de José Luis Martínez-Almeida eliminó las limitaciones que el Ayuntamiento de Manuela Carmena impuso para evitar que pudiesen subcontratar a personas ajenas a las formaciones.

Una persona de la caseta socialista asegura a este medio que en ella “todos somos voluntarios afiliados al partido”. Cree que esto se cumple en las del resto de agrupaciones y también en las de asociaciones vecinales, aunque reconoce que la posibilidad de que “cualquier dueño de una caseta contrate a más gente” está ahí. Para este joven, que prefiere no dar su nombre, este es el segundo año viviendo San Isidro desde el stand socialista. “Tiramos con la propina que nos da la gente y ya está, pero yo estoy contento”.

En torno a las 18.00 la música, el sonido de las atracciones y los primeros bullicios de conversaciones acumuladas ya dan al entorno la apariencia que acostumbra a presentar para cualquier visitante. Un mensaje se escucha por la megafonía de la Pradera, dirigido a esa mayoría que asocia este enclave solo al ocio y el disfrute: “El Ayuntamiento de Madrid les da la bienvenida a la Feria de San Isidro 2023”. Curioso, teniendo en cuenta que decenas de empleados ya llevan aquí un puñado de horas, aunque quizá no tantas como las que les quedan.

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