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En primera persona

Así hablo con mis hijos de relaciones, poliamor o sexo para que entiendan que 'lo normal' pueden ser muchas cosas

Niñas y niños durante el primer día de vuelta al colegio.

Germain Ramon

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Afrontar el paso de la monogamia al poliamor depende de muchos factores que interseccionan, desde el contexto cultural, político y económico de cada persona hasta sus privilegios, limitaciones u opresiones. Por eso, para muchas personas puede ser algo súper complejo o imposible de asumir y para otras, algo que va rodado. En mi caso, este cambio ocurrió en un momento de mi vida en el que me sentía un hombre cis-hetero con dos hijos y me encontraba con ideas bastante arraigadas y estructuradas de “cómo debía ser” mi papel como padre, pareja y cómo debía conformarse una familia. El proceso no fue fácil y es algo en lo que sigo trabajando, descubriéndome día a día, pero al ser padre ineludiblemente concluí que todos estos cambios afectaban a mis hijos, y sinceramente, no tenía ni idea de cómo encararlo.

Vengo de una infancia en la que las relaciones y la sexualidad se trataban como tabú, en ocasiones se omitían y en otras, se enfatizaba la idea de que siendo niño ya tenías que tener novia o tenía que atraerte alguien, aunque nadie te informaba de a qué te enfrentabas ni te daban posibles herramientas para gestionarlo. Como a muches, fueron la tele, las revistas y los rumores quienes me iban dando pistas de “cómo tenía que hacerlo” pero no de plantearme “cómo me gustaría a mí”.

Es algo que reproduje inconscientemente cuando empecé la crianza de mis hijes. Cuando empecé en las no monogamias, sentía un nudo en el estómago con la idea de que fueran partícipes de que me relacionaba fuera de 'lo normal, y peor aún, en lo catalogado como liberal, promiscuo o irresponsable. El mayor tenía 6 años y el pequeño 4 y lo primero que me nació fue ocultarlo u obviarlo bajo el tópico de “no están preparades para eso”, cosa que a día de hoy me parece lo más cómodo pero lo que trae las peores consecuencias. Por herencia de la monogamia como norma y los diferentes tabúes, pensaba que iba a exponerles a una hipersexualización desmedida y salvaje que les traumatizaría patológicamente.

Hablarles sobre el tema se volvió mi asignatura pendiente, no paraba de idear maneras de explicárselo ya que, indirectamente, estaban recibiendo una referencia por mi parte, y yo estaba evitando la incomodidad de hacerme cargo de cómo quería que interiorizaran ese ejemplo. Hasta que entendí que si no hacía algo al respecto, perpetuaría en ellos la dinámica y perspectiva de las relaciones tradicionales que tenemos hasta ahora, y que en un futuro se verían en situaciones parecidas o peores a las que he vivido yo en mis experiencias afectivas y sexuales. A mi parecer, flaco favor les hacía si continuaba así.

Poco a poco

Al igual que en todos los cambios de mi vida, entendí que debía ir poco a poco para saber recibir sus interpretaciones e inquietudes. Me di cuenta de la película tan compleja que tenía montada en mi cabeza de adulto y que no se asemejaba en nada con la hoja en blanco que tenían ellos respecto a todo este tema. Cuando empecé a vincularme asiduamente con una persona diferente además de con su madre, descubrí la oportunidad de dar los primeros pasos: compartirles la parte emocional progresivamente y hacerles conscientes de que había otra persona en mi vida, a la que quería mucho y quería que tuviera una importancia en nuestra red familiar. Para mi sorpresa, en ellos resultó ser motivo de entusiasmo y celebración, expectantes de conocer a esa persona, jugar y compartir con alguien que a papá también le hacía feliz. Había momentos en los que esa persona no podía estar o venir, y les contaba que le echaba de menos y que me sentía un poco triste o nostálgico. Esto les llevó naturalmente a despertar y practicar la empatía y la compasión, y les nacía sostenerme y darme ánimos o simplemente abrazarme si me veían llorar.

La cosa fue evolucionando con el tiempo, ya que como sabemos las relaciones fluctúan y a veces hay despedidas, o separaciones, como la que vivimos su madre y yo que, en medio de todo este conocimiento, terminamos tomando caminos diferentes. Gracias a todo esto, aunque en ocasiones era incómodo y doloroso, también me di cuenta de que les daba la experiencia de gestionar frustraciones, duelos y de pensar en cómo podemos acompañarnos y sostenernos, cosa que los adultos de nuestra generación muchas veces solo evadimos.

Con el paso de los años, empezaban las inquietudes sexuales y volvían las dudas a mi cabeza, pero con la experiencia de lo vivido, volví al paso a paso. Ya desbloqueaban la emoción 'estar enamorado', comenzaron a etiquetar las relaciones, a pensar en si esa persona es “novia/o”, “amiga/o” etc, también a catalogar las demostraciones de afecto y, por la asociación de lo que ven en las pelis y viven en el cole, a mostrarse vergonzosos de si te besas con una persona o con dos.

En este momento, ya notaba que tenían una idea formada de “cómo funciona el mundo” y la opción que me resultó mas respetable fue la de cuestionar lo que planteaban, como lo hago conmigo mismo, y que fueran ellos a través de sus respuestas quienes descubrieran y validaran su propia opinión. En una ocasión, salió en una conversación la palabra “follar” y en seguida el mayor exclamó que eso no se podía decir, entonces le pregunté, sin juicios:

– ¿Por qué no se puede decir?

–Me han dicho que es una palabrota.

– ¿Qué significa esa palabra?

– Que dos personas se meten en la cama desnudos y se besan.

– ¿Y qué tiene eso de desagradable o irrespetuoso para que sea una palabrota?

Y así es como socialmente seguimos transmitiendo la misma visión adulta, y quizá muy afectada por la pornografía, de compartir un momento de intimidad e interacción sexual. Un momento que, cuando sean adultos, necesitarán experimentarlo a su manera y requerirán herramientas para disfrutarlo y gestionarlo con normalidad.

Gracias a toda esta experiencia, que es bastante compleja, llena de altibajos y de la que sé que aún me queda camino por recorrer, rescato otro beneficio más de cuestionar el cómo nos relacionamos y la responsabilidad que nuestras vinculaciones tienen para la sociedad y el futuro: podemos contarles todas las historias que que queramos a nuestros hijes, transmitirles la mayor información posible, pero siempre nuestra acción valdrá más que mil palabras. Por eso no paro de preguntarme: ¿esto que vivo es lo que quiero que entiendan que es 'lo normal' más adelante?

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