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UNA MURCIANA EN LA ANTÁRTIDA

Traviesa travesía: ¿reírme o llorar?

Observadores jugando en el comedor de oficiales con la pistola de marcaje para peces

Amparo Burguillos

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La ruta continúa, y las primicias no son muchas, seguimos rumbo hacia el este y sin cambios en el frente. Mar de Tasmania nuestro primer destino, la primera parada. Apenas nos quedan días de autorización para faenar por la demora en zarpar, y tras la solicitud de prórroga, seguimos sin saber de tiempos ni de cuándos. El secretismo piramidal que prevalece en el modus operandi de la mayoría de los barcos no ayuda en demasía, y con selectivas micro dosis de información, “los de abajo” nos vamos enterando de la novedad. Según sea tu labor e inherente a ello, la cubierta en la que se halle tu camarote, así serán tus privilegios, tus espacios vitales, el valioso conocimiento al que accedas, e incluso a veces, los manjares culinarios con los que te deleitas.

Cada meridiano que atravesamos se va traduciendo en la acumulación de horas de diferencia con respecto a nuestro punto de referencia, que siempre es el hogar, y con una menor duración de oscuridad. De momento ya van 7 h, y J. (oficial de máquinas), compañero que ameniza las comidas y cenas con adivinanzas y juegos de magia, ha diseñado un reloj de cartón de doble aguja en el que simultáneamente se marca la hora local y la hora familiar. Y es que con algo hay que entretenerse. No todo puede ser trabajar, y aquí, el tiempo de ocio es vital. Con wifi intermitente, en el mar, es primordial que cada cual tenga o genere sus propios recursos para mantener entretenida sustancialmente su mente y no caer en la desidia y apatía. Eludo al cuerpo porque ni la holgura espacial, ni el ambiente, ni el balance, son aptos para el deporte o bailar.

El ocaso que rara vez contemplamos por las bajas nubes grises se aproxima hacia las 8 de la tarde, y los primeros rayos de luz emergen antes de las 2 de la madrugada. Los relojes internos lo perciben, el ritmo circadiano se apresura en reajustarse, y para ayudarlo: unas gotitas de seguir horarios, una pizca de crear rutina y unos gramos de equilibrio en los hábitos.

Todavía no hemos vislumbrado icebergs, pero la nieve nos seduce casi a diario y el frio polar ha venido para quedarse. Ya han sido repartidos los refrescos y el tabaco que siempre viajan a bordo, los trajes de frío y todo el material necesario para la misión de investigación. El cebo para la pesca ya está descongelado. El aparejo, dispuesto. Ya está todo listo, y todos preparados.

Vivimos en el “Gran Hermano del Mar”, la versión al tripulante adaptada de lo que sería el Show de Truman, con toques y aromas de un laxo servicio militar: hay cámaras con micrófonos, y donde no las hay, pareciera que las hubiera también. Siempre hay ojos que sigilosamente observan, oídos que atentos escuchan conversaciones ajenas (incluso detrás de las puertas, los viejos del visillo del mar), convivencia 24/7 y las tensiones se empiezan a palpar. Los chismes, cotilleos, murmureos y críticas no faltan, se adjudican gratis, pero no a todos por igual. Siempre hay personal de guardia, por lo que en guardia siempre aguardo por lo que pueda pasar. El barco nunca duerme, al igual que la ciudad. Y que no sea por no pedir y soñar, no me importaría en absoluto, incluso agradecería, que empezaran las nominaciones y que alguno fuera expulsado y devuelto a su dulce morada. ¿Se imaginan? ¡Adivinen y hagan especulaciones de quienes serían los primeros en abandonar! Más no puedo contar, y no se si reírme o ponerme a llorar.

Me refugio en aquellos que aconsejan, que evidencian nobleza y generosidad, y evito el confesionario de nuestro Gran Hermano particular. Unos te cuidan, como los cocineros y camarero, que a veces me traen comida recién horneada al camarote para almorzar o merendar, otros casi te ignoran, y los que menos, te intentan sutilmente pisar…Espejo del mundo actual. En este aspecto, la fortaleza mental es la mágica llave, la clave hacia la risa y el disfrute o hacia el conflicto y pasarlo fatal. A veces lo vivencio como comedia, otras, drama, pero siempre de fondo, telenovela mexicana.

Y como reflejo de ese espejo, el microsistema de un buque funciona igual. Es una fiel representación de la sociedad: los panaderos que inauguran el día, los ejecutivos del puente, los obreros marineros, los mecánicos de máquinas, el director del capital capitán...y a veces, en este entramado, enrola también el observador, condecorado como el policía del mar.

Nuestra figura suscita tensión, recelo, preocupación e incomodidad, más luego la imaginación que cada uno añade a tu profesión y a tu intención. Somos el “enemigo”, quienes podemos poner en jaque su oficio y salario. Por lo que además de cumplir con la tarea científica, se nos carga con esfuerzo extra en lo que concierne a las relaciones interpersonales para poder tener una convivencia cordial, junto con el hándicap de manifestar de múltiples formas que vienes en son de paz. En mi caso, además, declarar a menudo que aunque lleve una alimentación vegana, soy ecologista pero no radical, y justificar constantemente sin palabras que, aunque sea MUJER, soy igual de apta, competente y profesional que cualquier hombre con mi misma función. Desgraciadamente, todavía hay mucho que cambiar, pues siguen reinando los prejuicios, estereotipos, sexismo y machismo.

Es la primera vez, y primera marea, que comparto experiencia con otro biólogo, conformando entre ambos el equipo investigador. Jemaine es de Cape Town, padre de 3 hijos, 37 años, y más de 13 años dedicados al mar. Es el observador científico asignado por el organismo de ordenación pesquera de la Antártida. Es apoyo y sostén, alegría y tranquilidad, y con su energía “rastaman”, todo lo transforma en relatividad, en una broma, en un “peace and love” en cualquier situación.

Así que por más que aparezcan dificultades y frentes, aguaceros y agoreros, no me dejo arrastrar. Pongo el foco en lo positivo, me deleito con lo pequeño, aquello que constituye a lo grande, me complazco con lo sencillo: ese efímero instante en el que la espuma de las olas impactan la proa y bendicen mi ser las gotas que brotan; mis fieles amigos petreles y albatros que en incansable vuelo escoltan mi travesía; un rayo de caliente sol; la grata y lozana pausa de alterne los domingos que con cerveza, vermut y aperitivo, transformamos y renovamos la realidad diaria, transportándonos a una paradisiaca terraza rodeada de agua en la que suena lejano un maestro de lirica forma. Y dice, recordándome así…

Vivir para amar, un soplo de brisa

La vida, cualquier forma de vida

En la lucha desigual

En un mundo que naufragará

Si no defendemos cualquier forma de vida natural

Si no me inquieta un mundo asfaltado, sin vida

Sabré que andar, sentir

Es un sencillo vaivén

Y a ratos, alejarme de mí

Hará más liviano el peso de mis alforjas

Sabrás que despertar

A ese sencillo vaivén

Tan solo es respirar y dejarse llevar

En los ánades migrando

En un manzano o en la grandiosidad de un iceberg

Sabré que andar, sentir

Es ir más lento, parar

Y a ratos desprenderse, que al fin

Pureza del aire colma el pecho y las ansias

Sabré que despertar

A ese sencillo vaivén

Es lento; es arribar a serenos confines.

Manolo García

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