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Procesión de Santa María. Dispuesta, presidida y contada por el rey Jaime I El Conquistador

Procesión de Santa María. Dispuesta, presidida y contada por el rey Jaime I El Conquistador

Antonio Martínez Cerezo

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A José María Falgas, que me invitó al «Rescate».

A Alberto Sevilla, que nos deleitó. Y a toda la Cofradía.

La procesión de Santa María tuvo lugar en Murcia en la mañana del 2 de febrero de 1266. Su trascendencia excedió al limitado alcance de una procesión. Y quien la predispuso, presidió y contó fue un hombre de sólida fe mariana, el rey Jaime I el Conquistador (1208-1276), cuyo desmedido amor por Murcia la ciudad de sus amores se niega a reconocérselo. Sin que se sepa por qué.

Asistiendo, ayer tarde, al conmovedor discurso de presentación de la revista «RESCATE» pronunciado por Alberto Sevilla, amigo de tantos años y compañero de tantas inquietudes, en la sede de la cofradía, a un costado de la Iglesia de San Juan de Dios, por lógica asociación de ideas pensé que eso, precisamente eso, fue lo que hizo precitado rey don Jaime. Quien, al romper el año 1266, vino al RESCATE de Murcia, a rescatar Murcia de moros (en expresión de época). Sin él, nada habría sido tan fácil como fue. Si fácil puede llamarse a dedicar un mes de paciente asedio a la amurallada ciudad de Murcia (osidionem Murciae), en tiendas de campaña, con ventoleras y heladas, escarchas, lluvias y relentes. Pero el rey tenía muy claro que si cerraba todas sus vías de aprovisionamiento, sin víveres y sin apoyos, la sitiada fortaleza murciana no tendría más remedio que rendirse. Acto que se consumó, con acuerdo suscrito de palabra, el 26 de enero. El 29 se desocupó el alcázar, el 30 se ocupó la fortaleza, el 31 subió el rey al alcázar y divisó la vega en torno. Murcia ya era suya. Pero tan sabio rey tuvo siempre muy claro en su cabeza que un «rescate» de ese porte, el reintegro de la plaza musulmana al orden cristiano, merecía un acto especial.

Y lo hubo. Fue el 2 de febrero de 1266, martes. Mal que le pese a quienes borricamente se empeñan en tergiversar la historia por no dar su brazo a torcer. Esa mañana, de hace setecientos cincuenta y un años, don Jaime quiso festejar debidamente lo que era muy de celebrar. Y a tal efecto, dispuso la entrada oficial en la ciudad de Murcia, en solemne procesión. Nótese bien, en procesión. De fuera adentro. Desde el campamento que él mismo había ocupado con la tropa. Para probar a su abnegada hueste lo mucho que le importaba, el impagable reconocimiento que le debía. La cabecera de la procesión debió formarse más o menos por la actual calle de la Herradura, al sur de la Condomina oriental. En aquel lugar de huertas y sotos, se formó la procesión, que el propio rey encabezó. La procesión de Santa María. Única imagen que procesionó, con cruces altas, en alto, exhibidas. Personajes de tan noble fuste que los tiempos murcianos no han vuelto a ver nada parecido. El rey de Aragón, el adelantado (representante del rey Alfonso X El Sabio), dos hijos del rey don Jaime, futuros reyes, y un hijo extramatrimonial, amado y reconocido, dos obispos (el de Barcelona, Arnau Gulp, y el de Cartagena, el franciscano fray Pedro Gallego), tres órdenes militares (Temple, Hospital y Uclés), nobles, arqueros, ballesteros, clérigos, gente de bien, conquistadores... O por asociación de ideas, rescatadores, los del Rescate, los que recataron Murcia, ya para siempre, para la fe cristiana, el orden occidental y la lenta causa de la Reconquista.

El primer tramo de la procesión de Santa María fue militar, político, civil, oficial, protocolario. Con un propósito claramente manifiesto: la toma oficial y solemne de la ciudad de Murcia, su rescate del islamismo y reintegro a la religión predominante en Occidente. Y el segundo tramo, religioso. Una colectiva proclamación de fe. Ante la mezquita aljama, la principal del la ciudad, la comitiva se detuvo. En un punto que cabría situar en el lugar que hoy ocupa la plaza de la Cruz, la puerta del Pozo, por ahí...

La entrada de los procesionistas en la mezquita se presume de una emotividad inconmensurable, uno de esos actos que hacen saltar el corazón en el pecho y anudan la garganta. Las cruces altas, alzadas, exhibidas, procesionadas claustralmente. El altar con la virgen María y el Niño abriendo los brazos a los creyentes cristianos. Flores e incienso. Todos cantando, entonando a una, con gran emoción el Veni Creator Spritius.  Los dos obispos co-celebrando la misa Salve Sancta Parens, con sus cléritos y acólitos.

Y el rey, el primer nazareno murciano con nombre y apellidos que la historia registra, de rodillas ante el altar de Santa María, gimiendo, llorando, emocionado hasta el hueso, dándole gracias por haber intercedido ante su Hijo para que Murcia fuera por siempre cristiana, mariana. Ay, cuánto lo habría celebrado Fuentes y Ponte, tan abusivamente citado por quienes no se han tomado la molestia de leerle. Murcia de Santa María. Por Santa María de Murcia, que así quedó consagrada. Y así debía hoy recordarse y celebrarse y festejarse. Porque de bien nacidos es ser agradecidos.

Jaime I rescató Murcia. Jaime I el del Rescate. El del Rescate de Murcia. Y a más favor, su testimonio, su propia palabra, puesta por escrito en el «Libro de los Hechos» y universalmente propagada desde entonces en diversas lenguas y paises. Imperecedera y universal memoria. He traído conmigo a Murcia copia de las principales páginas donde consta «el hecho murciano» en los cinco códices principales de la obra autobiográfica del rey don Jaime. El latino de Marsilio de 1313, el manuscrito de Poblet de 1343 y el de 1380, el procedente de la biblioteca del duque de Orsuna datado 1400-1500 y el de 1500-1600, con la primera transcripción al español: la de Flotats y Bofarull de 1848. El facsímil del manuscrito de Poblet (1343) quedará depositado durante un mes para quien quiera verlo, antes de volver a mi biblioteca.

Con estos mimbres cualquier otra región o ciudad española haría un cesto de cuya virtud no pararían de hablar, año tras año, todos los medios de comunicación nacionales. De la procesión dispuesta por el rey don Jaime tenemos el pormenorizado testimonio del propio rey don Jaime, apasionado y fiel relato. ¿Nos daremos alguna vez cuenta de lo que supone esto que nosotros tenemos y otros darían lo que no está escrito por tener?

*Antonio Martínez Cerezo es escritor, historiador y académico

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