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Afganistán, paz de sangre

Talibanes disuelven el Ministerio de la Mujer y crean la cartera de la Virtud EFE/EPA/STRINGER

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Cayó la oscura noche sobre sus ojos de auroras de diamante, sobre su cuerpo enamorado, sobre su risa de agua cantarina. El negro que la vestía pesaba como el pecado por el que sería juzgada; por el que habría de pagar, si quería conservar la vida, con una existencia indigna de tal nombre. El pecado de ser mujer, en un país de hombres voraces de deseo, de sexo y de dominio, se erguía en el horizonte, montañoso y desértico, como único destino. El más temido. El más frecuente.

Rodeada del sol que había alentado la transgresión que ella iniciara de ir más allá de la costumbre, cerró los párpados y besó el aire que la besaba. No era un beso de despedida. Era un beso de agradecimiento, por veinte años de posibilidades aladas con las que había surcado el amplio y límpido cielo en alfombras voladoras de libros, palabras y conocimiento. Todo acaba. No esperaba que fuera tan pronto. Veinte. Solo veinte hermosos inviernos, de los veinticinco conocidos, en los que había sido la que había soñado ser. Lo haría. Mientras el tiempo lo permitiera, lo haría. Sabía cómo. Y sabía un lugar. Cuando nadie la viera desnudaría su cuerpo bajo la luz de la blanca luna y, desnuda, nacería cada noche a otra intención. Este era su desafío. Y su victoria. Estaba atrapada. Lo sabía. Aunque no totalmente. Totalmente, no. Así empezaría.

Pero ¿qué había sucedido? La historia aprendida, durante el periodo del gobierno occidental, resbalaba por el azabache del porvenir alisándolo con cuentos de imperios. En el centro convulso de Asía, limitando al norte con Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán; al sur y al este con Paquistán; al oeste con Irán; y al noroeste con la República Popular China; con una extensión de 652.860Km2, de la que casi dos tercios es terreno montañoso; sin salida al mar; con una pluviosidad media de entre 500mm/a y 1.000mm/a; treinta y siete millones de habitantes y una densidad de población de 49h/km2 ---España, 505.935km2, cuarenta y siete millones de habitantes, y una densidad de población de 94h/km2--- Afganistán ---uno de los países más pobres de su entorno, aun produciendo casi el ochenta por ciento de la producción mundial de adormidera, base de la elaboración del opio y derivados como la morfina y la heroína--- además de ser conocido como una de las cunas del terrorismo internacional, lo es, también, como Cementerio de Imperios.

El Hindu Kusk, macizo montañoso formado por las prolongaciones occidentales de tres cordilleras, una de ellas el Himalaya, con más de cien picos que sobrepasan los 5.000 metros de altitud, y cumbres de 7.690 metros, ocupa la parte central del país, y dos terceras partes de la superficie del mismo. La sociedad afgana, ---compuesta por catorce grupos étnicos, según recogía la última Constitución, entre los que se encuentran: pashtunes, tayikos, hazaras, uzbekos, pashais, árabes, gujares, baluchis y otros, multiétnica y tribal--- afronta, en sus condiciones diarias de vida, un paisaje árido y seco, de clima continental extremo, con un gradiente térmico de entre -20 grados y 45 grados, que forma un tipo de carácter humano casi irreductible.

En las sucesivas invasiones que ha sufrido el país, ---entre otras, dinastía aqueménida persa, tropas de Alejandro Magno, dinastía sasánida persa, imperio seleúcida, árabe, turco selyúcida, mongol, y, tras alcanzar la independencia, el imperio Británico, en los siglos XIX-XX; la Unión Soviética, en el XX, y en el XXI la OTAN Y EEUU--- las diferentes tribus se han refugiado en el inhóspito paisaje para subsistir. Y defenderse. Y, según expertos, con la misma estrategia: retirarse hacia las montañas para conseguir que el enemigo se pierda en ellas. O desista. La dificultad, sin embargo, no estriba en conquistar Afganistán sino en sostener la continua guerra de guerrillas a la que los afganos, dirigidos por los diferentes señores tribales de la guerra, someten al ejército invasor, el cual, para prevalecer, e impedido de la posibilidad de mantener una lucha abierta, porque las características del terreno lo impiden, se ve obligado a adentrarse en abruptas y desconocidas montañas, de estrechos y nevados puertos, o a tomar las grandes ciudades a sabiendas de que el resto del país, dos tercios, queda sin conquistar.

Al tomar la segunda decisión, tras fracasar la primera, fenecen los imperios. Se sepultan. Aunque los haya, como el que acaba de retirarse que, empecinadamente, haya cavado su propia tumba, porque, a las características orográficas de la zona, ha de sumarse el que ha resultado ser un eficaz planteamiento estratégico de los insurgentes talibán, los cuales, antes de atacar las grandes ciudades, en manos del ejército aliado, han aislado el país, primero, cortando las vías de comunicación entre los centros urbanos; segundo, haciéndose con el control de la mayoría de los treinta puestos fronterizos, privando de este modo al Gobierno central de una fuente de ingresos, y se han asegurado a la vez el control de suministros, especialmente el de alimentos; y, tercero, abriendo un segundo frente en el norte del país, con el objetivo de evitar una posible reconstrucción de la Alianza del Norte,----coalición de milicias de distintos señores de la guerra que combatieron, en la década de los noventa, contra el poder talibán--- que ha impedido una contraofensiva de las provincias históricamente adveras.

Si a esto se une el socavamiento de las instituciones afganas por parte de las potencias internacionales, las cuales, en 2004, impusieron un régimen presidencialista que marginó al Parlamento y a los partidos afganos, o el acuerdo de Doha, antesala de la retirada actual, firmando por Donald Trump con los talibán, sin la presencia del gobierno afgano, internacionalmente reconocido; el recurso permanente, por parte los países aliados, de, para asegurarse lealtad, recurrir al soborno, al exceso de prebendas o a la corrupción --- el nivel de esta en los ministerios afganos alcanzó tal dimensión que, en 2006, el coronel Cristopher Kolenda, consejero del Ejército estadounidense, se refería a ella como “cleptocracia”, ratificada, en 2013, por el ex presidente afgano, Hamid Karzai, quien reconoció haber recibido de la C.I.A., “bolsas de dinero en efectivo, mensualmente, para distintos propósitos”; el costoso entrenamiento militar que se sabía no estaba dando resultados; el desprestigio aliado en la recuperación de las instituciones, ---en las zonas tomadas por los rebeldes estos han ido implantando tribunales de justicia gratuitos, de los que, según Martine Bulard , Le Monde diplomatique 13-09-21, entre la población rural afgana se dice: “Si eres rico, apela a los jueces del Gobierno: pagas y ganas. Pero si eres pobre, los talibán son tu única solución”; el desconocimiento absoluto de las múltiples lenguas que se hablan en el país; y, entre otras equivocaciones, la manipulación de datos referentes a las bajas que, oficialmente, se anunciaban menos de la mitad, el resultado tiene sentido.

La guerra no se ha perdido en unos días. La guerra no se ha ido ganando jamás. Los aliados ocuparon el país pero no lo pacificaron. No supieron. No pudieron. Y sin paz no hay victoria. Los talibán lo sabían. Lo han sabido siempre. Acaba de oír su nombre. Su hermano se acerca. Continuará cuando se aleje.

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