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Una estatua para Paco, el popular perro callejero que compartía mesa con los intelectuales del XIX en Madrid

La estatua del perro Paco inaugurada en Huertas

Nerea Díaz Ochando

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A finales del siglo XIX se gestaba en la capital de España el Madrid de las tertulias, en el Café de Fornos, el Teatro Apolo, el Café Suizo o la plaza de toros de la carretera de Aragón. Allí se encontraban escritores, periodistas y pensadores como Valle-Inclán o Pérez Galdós. Junto a ellos, en aquellas mesas redondas en las que a veces se compartía mucho más que ideas, tomaba asiento un ser de cuatro patas llamado Paco. 

Según las crónicas de la época, este can no tenía dueño conocido y sobrevivía con lo que conseguía por las calles de la ciudad, pero supo arrimarse a un árbol de buena sombra. Desde La Tabacalera de Lavapiés hasta la calle de Alcalá, todo era territorio de Paco. No había sitio en el que se resistieran a darle algo de comida y cariño, por eso, con el tiempo, este perro callejero pasó a ser adoptado por todos los madrileños. 

Es probable que hoy muchos vecinos de la ciudad no hayan oído hablar nunca de Paco, aunque fuera en su día el cánido más famoso de Madrid. Una leyenda que alimentaron los periodistas de la época, apodándole “el perro torero” por su asidua asistencia al tendido 9 de la antigua plaza de toros de Madrid, cerca del actual Palacio de los Deportes. En ese mismo lugar el animal perdió la vida el 21 de junio de 1882, al recibir la estocada de un novillero después de haber saltado a la arena. 

La historia de Paco se empezó a recuperar desde hace varios años por parte de dos asociaciones de comerciantes, la del Nuevo Rastro y la del Barrio de las Letras. Ambas formularon varias peticiones al Ayuntamiento de Madrid para buscar una conmemoración digna del ilustre perro. La segunda es la que se ha llevado el homenaje en forma de estatua: el perro más famoso de Madrid tiene desde este lunes un monumento que le recuerda en las calles que fueron testigo de sus aventuras. 

Los motivos alegados por las asociaciones para rendir homenaje a Paco van mucho más allá que dar a conocer o recordar a este personaje. Con la iniciativa pretenden poner en valor a los perros en general. Por ello su inauguración tendrá lugar en medio de las fiestas de San Antón, patrón de los animales., con presencia del propio alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Como inspiración, las figuras de Hachiko en Tokio y de Balto en Nueva York han sido imprescindibles.

La escultura se erige en el número 71 de la calle de las Huertas, aunque en un principio se barajó la posibilidad de ubicarla en la confluencia entre Alcalá y la calle Virgen de los Peligros, donde se encontraba el Café de Fornos en el que nació la historia de Paco, algo que no fue posible por los edificios catalogados como Bienes de Interés Cultural que hay en la zona. La figura, diseñada y esculpida por el artista madrileño Rodrigo Romero, cuenta con unas dimensiones de 80 x 70 centímetros que hacen referencia al que pudo ser el tamaño real del can. Del diseño destaca el gesto sonriente del animal y los detalles blanquecinos en su pecho y patas, que lo hacen mucho más realista. Paco recibirá por fin los honores que tanto merecía, pasando a ser una figura eterna en las calles de Madrid.

Un perro con abono teatral

Paco consiguió codearse con grandes literatos, siendo parte de su círculo de amistades un joven Valle-Inclán. Entraba y salía de donde quería con total libertad, llegando incluso a convertirse en el primer y único perro con invitación propia para asistir al Teatro Apolo, al igual que era habitual su presencia en los toros.

El animal, que ni nombre tenía antes de su fama mediática, se presentó el día de San Francisco de Asís (4 de octubre) en el Café de Fornos buscando comida. Allí mismo y con padrino de honor, el marqués de Bogaraya, fue bautizado como Paco, haciendo referencia al santoral del día en el que ambos se conocieron. De las aventuras de este perro callejero comenzó a nacer un mito: este “chucho” vivió los últimos años de su vida de la forma más sofisticada, asistiendo a los encuentros más selectos y codeándose con los madrileños más relevantes de la época. En él no se cumplía eso de “una vida de perros”, vivía mejor que muchas personas de entonces. 

Su lugar favorito era la plaza de toros de la carretera de Aragón, donde era un habitual. Se le recibía con honores en cada espectáculo taurino y salía al ruedo cuando el público se lo pedía. Los periódicos de la época le dedicaban columnas completas cuando visitaba la plaza de toros, de hecho, en una de sus hazañas fue revolcado por un imponente toro y los cronistas informaban de la última hora de su parte facultativo a esperas de “una pronta y radical curación”. 

Aquella vez consiguió recuperarse, pero a su vuelta al ruedo unas semanas más tarde no corrió la misma suerte. El 21 de junio de 1882, tras una mala faena del estoqueador Pepe el de los Galápagos, Paco saltó a la arena y el novillero en forma de defensa por la actitud agresiva del perro le dio una estocada que terminó con su vida de inmediato. El público quería linchar al estoqueador por lo que hizo, así que huyó rápidamente de la plaza de toros para evitar convertirse en la segunda víctima de aquella corrida. 

Desde ese momento Paco se convirtió en un héroe para la ciudad. Después de su fallecimiento, fue disecado y expuesto durante un tiempo en el café de la calle Alcalá por el que siempre merodeaba y al que tanto le gustaba entrar. Su despedida fue multitudinaria, aunque existen diferentes versiones sobre el paradero de su cuerpo: algunos lo ubican en el monte de El Pardo y otros en el Retiro. Físicamente se desconoce dónde yace, pero desde hoy los madrileños pueden venerar su estatua como símbolo de un recuerdo vivo en la calle Huertas.

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