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Profesores de secundaria que utilizan redes sociales también en clase: “Los alumnos me dicen que nunca les doy 'like”

Una foto de recurso de un aula.

David Noriega

Cuando Isabel Cortijo comenzó a dar clase de lengua y literatura en un instituto de Cuenca, hablaba de las redes sociales como un canal de comunicación más. Un canal por el que navegan chavales, pero también profesores y que, en ocasiones, desdibuja los límites de la relación docente-alumno. “Ellos mismos se interesaban por saber si yo tenía redes sociales. Al principio les decía que sí, pero que no les iba a decir cuáles porque era parte de mi privacidad. No obstante, me dieron pie a pensar que podía utilizarlas en clase. Me cree un perfil en Instagram y empecé a subir cosas relacionadas con el instituto y a hacer proyectos con ella”, explica.

“Ellos te intentan buscar en todas las redes sociales del mundo”, indica Cristina Flores, una profesora de biología de Jerez de la Frontera que con su canal de Youtube, en el que cuelga sus propios vídeos y que tiene más de 4.300 suscriptores, dio la vuelta a la forma de enseñar con el modelo de la clase invertida. El alumnado ve sus vídeos en casa, en lugar de hacer deberes, y realiza las actividades en clase, de forma que si tiene dudas, el profesor puede ayudarles. También tiene una cuenta en Instagram para comunicarse con ellos; en Facebook, para los padres; y en Twitter, donde está en contacto con otros profesores. “Tienen que saber lo justo de tu vida, porque también puede ser un arma de doble filo”, defiende. “Yo tengo mi red social personal, como Cristina, con mi vida, mis viajes, mi pareja… pero a eso ellos no tienen acceso. Ellos ven mi imagen docente, aunque sea en una red social”, explica.

La coordinadora de alumnos del máster TIC para la educación y el aprendizaje digital de la Universidad de Nebrija, la doctora Beatriz Juárez, se plantea qué hacer cuando un alumno busca a un profesor en una red social o le envía una solicitud de amistad. “Los expertos recomendamos evitar este tipo de contactos fuera de la clase, porque se confunde la vida privada con la académica. Es mejor que ni profesores ni alumnos tengan acceso a esa faceta, tanto por su privacidad como por la nuestra”, señala. Por ello, considera que “lo mejor es que el centro cuente con una plataforma, una red o un canal de comunicación propio” que “sirva para un fin concreto” y donde “establezcamos un límite para una relación más allá del aula sin que sea parte de nuestra vida privada”. Porque, fuera de clase, señala, “todo se puede malinterpretar”.

Plataformas más profesionalizadas

“Para el alumnado existen las plataformas de los centros, que están más controladas o profesionalizadas, con unos cauces más oficiales de la relación profesor-centro-alumnado, donde también pueden participar los padres”, señala la secretaria de comunicación del sindicato de la enseñanza pública ANPE, Sonia García. Unas plataformas que, a su juicio, sirven para “correr los menos riesgos posibles, porque, al fin y al cabo, estás realizando una labor educativa con menores”, indica. No obstante, según las docentes consultadas, estas suelen ser menos intuitivas y están más alejadas de las que los jóvenes utilizan. “Las redes sociales están instauradas en nuestra vida. Tenemos que unirnos a ellas y no quedarnos obsoletos”, defiende Flores.

Toni Solano empezó a trabajar con sus alumnos en redes sociales con Tuenti, para mostrar lo que hacían en su blog. Después pasaron a Twitter, con cuentas para el propio centro y el departamento de lengua, y ahora están en Instagram y Youtube, con actividades de poesía y proyectos de vídeo-poema.

“Intento canalizarlo todo a través de las cuentas del instituto, le pedimos permiso a las familias e intentamos no identificar a los niños con nombre y apellidos”, explica este director de un centro de Castellón. Aparte, dispone de una identidad digital propia como profesor en Twitter, con más de 19.000 seguidores, e Instagram, donde intenta “no poner muchas cosas” de su vida personal, ya que son visibles. “Hay profesores con perfiles más familiares; si yo lo tuviera así, no les daría acceso. Hay compañeros que se lo dan, pero creo que hay que protegerse de alguna manera”, explica.

