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Cómo gestionar la muerte con los niños: hagámosles partícipes de los ritos y evitemos los “está en un lugar mejor”

Un niño lleva flores al lugar del accidente de tren en Santiago de julio de 2013.

Belén Remacha

Es una escena habitual, al menos en la España urbana: en los entierros solo suelen participar adultos. Se sustenta con algunos datos, como los del 'Estudio de investigación sobre el duelo infantil', llevado a cabo por el servicio de Funerarias Albia, que concluye que solo uno de cada cuatro niños y adolescentes participan en actos de despedida a familiares, y el porcentaje es casi nulo si nos referimos a menores de 8 años. “Tradicionalmente, se ha solido aislar a los niños de estos procesos para protegerlos, pero con esta sobreprotección lo que se ha conseguido ha sido convertirlos en adultos con falta de herramientas”, resume la psicóloga infantil Ainhoa Plata. “Aislando a los niños de un proceso natural, aunque doloroso, los estamos haciendo vulnerables en el futuro ante las pérdidas que irán experimentando”.

Pero entonces, ¿a partir de cuándo es adecuado llevar a un niño a un funeral? Las psicólogas coinciden en que no hay una edad específica, sino un nivel de madurez que depende de cada menor. Aunque antes de la Primaria sí puede ser, por lo general, pronto, “ya no por el acto en sí, sino porque lo que va a ver es desagradable, gente llorando… no van a entender la situación”, indica la también psicóloga Mónica Blasco. Luego hay un periodo, entre los 6 y 9 años, en los que depende de cada menor, pero “en los últimos años de primaria y la adolescencia desde luego les va a venir bien para la aceptación”. Sobre todo, apuntan la idea de que no tiene que ser un “todo o nada” a la hora de ser parte de los rituales o compartir el dolor: “Pueden ir un ratito al tanatorio, solo al funeral… lo que cada familia vea”, sigue Blasco.

El abuelo no “está dormido”

Ainhoa Plata clasifica así el duelo según la etapa de la infancia: “Antes de los 5 años todavía no comprenden que la muerte es algo irreversible. No es raro que tras comunicarlo sigan preguntando si la persona (o animal) va a volver. Hay que ir trabajándolo conforme vayan adquiriendo de forma natural la noción del tiempo. Entre los 5 y 8 años comienzan a entender que es algo definitivo, pero aún no lo asocian como algo que les pueda suceder a ellos. Aquí ya es importante no aislarlos de los procesos de duelo y de despedida, es recomendable hacerles partícipes. A partir de los 9 años comprenden que la muerte no solo es irreversible, sino también universal. Es normal que aparezcan dudas, miedos y que hagan preguntas incómodas a los adultos, que no hay que esquivar”.

Antes del proceso de asimilación hay otro momento delicado: ¿cómo se comunica? En primer lugar, dice Mónica Blasco, es importante no postergar la noticia, porque se va a dar cuenta igual. “Los niños no son tontos y saben que algo pasa. Es como cuando se intenta ocultar un divorcio, que también es una forma de duelo. Ellos se preguntan ¿y por qué mis padres llevan un mes sin dormir juntos?”. Así que hay que hacerlo “de manera tranquila, una persona muy cercana y en el contexto adecuado; en casa, por ejemplo, no en un parque”. En síntesis, que todos los elementos les transmitan “protección”.

Y una vez conseguido ese ambiente “no hacen falta detalles escabrosos ni un powerpoint, pero sí decirles las cosas como son. Y dejarse guiar por la propia madurez del niño: si hace diez preguntas, es que está preparado para escuchar esas diez respuestas. Prestando especial atención si el niño es introvertido y creemos que tiene inquietudes que no se atreve a expresar”. Hablar las cosas claras significa también “evitar metáforas”: “Si en casa está presente la religión bien, pero si nunca se ha hablado de Dios no le podemos decir de repente 'que el abuelo se ha ido al cielo', les va a crear más confusión: ¿qué hace ahí? ¿qué es eso? Tampoco es bueno un 'se ha ido a un sitio mejor': ¿dónde? ¿y por qué no me ha llevado a mí? Ni un 'se ha dormido', porque entonces, ¿y por qué no está en la cama?”.

Cómo gestionar una muerte traumática

Además de la edad y madurez del niño o niña, tampoco es lo mismo el tipo de fallecimiento: un accidente de coche frente a una enfermedad larga, un anciano o un niño. “Hay muertes que generan una fase de negación o de shock que son más complicadas de gestionar, exactamente como nos pasa a los adultos”, responde a eso Mónica Blasco. Una situación complicada también puede amplificar un posible miedo a morir, común a muchos niños. Pero todo es “normal y adaptativo. Se explica, si es el caso, que ha sido un accidente y que estamos ahí para protegerles. Tendemos a hacer creer que solo mueren personas mayores y cuando ocurre algo así es aún difícil de entender para un niño. En esos casos hay que dejarles claro que no están solos, y trabajarlo y hablarlo mucho”.

También están de acuerdo las psicólogas en que tantas vueltas sobre el asunto tienen mucho que ver con que la muerte, en occidente y sobre todo en zonas urbanas, sigue teniendo componentes tabú. Pero, según relata Carmen Herrera desde el Centro Psicológico de Canarias (CEPISCAN), que cuenta con una unidad específica de duelo en la infancia y adolescencia, algo está cambiando en los últimos tiempos: “Se nota que hay un incremento de consultas acerca de los procesos de duelo. Las familias lo afrontan de otra manera, le dan importancia a hablarlo y a obtener recursos y herramientas”.

“Sobre todo acuden a terapia cuando observan cambios de comportamiento, cuando el niño empieza a estar más callado, por ejemplo. Si un niño no pregunta, no habla, no llora… seguramente no lo está gestionando bien y necesita ayuda. Ocurre en fallecimientos pero también en otros tipos de crisis, como momentos de enfermedad o separaciones”, continúa Herrera.

Como manera de ejecutar ese cambio de mentalidad, Ainhoa Plata llama a replantearse los rituales y “las formas culturales impuestas” para despedirse de un ser querido, “que conllevan un procedimiento determinado y unos tiempos determinados”. “En mi opinión, esto es algo muy negativo para un proceso de duelo. Cada persona o unidad familiar debería poder sentirse libre de elegir qué tiene sentido para ellos y qué no. Así que, para los niños, exactamente lo mismo”.

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