Soy trabajadora social en un centro del Servicio Murciano de Salud (SMS). Aunque mi cuerpo y mente a veces me dicen que pare y, aunque siento que ya no puedo más, sigo trabajando. Porque hay heridas que no se ven en un TAC ni se curan con pastillas: personas cuya salud está rota no por enfermedades, sino por el abandono, la pobreza, la violencia o la soledad.
Llevo cinco años trabajando en el sistema sanitario público y estoy convencida de que somos esenciales. Sin trabajadoras sociales hay un vacío enorme en la atención a los pacientes, un vacío que hoy se cubre con nuestra salud mental, con trabajo fuera de horario y una vocación que empieza a doler.
En teoría, soy parte del Equipo de Atención Primaria (EAP). En la práctica, soy una para todo: mujeres víctimas de violencia, menores con historias dolorosas, personas mayores que mueren solas, familias sin agua, pacientes con enfermedades mentales sin apoyo, personas sin hogar. Más de 25.000 personas a mi cargo, repartidas en dos municipios, entre centros y consultorios. Mi jornada transcurre saltando entre lugares, adaptándome a equipos y realidades sociales diferentes porque lo social no se organiza por agenda ni entiende de horarios.
Además, debo coordinarme con muchos servicios externos como Servicios Sociales y ONG sin un espacio fijo, ni teléfono directo, por lo que dejo mi número personal para casos urgentes.
Dentro del sistema, muchas veces no saben lo que hacemos. “La que tramita ayudas”, dicen. ¡No! Acompañamos en procesos dolorosos, detectamos sufrimiento social, contenemos el llanto ajeno mientras tragamos el propio. Sí, apoyamos en la solicitud de ayudas, pero sobre todo, somos testigos de la parte más oscura del sufrimiento humano. Sin embargo, seguimos siendo invisibles para quienes no nos ven en la sala de curas.
En 2022 se anunció la creación de una Unidad de Trabajo Social Sanitario en el Área I, pero tres años después no ha cambiado nada. Nos llenan de discursos vacíos sobre la importancia del trabajo social y la salud comunitaria, pero no hay inversión real. En algunas áreas no cubren ni nuestras vacaciones; siendo el único cuerpo del EAP que no se sustituye. Como si las urgencias sociales entendieran de calendarios.
No quiero que me llamen vocacional ni que me aplaudan. No soy una heroína, soy una profesional que pide poder tratar con dignidad a los pacientes que no son solo cuerpos, sino personas con historias sociales complejas.
Mis compañeras —médicas, enfermeras, administrativas, auxiliares— sí me entienden. Ellas saben que hay cosas que no se curan con recetas, que mi intervención puede cambiar vidas. Me dicen: “Tú haces que esta persona tenga una oportunidad”. Y eso me recuerda por qué sigo, aunque a veces no pueda más. Porque en cada historia hay un grito de auxilio. Y aunque nadie nos escuche, nosotras seguimos escuchando. Si no lo hacemos nosotras, ¿quién lo hará?
No busco dar pena, sino abrir los ojos. Quizá alguien en la Consejería murciana de Salud lo lea y entienda que no se puede humanizar la sanidad sin contar con nosotras. Esta no es solo mi realidad, sino también la de muchas compañeras y compañeros que vivimos la falta de recursos, el desconocimiento, las plantillas insuficientes y las condiciones que nos desbordan. Seguimos luchando por una atención digna y humana.
Gracias por leerme. A veces, solo eso ya es un comienzo.
— Una trabajadora social más, en una sanidad que aún no nos ve del todo.
*Inés Carbonell Aguirre (Trabajadora Social y Responsable de Juventud de la FSS-CCOO Región de Murcia)
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