“En Facebook no les autorizo hasta que no se van del centro”, apunta. Flores también es clara en este punto: “Mientras sea su profesora, nunca les voy a agregar a una red social personal. Las de BioESOsfera están todas abiertas”. Cortijo reconoce que tuvo una polémica personal respecto a seguir o no seguir. “Para ellos, los seguidores son muy importantes. Al principio no les seguía desde la cuenta profesional, porque es su vida y yo no tengo que meterme ahí. Pero es algo que demandan: si yo te sigo, ¿por qué tú no? Tras ese diálogo con ellos, les sigo a todos, pero, y esto es cuestión de fe, nunca me meto a ver sus stories ni sus fotos. De hecho, a veces me lo dicen, ¡es que nunca me das like!”.

Para la experta en comunicación y Netiqueta (normas de comportamiento en Internet) Mar Castro es importante que tanto padres como docentes marquen pautas respecto al uso de las nuevas tecnologías para evitar que los jóvenes sean “huérfanos digitales”. “Es bueno tener una red donde te puedas mover y comunicarte con los alumnos sobre temas estrictamente educativos o profesionales, pero siempre marcando unas pautas. Tienes que controlarlo muy bien y explicarles para qué es e, incluso, a qué horas se puede utilizar, para saber a qué atenernos, porque ellos no saben lo que pueden hacer y lo que no”, indica. Algo en lo que coincide Juárez: “Desde las escuelas y en las propias familias no solo debemos enseñarles las competencias tecnológicas -saber utilizar los aparatos-, sino también las digitales -utilizarlos de manera crítica-”.

Un mensaje que “no tenía nada que ver con la clase”

“La alfabetización digital falta a veces”, reconoce Solano. Por eso aboga por hablar de las situaciones que se dan en las redes sociales en el aula. “En Twitter, al principio, colgaban fotos en clase. Yo los tenía más que fichados, les explicaba que lo estaba viendo e, incluso, que estaban insultando a algún profesor. Decían: 'si es Internet, ¿cómo me has pillado?'. Pues porque en Internet todo es público”, les explicaba. Separar las redes personales de las profesionales “también es una forma de enseñarles que aquí sí y aquí no”, continúa. Coincide Cortijo: “En septiembre algunos alumnos me preguntan si les voy a dar clase. Acércate al instituto, que es el canal para saberlo”. Pone otro ejemplo, cuando un chico le escribió un mensaje “que no tenía nada que ver con la clase”. “Al día siguiente lo hablamos en clase; le dije que se había equivocado porque mi perfil no sirve para eso”, señala.

Estos tres profesores tienen claro que su rol en las redes que comparten con sus alumnos es el de docentes. Lo explica también García: “El profesor tiene que tener claro el objetivo de su perfil y, si no, tener dos perfiles: uno personal y, si quiere tener a sus alumnos, otro profesional”. Sin olvidar que “hasta cierto punto, son personas públicas hacia sus alumnos y sus centros” y “referentes, también fuera de clase”, señala. “Adquirir el rol de colega se convierte en un arma de doble filo, porque te permite acercarte a ellos y captar su atención, pero también puede traducirse en una perdida de autoridad, que echarás en falta en algún momento”, apunta Juárez. Para Castro, “ahora todo el mundo quiere ser colega y amigo, y no. Te puedes llevar de maravilla con ellos, pero siempre marcando las distancias. Tú eres un profesor, un mentor, una persona que le está ayudando y acompañando en el camino”.

“Mi razón principal es educarles en utilizar las redes sociales. Usarlas también es estar en su mundo”, defiende Cortijo, quien advierte que “es una herramienta más, pero no la única, ni la panacea, ni el futuro”. “Siempre hemos tenido esa imagen fría del profesor”, lamenta Cristina, “a mi me gusta mostrar cercanía. Ellos saben perfectamente que soy su profesora, cercana, pero profesora”. “Por ahora, le veo a esto más cosas positivas que negativas”.

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