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César Pérez Gellida, novelista: “La intuición es el primer baremo del que debe fiarse un escritor”

El novelista César Pérez Gellida

José Miguel Vilar-Bou

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“Todo lo peor” (Suma de Letras) es la décima novela de César Pérez Gellida y la continuación (ambas autoconclusivas) de la bilogía que inició con “Todo lo mejor”. La trama, que se desarrolla en el Berlín Este de 1981, es una investigación criminal en la que “el espionaje es un ingrediente entreverado”, explica el autor. En el libro encontramos a varios personajes a quienes los lectores de Gellida conocen bien, como el psicólogo experto en mente criminal Viktor Lavrov o el inspector de la Kriminalpolizei Otto Bauer, en su persecución de un asesino mesiánico responsable del brutal asesinato de varios homosexuales.

 

¿Reconstruir el Berlín oriental de principios de los 80 te llevó mucho trabajo de documentación?

Normalmente la investigación la hago en función de las necesidades que voy encontrando mientras desarrollo una novela, pero en este caso sí tuve que hacer un trabajo previo de reconstruir el entorno político y social, la atmósfera del Berlín de la época. Necesitaba sentir el pálpito de la cotidianeidad de la República Democrática Alemana en los 80. Son muchos detalles, mucha información. Me llevó un tiempo importante empaparme hasta que me sentí lo suficientemente seguro como para escribir la primera escena, que es la que cuesta más. La segunda fue menos difícil, la tercera menos todavía. Al final no me costaba hacer ese viaje al pasado en mi cabeza.

Has dicho que en cierto momento el KGB dejaba en mantillas a la CIA… El cine de Hollywood nos ha convencido de todo lo contrario.

En cierto momento no: En todo momento. El KGB estaba muy por encima de la CIA que, hasta bien avanzados los años 70, no era nada en absoluto, un proyecto que no tenía ni pies ni cabeza. El KGB, aunque con otros nombres, existía desde hacía cincuenta años, y con resultados óptimos. Era un servicio secreto muy maduro frente a noveles. Es como si el Barça se enfrentase ahora mismo al Real Murcia, por decirte uno.

¿Qué te empujó a ambientar dos novelas en ese peculiar momento histórico?

Porque coincide con un periodo de la vida de un personaje con el que yo había adquirido una deuda en mi primera trilogía (“Versos, canciones y trocitos de carne”), que es Armando Lopategui, “Carapocha” (aquí Viktor Lavrov). Cuando decidí prescindir de sus servicios porque estaba adquiriendo demasiado protagonismo, sabía que en algún momento volvería a él. Ahora bien, ese momento debía darse cuando yo acumulara el oficio suficiente para reproducir una época que no he vivido, y ese momento ha llegado.

¿Cómo percibes si un personaje da más de sí o es hora de dejarlo?

La intuición es el primer baremo de corte del que te debes fiar. A veces la relación con tu personaje está desgastada, ya no quieres meterte más en su piel. Yo, con Armando Lopategui, no sólo tenía la sensación contraria, sino que quería reencontrarme con él con muchísima fuerza. Ahora bien, en “Todo lo peor” no hallamos al mismo hombre que conocimos en la primera trilogía, sino que tiene todavía una bisoñez que yo quería trasladar al lector. Quería que se entendiera su proceso evolutivo. Cómo llega a convertirse en un manipulador con un buen objetivo, pero que sigue el mal camino.

Él y Otto Bauer, inspector jefe de la Kriminalpolizei, se enfrentan a un asesino del que has dicho que es el personaje más despreciable que ha salido de tu retorcida mente. ¿Cómo ideas a estos personajes?

Para interpretar un personaje tienes que dotarlo de alma, vida propia, un léxico y una forma de comportarse ajenas al propio escritor. Una vez lo consigues, lo único que te queda es creértelo, meterte en su piel. Eso es lo que más me ha costado porque no me apetecía nada “ser” este personaje cada vez que protagonizaba una escena. No tenía ninguna conexión empática con él. Sin embargo, creo que he conseguido crear uno de mis personajes más repulsivos y crueles, que era el objetivo que me había planteado.

Pregunta inevitable: ¿Se puede leer “Todo lo peor” independientemente de su predecesora “Todo lo mejor”?

Sí, son dos historias independientes, conclusivas ambas. Lo que sucede es que el germen no de la trama, pero sí de los personajes está en “Todo lo mejor”. Así que si lees sólo “Todo lo peor” vas a disfrutar de la historia, pero no de la evolución de los personajes.

Tenemos Netflix, WhatsApp, redes sociales… ¿Cómo hace un escritor para atrapar con sus novelas a lectores con tantísimo ocio a su disposición?

Es francamente complicado porque las opciones de ocio alternativas de que dispone la gente son cada vez mayores, más accesibles y de más calidad. A los libros les cuesta mucho mantener el espacio que, creo, les pertenece. En mi caso lo que hago es trasladar un poco la magia de lo audiovisual a lo narrativo. Soy una persona bastante influida por lo audiovisual. De hecho, mi vida profesional viene de ahí, así que estoy intoxicado. Lo que trato es de agarrar al lector escena a escena para que en ningún momento quiera soltar el libro porque necesita seguir leyendo.

Entre libros y audiolibros mantienes un ritmo de dos novelas al año. ¿Cómo te las apañas?

Al final no es otra cosa que horas. Llevo una rutina espartana. Tengo la desventaja de dormir muy poco y la ventaja de saber aprovechar ese tiempo. Eso es lo que me permite ese ritmo de dos novelas al año, en papel y audiolibros. Otros escritores tienen otros ritmos más altos o más bajos. El mío es ese y en la medida que pueda voy a tratar de mantenerlo.

¿Eres escritor diurno, nocturno o de todo?

Arranco en torno a las cuatro o cinco de la mañana. Supongo que eso sería ser nocturno, pero para mí es el día, porque me levanto a esas horas. Y prácticamente escribo hasta las seis de la tarde, algunos días incluso más, con lo cual abarco mucho. No sé si soy nocturno, diurno o vespertino. Realmente me da un poco lo mismo. Lo único que necesito es estar concentrado en lo que hago.

¿Es cierto que escribes acompañado del ruido de un secador encendido?

Absolutamente cierto. Es un método que me sirve para aislarme, me ayuda a meterme en la historia ese ruido blanco, el contacto con el aire. Así que ahí sigo, gastando luz.

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