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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Cortar la pierna que no es

Archivo | El perro-robot 'Tefi', dotado con inteligencia artificial, es una propuesta de apoyo seguro para invidentes o personas dependientes. EFE/Cabalar

Ángel Sánchez Bahíllo

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No sé si alguna vez en los hospitales de Murcia un cirujano ha ido a amputar una pierna dañada e irrecuperable y, por error, ha cortado la sana. Si eso ha ocurrido debió de ser hace mucho tiempo, dado que ahora hay múltiples procedimientos de comprobación para evitar esos errores. Sin embargo, disparates de este tipo han sucedido, y siguen sucediendo en otros lugares. La misma existencia de protocolos de comprobación para evitar este tipo de equivocaciones evidencia que lo inconcebible a veces se hace real. Necesitamos entender por qué.

Cuando un cirujano realiza su procedimiento con un paciente sometido a anestesia general, tiene que tener en cuenta múltiples características de su objeto: el recorrido de los nervios para evitar provocar una lesión neurológica, la distribución de los vasos sanguíneos para minimizar el sangrado, etc. Sin embargo, resulta complicado que establezca una conexión emocionalmente significativa con el sujeto al que opera. La anestesia borra al sujeto de la ecuación, convirtiéndolo en objeto. Entiendo que antes de la invención de la anestesia, cuando las operaciones se realizaban en vivo, era más difícil equivocarse de pierna porque el sujeto que sufría la amputación participaba de alguna manera en la intervención.

También es posible equivocarse de paciente y quitarle el apéndice al de la habitación 218 en vez de al de la 432. El poder deshumanizante de los números es brutal. Resulta mucho más difícil confundir a Juan con Pepe que a un número con otro. Más allá de la deshumanización, un problema que plantean los números es el de la desemantización, el poder de hacer que nada tenga sentido. Resulta difícil construir significaciones a partir de los números. Aunque para cuestiones prácticas resulte operativo numerar, no es fácil identificar lo que tiene de persona el paciente 218.

Igualmente, podemos decir que un muerto es una tragedia, pero mil muertos son una estadística. La deshumanización y desemantización de los seres humanos mediante los números es algo maligno, propio de nuestro tiempo. Hay algo indigno en ser identificado con una cifra, aunque no se tatúe en el brazo, pero resulta tan habitual que ocurre hasta en la cola de la carnicería.

Para empeorar las cosas aún más, están los ordenadores. El Servicio Murciano de Salud tiene archivos informáticos que contienen los datos sanitarios de los ciudadanos; Hacienda tiene otros con datos económicos; algunas compañías eléctricas o de telefonía también parecen tener bases de datos con información de sus clientes, y de los que no son sus clientes; y desconozco a qué datos personales tienen acceso los grandes gigantes de internet. Basta un error para que se hagan públicos los datos sanitarios de un millón de personas, o para que Hacienda sancione a un ciudadano por las acciones que ha cometido otro. El mundo del número está regido por el absurdo.

La informatización convierte a los hombres en objetos fragmentados, desubjetivados y expuestos a las consecuencias de las acciones que operarios igualmente anónimos puedan realizar sobre ellos.

Cuando Ortega y Gasset hablaba de la anomia, o Kafka describía el sinsentido y la impotencia a las que se enfrentaba el hombre moderno, se quedaron muy cortos en comparación con lo que el siglo XXI ha venido a deparar. Los seres humanos se han convertido en marionetas de una horda de Eichmanns descerebrados a los que les da lo mismo una persona que un millón, una pierna que la otra, un sujeto que un objeto.

Y ahora viene la inteligencia artificial. Los ordenadores procesan personas como si fueran información y toman decisiones en las que se confunden animales con productos, procedimientos con objetivos, y derechos con costes. Cuestiones como la dignidad, la ética, el disfrute o el sufrimiento no tienen lugar en este mundo. No estamos construyendo terminators malvados, sino amos mecánicos que funcionan como marionetistas ciegos, que lo saben todo sin entender nada, que van dirigiendo cada vez más la carrera desenfrenada de los seres humanos en la rueda de hámster. Y todo envuelto en un absurdo cada vez más espeso que impide hasta respirar.

Yo creía que en el siglo XX habíamos descubierto en qué consistía la banalidad del mal. No tenemos ni idea, pero nos vamos a enterar.

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