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Postales de Madrid en agosto
Tierra de nadie... y de todos

Campaña 'Somos la capital' en Sol (2021)

Nerea Díaz Ochando

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Sentimiento de pertenencia, ese vínculo que a muchos que hicimos las maletas y dejamos todo por perseguir un sueño nos cuesta volver a forjar. ¿De dónde soy? ¿A dónde pertenezco? Nada volverá a ser igual, tu corazón queda dividido para siempre. Tu gente de aquí y de allí, las despedidas, los tuppers en la maleta y los domingos en la estación. 

Cuando tomas la decisión de dejar todo lo que conoces con 18 años no te cuestionas nada. Bajas por primera vez del Metro en Sol y no eres consciente de que lo que hoy se te hace un mundo, mañana será parte de tu rutina. Todo cambia cuando pasas tu primer verano en Madrid. La ciudad que te acogía de septiembre a junio, ahora es tu hogar los 365 días del año. Comienzas a ser consciente de que ya eres más de aquí que de allí.

El privilegio de vivir Madrid como si fuera la primera vez se ha esfumado. Ya no existen las despedidas hasta septiembre y los tres meses de verano en el pueblo. Ahora, ese hervidero del que todo el mundo huye cuando el calor aprieta te ha atrapado. Ojeas con desdén fotos de gente en la playa mientras pisas el asfalto de Gran Vía y piensas: “¿Qué hago aquí?” Te lamentas, pero después recuerdas que Madrid ya es un poquito tuyo también. 

Una vez, allá por 2021, paseando por Sol me crucé con el cartel que aparece en la foto que encabeza el texto. No era verano, ni siquiera lo fotografié con el propósito de publicarlo alguna vez. Pero verlo me despertó un cosquilleo. 

Un pedazo de la tierra de la que vengo en Madrid. No pude evitar sacar el móvil y enviar la foto a mi gente, la de allí. Murcia, mi Murcia. En ese momento me sentí como aquel que emigra y después de mucho tiempo escucha a alguien hablar su idioma en la calle. Se me iluminaron los ojos. Ver colgando de la fachada que me dio la bienvenida a Madrid un pedazo de mis orígenes me hizo sentirme más cerca de casa. 

El cartel promocionaba la Región de Murcia como capital gastronómica, un apunte insignificante y a la vez cargado de sentido. Qué voy a decir yo, si vengo de la tierra del buen comer y el buen vino, de las patatas con limón y pimienta a la hora del aperitivo, del sol y de la alegría. Una tierra, que en cierta manera conecta directamente con Madrid, cuando cada verano se convierte en el hogar de miles de madrileños.

Tiempo después de encontrarme con aquel cartel, comiendo en un restaurante durante unas vacaciones alcancé a escuchar la conversación de la mesa de al lado. “Cuando volvamos a Madrid…”, comentaban. “También son de Madrid”, pensé. Por primera vez sentí que esta ciudad me pertenecía, o mejor dicho, que yo pertenecía a ella. Hice mío un lugar que hasta aquel momento siempre había sido secundario.

Cuando llegué aquí, con mi acento murciano y mis raíces más que presentes, con el acho por bandera, no entendía que los madrileños no hablasen de su tierra con la misma pasión con la que hablaba yo de la mía. No era capaz de comprender la forma en la que rehuían de sus orígenes.

Con el tiempo comprendí que esa es precisamente la magia de Madrid. Es tierra de nadie y a la vez de todos, porque todo el que llega aquí consigue sentirse como en casa. Viví cinco años huyendo de esta ciudad en cuanto se me daba la oportunidad, pero me bastó un verano para comprender que mi lugar estaba aquí.

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