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El 'render' de la Puerta del Sol que nos pone frente a un espejo

Proyecto de reforma de la Puerta del Sol

Luis de la Cruz

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Una recreación informática del resultado final de la remodelación de la Puerta del Sol ha pasado de mano en mano estos días en las redes sociales. La gran explanada pétrea que muestra ha sido objeto de críticas, aspavientos y condenas. No hay verde, no hay sombra, no hay lugares estanciales. “Esto quieren hacer con la Puerta de Sol”, hemos leído, junto con otros mensajes similares que obvian que el punto de partida es bastante similar al de la plaza por venir.

Nuestra Puerta del Sol es ya hoy una plaza dura –durísima–, un lugar de paso donde se pueden freír huevos de avestruz o de t. rex, sin más bancos que el contorno de las fuentes. Esta, por cierto, sí parece una buena cagada: desaparecen los dos vasos y, a cambio, colocan un estanquito alrededor de la estatua de Carlos III que por lo que nos han dejado ver más bien parece una palangana.

Tampoco podremos ya entrar por la boca de la ballena para bajar al Cercanías, pues este elemento singular desaparecerá solo trece años después de haberse instalado y será sustituido por otra entrada de menores dimensiones. Parece haber un inusitado consenso ante su desaparición, que contribuirá a resaltar el carácter de lienzo rocoso de la plaza en los planos cenitales. A mí, la verdad, es que me gusta y me trae recuerdos del 15M, aunque últimamente se ha venido utilizando como soporte de publicidad inmersiva. Esto es, a la que entras eres engullido por un enorme anuncio corporativo, que puede ir desde el último estreno cinematográfico hasta un partido político de extrema derecha, como ocurrió en las últimas elecciones autonómicas.

La Puerta del Sol es un espacio esquivo con los estándares de la ergonomía urbanística, agreste, árido y feucho. Y, sin embargo, ¿no está siempre llena de gente, de corros, de grupos que reivindican su movida? ¿No es la Puerta del Sol Madrid? Con todas sus contradicciones pasadas y presentes. Con algunas de las cosas que nos gustan de la ciudad, también.

En la Puerta del Sol conviven los males turísticos de hoy con los encuentros inesperados del cruce de caminos que ya dibujaba el Plano de Texeira. Una encrucijada donde puede caer asesinado un presidente del gobierno y vender palulú un paisano que entra cada día a la ciudad de madrugada.

La Puerta del Sol tiene que ser por fuerza un descampado concurrido porque tú me dirás en qué jardín se pueden liar combates como los de 1808, la que montaron los estudiantes durante la Noche de San Daniel o el 15M. ¿Qué espacio delineado podría a aguantar a quienes celebran la llegada de una república o descorchan botellas la última noche del año?

Aunque no lo parezca, en la Puerta del Sol hay un montón de cosas, a pesar de lo cual sigue pareciéndonos vacía. La osa encaramada al madroño, el km 0, la copia de la Mariblanca, los barrotes de las salas de tortura la DGS que nadie ha tenido el detalle de recordar oficialmente, un anuncio de vino andaluz que sí nos representa, kioskos con carteles en inglés bajo las últimas revistas guarras o el esquinazo de La Mallorquina, que precisamente por llevar ese nombre nos suena madrileñísimo.

Una vez que se ha conseguido echar a los coches de la Puerta del Sol (las reformas de los años 50 la convirtieron en una gran vía para el tráfico de doble sentido) a mí ya me da exactamente igual, mátenme, el dibujo que nuestra plaza mayor plebeya muestre. Sol debe ser un lienzo para la insubordinación cotidiana de la gente. Un espacio donde la miseria siga asomando mientras no hayamos conseguido erradicar la pobreza y los carteristas estén en nómina mientras en el mundo sigan quedando ladrones. Un espacio irreflexivo en el que los tránsitos dibujados por los caminantes sean exactamente los contrarios de los previstos por el planificador. Puerto de arribada de los vecinos de provincias que tanto irritan a los genuinos madrileños en Navidad. Donde los abuelos antifranquistas horadan el adoquinado con sus rondas de la dignidad. Allí donde desembocan las grandes manifestaciones y charlábamos de madrugada bajo las farolas cuando aún había noches de farra.

Desde aquí le digo a todos los Ayuntamientos actuales y futuros: meted la pasta en las plazas de los barrios que no han visto una reforma en décadas y dejadnos a los madrileños seguir construyendo la Puerta del Sol. Si, total –nadie sabe bien por qué– bonita no va a terminar de quedarnos jamás.

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