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El bimilenario de la crucifixión de Jesús

Domingo de Ramos en Murcia / Encarna Talavera

Antonio Martínez Cerezo

Murcia —

Dos mil años de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret se van a cumplir muy pronto, dentro de unos diez años, para el año veintinueve a poco más o menos. Dos mil años de cristianismo, de cristianidad, de era cristiana.

El Vaticano no se sabe si lo sabe, pues nada ha dicho al respecto. La luna de Nisán, sí lo sabe. Y el historiador, también. El historiador conjuga hechos con fechas. Hechos puestos en sus fechas. El historiador no cree en todo, pero cree que todo debe ser investigado. Jesús nació en Belén cuatro años antes de Cristo, según los cronólogos mejor informados. Los datos disponibles no son cuantiosos. Pero sí categóricos. El análisis crítico de las fuentes existentes confirma la existencia histórica de Jesús. Nacido en un pesebre por falta de posada, según los exégetas, el hijo de María y José sobrevivió al edicto exterminador de Herodes, fallecido cuatro años antes de la era cristiana.

Añejos testimonios hay de Tácito, Plinio el Joven, Suetonio y Flavio Josefo, entre los escritores romanos. Más ciertos textos rabínicos, apuntes hebreos de los primeros cristianos, evangelios apócrifos y canónicos, papiros en rollos tan antiguos que triscan al posar la vista en ellos y manuscritos pajizos con letras endemoniadas, dispuestos en todas las formas imaginables. Todos de unos dos mil años atrás.

Ya con motivo de su presentación en el templo, el profeta Simeón tuvo al Niño por Mesías. Y la terribilidad de su amargo vaticinio resuena en los eucologios romanos: «Una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 34-35). Primer dolor de la Virgen. Que, en Murcia, procesiona en Martes Santo con tan precisa advocación. Día vendrá, en efecto, en que la espada traspase el alma de María. Mientras tan tremendo día llega, su hijo, habido por obra y gracia del Espíritu Santo, cumple al pie de la letra su sacrificial misión: la fundación de la religión y de la iglesia cristiana.

Enviado por el Padre para la salvación del mundo, el Nazareno va de prédica en prédica, expresándose en parábolas, cumpliendo con filial obediencia el fin mortal a que está predestinado. Predicando entre Galilea y Judea, lleva consigo un selecto grupo de seguidores, base de la primera comunidad cristiana de Palestina. Su vía crucis ya ha comenzado. Su vía pasional se inicia antes, mucho antes, de cargar físicamente con la cruz, de ir con la cruz a cuestas, de recibir en la espalda los azotes, de sufrir en la frente las espinas y la lanzada en el costado. Por la literatura existente, su corta vida, treinta y tres años, fue un entero vía crucis.

A poco que se reflexione, se percibe que en torno suyo todo apuntó siempre a Semana Santa en Jerusalén. Algo que sus seguidores de entonces ignoraban. Lo que estaba por venir inexorablemente, lo que iba a ser la Semana Santa, lo que habría de ser. En términos estrictos, la última semana de la Cuaresma, desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección.

El Concilio de Nicea (325) lo estableció en términos sumarios: «Fue el viernes anterior al Sabbath en que los judíos celebraban la Pascua cuando Jesús murió en la cruz. Y, por lo tanto, la resurrección se produjo el domingo siguiente, el primero tras la luna de Nisán». De tan estricta doctrina, parte la conmemoración anual cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Que, en el orbe cristiano español, goza de grandísimo predicamento. Como prueban las innumerables procesiones de Semana Santa que en ninguna localidad española faltan, por pequeña y humilde que sea, de norte a sur y de este a oeste, en infinita sucesión de pasos, tronos, desfiles penitenciales, cofrades, anderos, nazarenos, alumbrantes y hasta disciplinantes, con pesadas cruces al hombro y algunos con los pies descalzos, sangrantes por el camino.

Para el año veintinueve, la luna de Nisán no faltará a su cita anual de Semana Santa. La luna de Nisán es puntual y tiene muy buena memoria. Ay, si esa luna llena, tan hermosamente llena, hablara entonces. Qué no diría a quien quisiera escuchar su relato en directo, su fiel testimonio, de dos mil años atrás.

Diez años pasan volando, están como quien dice a la vuelta de la esquina. Los actos conmemorativos del bimilenario de la crucifixión de Jesús en el Calvario deben comenzar a prepararse sin prisa ni pausa, con tiempo, de inmediato, ya. Iglesia, clérigos, cabildos, cofradías, estantes, nazarenos, pregoneros, alumbrantes y fieles tienen la palabra. El historiador, que conjuga hechos con fechas, cumple con señalarlo.

* Antonio Martínez Cerezo es escritor, historiador y académico

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