El fallecimiento de José Luis Balbín, director del programa de televisión 'La Clave', nos brinda una oportunidad de recordar dicho espacio televisivo y pensar sobre su congruencia, o la falta de ella, con la mentalidad del momento actual.
'La Clave' era un programa semanal, orientado a debatir acerca de un tema. Comenzaba con una película relacionada con la cuestión, seleccionada por Carlos Pumares, cuando éste era la autoridad nacional en crítica cinematográfica, y continuaba con un largo y pausado debate entre expertos procedentes de ideologías y campos de conocimiento diferentes, que se prolongaba hacia la madrugada e, incluso, en alguna época continuaba en la radio cuando la emisión televisiva llegaba a su fin.
Entiendo que hoy no sería posible hacer este programa (el hecho de que no haya nada parecido en antena nos da una pista al respecto) y quisiera justificar mi apreciación, contrastando las características de 'La Clave' con nuestro 'zeitgeist', con el modo de pensar y funcionar que impera en nuestra época.
Dejo de lado la cuestión de los derechos legales acerca del nombre o el formato del espacio televisivo, que ha sido causa reciente de controversia, y me centro en el contenido del programa.
Comenzando con la emisión de la película, la hipertrofia de la publicidad en los canales privados de televisión haría hoy prácticamente imposible empalmar aquella con un debate de cualquier tipo. Los españoles arrastramos desde los tiempos de 'La Clave' la facilidad para trasnochar y dormir poco, lo que plantea un problema de salud pública que merece ser abordado en otro momento. A pesar de ello, todo tiene un límite, y sería inviable comenzar un debate más allá de la medianoche, que es cuando acaban las películas nocturnas. La televisión pública no tiene este problema, pero ha sido abandonada por la audiencia y está muy lejos de constituir el referente cultural de los tiempos en los que todo el país veía un solo canal.
Más importante me parece la dificultad que tenemos en nuestra sociedad polarizada de afrontar un debate entre perspectivas diferentes. Los distintos medios de comunicación (televisión, radio o prensa escrita) tienen unas líneas editoriales restrictivas orientadas a promover unas ideas muy concretas (o a unos partidos políticos, o a unas personas determinadas), limitación que se extiende a unos medios públicos que sirven al gobierno de turno en vez de al pueblo o al Estado. El resultado es que en las tertulias actuales los distintos participantes están de acuerdo en todas las cuestiones esenciales, frente al medio vecino en el que los contertulios coinciden en justo lo contrario.
Otra cuestión relacionada es que los debates actuales están protagonizados por 'la pandilla de siempre' y no por expertos en el tema a tratar. Esto no se debe sólo al problema de sectarismo abordado anteriormente, sino también a la desconfianza postmoderna en la figura del 'experto', entendida como una lacra propia de sociedades elitistas. En tiempos de relativismo y 'postverdad' nadie sabe más que nadie y todos somos iguales (aunque luego unos sean más iguales que otros).
Más allá del contenido, la forma de 'La Clave' es difícil de encajar en nuestra sensibilidad actual. El foco de aquellos debates se situaba en las ideas, en las palabras, situándose en un segundo plano el aspecto interpersonal: no destacaban la ostentación del vanidoso que pretende saber más que los demás, ni el avasallamiento del soberbio que trata de someter al 'contrario', ni la crueldad del combatiente dialéctico que interrumpe y humilla al adversario con un 'zasca'. Eso no quiere decir que no hubiera violencia dialéctica, había tanta como en una partida de ajedrez en la que se pretende destruir al contrario, pero no era aparente en las formas, lo que resulta aburrido para una audiencia acostumbrada a focalizar su atención en gritos, luces, explosiones y algarabías varias durante cortos periodos de tiempo. La dificultad de pensar y de focalizar la atención que tiene nuestra sociedad le haría extremadamente difícil seguir un programa como 'La Clave'.
Resulta icónica la pipa de Balbín, en un programa en el que era habitual que los contertulios fumasen. A pesar del relativismo de nuestro tiempo y de la falta de referentes tanto epistemológicos como morales, hay algunas consignas que se han impuesto, como la proscripción del tabaco en los hombres de bien, en nombre de la salud o de otros ídolos de nuestro 'zeitgeist'. En la rigidez de estas consignas podemos apreciar la pérdida de algunos grados de libertad respecto al postfranquismo, lo que resulta paradójico.
Entre estas pérdidas de libertad, la que más me duele es la derivada del deterioro de la capacidad de pensar y debatir, con el ominoso futuro que augura: si no resolvemos las desavenencias hablando en el ágora, nos arriesgamos a hacerlo a garrotazos o en las trincheras.
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