Este año se ha estrenado La joven George Sand, una miniserie de gran éxito en Francia –aquí se puede ver en la plataforma Filmin– cuya primera temporada narra las aventuras juveniles de la conocida escritora Aurore Dupin, más conocida por el pseudónimo George Sand.
Aunque hoy en día su nombre está más asociado a su estilo de vida o al de algunas de sus parejas – el escritor Alfred de Musset o el músico Fréderic Chopin–, Sand fue en su tiempo una escritora de gran éxito, que gozó del favor del público y alternó en los ambientes intelectuales del París decimonónico.
La impronta histórica de Sand es sinónimo de audacia y escándalo. Su vestimenta masculina –con pantalones y levita–, su costumbre de fumar en público, caminar sola por la ciudad anochecida, el haber abandonado a su primer marido, su libertad sexual…Y, sobre todo, el atrevimiento de dedicarse a las letras en un mundo de hombres. Como otras pioneras, buscó un pseudónimo masculino–un poco a la inglesa por sus querencias literarias– aunque en su caso más que para esconder su identidad fue para atrapar la libertad que se le negaba a su género.
Escribió un centenar de novelas, artículos de prensa y escritos de carácter político (en 1848, en pleno momento revolucionario, demostró sus querencias republicanas). Escandalizó por su relación con las mujeres (no se sabe a ciencia cierta si tuvo romance con la famosa actriz Marie Dorval, puede ser). Contertulió con ilustres de las letras universales como Flaubert o Balzac. Se ganó, por su condición de mujer libre, el desprecio de otros nombres rotundos, como los de Baudelaire o Nietzsche.
Un detalle poco conocido en la biografía de la autora es su paso por Madrid cuando tenía solo cuatro años. La peripecia de una niña que estrenaba recuerdos en un momento crucial de la historia de España, el comienzo de la Guerra de la Independencia. Su padre, Maurice Dupin, era uno de los hombres de confianza de Joaquin Murat, duque de Berg, mariscal de Francia y cuñado de Napoleón. Con él y el contingente francés vino a nuestro país en 1808.
Su mujer, Sophie-Victoire Delaborde, quedó en principio en París. Pero, a pesar de estar embarazada, no quiso permanecer lejos de su marido –cuya estancia se presumía larga– y aprovechó el viaje en coche de un proveedor del ejército a España para acudir a su encuentro con Dupin en abril de 1808. Y, con ella, vino la pequeña Aurore.
Pese a la brevedad de la experiencia, la escritora demuestra en su autobiografía (Historia de mi vida) tener recuerdos vívidos del viaje, empezando por los tortuosos senderos de las montañas asturianas, los osos y la belleza de los zarcillos en flor. El recorrido les permitió conocer de primera mano los terribles impactos de la guerra y, de hecho, las pilló de lleno el levantamiento del 2 de mayo.
Cuenta que en una de las posadas en las que pernoctaron había una urraca parlanchina a la que habían entrenado para decir “mueran los franceses” o “muera Godoy”. Fue precisamente en el palacio madrileño del hombre fuerte de Carlos IV, huido, donde pasaría Aurore sus días en Madrid. Murat ocupaba el piso inferior y ellos un apartamento en un piso superior.
Su recuerdo del suntuoso palacio era, cuando muchos años después lo escribiera en sus memorias, fabuloso:
“Era enorme; enteramente tapizado de damasco de seda carmesí. Las cornisas, las camas, los sillones, los divanes, todo era dorado y a mí me pareció oro macizo, de acuerdo siempre con los cuentos de hadas. Otra maravilla para mí fue un espejo donde no me reconocí primero, pues nunca me había visto así, desde la cabeza a los pies…”
A pesar de la admiración que le produjo el lugar, también le sorprendieron negativamente algunos aspectos a los que no estaba acostumbrada, como el hecho de que hubiera animales –“muy sucios”, dice– caminando por la casa.
Su madre le cosió un pequeño uniforme militar para enfundárselo las ocasiones que coincidiera con Murat. Esta fue la primera de las muchas veces en las que la futura George Sands vestiría “como un hombre”.
Estuvieron en Madrid unos dos meses en los que, sin más niños con los que jugar, encerrada en aquel palacio de una ciudad en guerra, aprendió a estar a solas consigo misma y a desarrollar la imaginación. Estando allí, nació su hermano afectado de ceguera y enseguida tuvieron que salir de una “España en llamas”, mientras que su padre seguía combatiendo y Murat marchaba a tomar posesión del trono de Nápoles.
Las aventuras en la lujosa finca paterna de Nohant y en París, donde se forjarían su fama y su leyenda, son en parte objeto de la serie televisiva y aparecen contados tanto en su biografía como en las miles de cartas de la escritora con personalidades de la época que se conservan.
La otra gran experiencia de Dupond con España, siendo ya George Sand, es su conocido viaje junto a Chopin –entonces su pareja– y los hijos adolescentes de este a la isla de Mallorca. Algo más de tres meses en los que se convirtieron en los primeros turistas de un lugar entonces profundamente rural que han quedado reflejados en su obra Un invierno en Mallorca. Las descripciones del cuaderno de viaje dan cuenta tanto de la experiencia aciaga de los viajeros como del clasismo inherente a las clases altas de la época, así fueran progresistas como es el caso.
La próxima vez que pasemos por delante del palacio en el que vivió Godoy, proyectado en la calle Bailén por Sabatini y hoy sede del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, podemos visualizar a la pequeña Aurore con un sable a la cintura. Vestida, por primera vez, al revés del canon.