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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Sobrevivir al faraón

Momia de Tutankamón. |

Javier Fernández Rubio

En la antigüedad, los pueblos tenían costumbres que se han perdido con el tiempo, lo que para algunos puede resultar una pérdida, aunque para otros no tanto. El aval que da el tiempo a las costumbres no hace de estas necesariamente algo mejor. Es cierto que el acervo es emotivo, entrañable, conservable, pero si pensamos que tan tradición es la Navidad como el consumo de carne humana se podrá comprobar que el marchamo de lo antiguo por sí solo pocas garantías ofrece. 

Las civilizaciones más avanzadas son aquellas que han puesto un mayor precio a la vida humana. Allí donde la vida no vale nada, le ponemos al país una cruz de atraso y, viceversa, allí donde la civilización, los derechos y las libertades imperan, la vida es cara. Esto es lo que a usted y a mí nos salva, no lo dude, que de lo contrario no superaríamos los 30 años.

Algunos echan de menos las tradiciones, yo no. Durante milenios los pueblos tenían por costumbre sacrificar y comerse a los prisioneros de guerra, hasta que se dieron cuenta de que era más productivo tenerlos esclavizados. Pero no solo a lo enemigos en combate. Los faraones, por ejemplo, y no solo ellos, viajaban al más allá acompañados de un séquito compuesto por esposas, guerreros, criados, animales, pertenencias y hasta una tarjeta black. Lo indispensable, vamos, para seguir llevando la vida que llevaban.

En China, otro ejemplo, la muerte de un rey era acompañada de una hecatombe humana. Miles de personas eran sacrificadas hasta que se trocó la muerte real por figuras de terracota, que eran enterradas junto al rey. Pero, ¿por qué se hacía esto?

De las películas de Hollywood aprendimos que el faraón tenía que hacerse acompañar de arquitectos, maestros de obra y operarios, todos ellos conocedores de los secretos de la pirámide. Pero si se piensa que las pirámides se desvalijaban al poco de clausurarse y que había dinastías de saqueadores que se habían dedicado a lo mismo durante tres milenios, parece éste un argumento poco convincente.

La segunda razón es de orden práctico. Si la muerte realmente no existe, o es solo un intervalo, es lógico pertrecharse de lo indispensable para seguir haciendo lo mismo allí que aquí. Es lo que tiene vivir como un rey: uno no puede desprenderse fácilmente de mayordomos, esposas y soldados. Así que todos acometían el mismo camino.

La cuarta razón es de índole sicológica y se produce más veces de las que pensamos. Dice así: cuando alguien muere, el mundo ha de morir con él. Hay algo de envidia rencorosa y vengativa, de soberbia divina, en esto, pero el que muere a lo grande poco piensa en lo que deja atrás, es más, mejor que lo que queda atrás desaparezca con él.

La cuarta razón es la buena. Sorprende por su sencillez y lógica aplastante. Si la muerte del faraón coincide con la muerte de sus allegados, estos se cuidarán muy mucho de que el faraón muera. Dicho en otras palabras: los antiguos descubrieron que el mejor antídoto contra la conjuras palaciegas es que todos, víctimas, testigos y actores, viajen en el mismo paquete. 

Es una pena que los amantes de las tradiciones no hayan intentado conservar esta, que tiene unos efectos prácticos innegables en el mundo de la empresa, en el de la política y hasta en las comunidades de vecinos. Por ejemplo, si usted es secretario general de un partido, podrá dormir tranquilo si quienes le rodean saben que caerán con usted. Pero la pérdida de las tradiciones conlleva estas dificultades. Ahora cualquiera puede conjurar con el líder y sobrevivirle. Cosas que tienen las democracias.

Si los máximos dirigentes de los partidos nacionales enmendaran los estatutos para que todos los componentes de comisiones directivas, órganos federales, empleados de las sedes y hasta algún simpatizante entusiasta les acompañaran al retiro (nada de hecatombes, por favor), las crisis internas cesarían. Pero si el felón suma a las posibilidades de triunfar la seguridad de que no le pasará nada, la conjura está hecha.

Todo líder es un faraón y todo faraón, desde el minuto cero, se obsesiona con el momento final. Se resiste a llegar a la meta y se resiste a que su final sea el mismo que el de un pastor de camellos. Pero es el mismo. De eso no cabe duda. Esa es la tragicomedia shakespeariana que une a poderosos y pringaos. Constrúyase una pirámide, esclavícese lo que sea esclavizable y el final tarde o temprano llegará. A veces más temprano, si uno milita en el PSOE. 

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