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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

Los responsables de las opiniones recogidas en este blog son sus propios autores.

Yoko

Yoko

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Mi idea inicial era haber escrito hoy sobre López Miras y la reforma de la Ley del Presidente, de la deriva demencial de la política regional. Pero no será así. En su lugar hablaré de algo más importante: nuestra perrita, Yoko, falleció el pasado 24 de junio de manera inesperada. Después de una cirugía ordinaria, no pudo remontar el proceso de reanimación y, con apenas un año de vida, su corazón colapsó. No pretendo redactar un artículo ñoño, contando mil anécdotas de nuestra convivencia diaria y recordando su vida como una especie de personaje secundario de las nuestras. No. El primer propósito de este breve texto es aprovecharme de la oportunidad que tengo de escribir en un medio de comunicación como éste, y dejar una huella de la vida de Yoko. Me aterra pensar en el absurdo de que un ser nazca, viva un año y desaparezca sin dejar rastro, permaneciendo solamente en la memoria -cada vez más tenue y normalizada- de los que convivieron con él. Que pueda ser incluso “sustituido” por otro perro y gato, como si fueran existencias intercambiables. Cada vida es un absoluto. Y la de Yoko, por inclusión, también. Con este artículo quiero que cuando alguien, buscando por Google, se encuentre por casualidad con una entrada cuya referencia es “Yoko”, sepa que, alguna vez, en una ciudad de España llamada Murcia, vivió una perrita cuya corta existencia fue muy importante para quienes la conocieron. Se trata de construir memoria. De garantizar una modesta eternidad que dote de sentido a lo que no lo tiene: una muerte tan temprana, tan cruel, tan injusta. Internet se ha convertido en nuestra memoria colectiva y en la garantía de existencia de las cosas. Y con estas palabras sé que, al menos, el nombre de Yoko y su imagen formarán parte de nuestra realidad.

La sociedad no tolera el dolor. Quizás porque contemplar el padecimiento de los otros nos recuerda nuestra vulnerabilidad. Y, en una sociedad tan nefastamente viril como la que vivimos, la debilidad es un motivo de mofa y de penalización. A los muertos hay que llorarlos lo justo, dentro de la lógica, para que el escándalo de su desaparición no manche el postureo vitalista y el sentido productivista del sistema. Quien llora demasiado es tachado de enfermo y de depresivo, clasificado socialmente como un inmaduro. Esto sucede cuando se pierde a un humano querido; con que imaginemos lo que pasa cuando se trata, por ejemplo, de un perro o de cualquier otro animal no-humano. El entorno te transmite, entonces, una violencia difícil de soportar. El dolor que sientes es rebajado por los que te rodean como un “dolor distinto” –“hay cosas peores”, te espetan. Se tolera sufrir por un animal fallecido, pero no que tu dolor se pueda asemejar al que corresponde socialmente a la pérdida de un humano. Expresiones como “qué pena” o “una lástima” llevan implícitas esta limitación moral que se impone al sufrimiento por la muerte de un animal. Y yo me rebelo contra esto. En este preciso momento, el dolor que siento por la desaparición de Yoko es el más brutal y desgarrador que soy capaz de sentir. No lo comparo con nada ni con nadie, ni lo jerarquizo en función de la especie a la que pertenece. Su súbita ausencia me ha dejado arrasado, desolado, perdido. Me cuesta transitar por los lugares por las que paseaba con ella. No puedo mirar a los desagües de las calles porque recuerdo la manera en que los saltaba cada vez que se topaba con uno de ellos. El dolor por la pérdida de un ser querido es un dolor incomparable al de otros casos y situaciones. No lo puedo relativizar. Me parece éticamente abominable. Ojalá no sintiera esta devastación interna y lo que siento por ella lo pudiera canalizar de una manera menos agresiva para mí. Pero es lo que hay. Y necesitaba escribirlo. Porque solo escribo de aquello que me importa y me parece relevante. Y, por una vez, aparco el análisis político y la crítica artística y literaria para hablar de Yoko. Y que su historia no finalice absurdamente en el frío quirófano de una clínica veterinaria. Porque se lo merece y porque quienes la queremos lo necesitamos.     

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