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18J: Un conspirador monárquico y futuro contrabandista de diamantes

Conferencia del presidente de la Real Academia de la Lengua, Ramón Menéndez Pidal, junto al embajador de España en Italia, José Antonio de Sangróniz y Castro, marqués de Desio, y el consejero cultural de la embajada, Mariano Ponce de León, en Nápoles en 1951.

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En un artículo precedente abordé el caso de un general que se las apañó para pasar desapercibido. Ahora me ocupo de un civil que murió rodeado de todos los honores como embajador de España (el grado más elevado de la carrera diplomática): José Antonio Sangróniz, marqués de Desio. Aparece mencionado en numerosas obras, pero las dos biografías a las que cualquiera echa mano (Wikipedia y el diccionario de la RAH) ocultan el contrabando que le hizo millonario. 

Fue uno de los conspiradores monárquicos (otro más) que trabajaron, incansables, de cara a la sublevación. Coqueteó con el fascismo español en su versión jonsista de Ramiro Ledesma Ramos. En su despacho madrileño empezaron a reunirse los conspiradores civiles y militares. Era amigo del general Luis Orgaz y de Sainz Rodríguez, según narró este en sus memorias. Con él funcionaban otros dos futuros embajadores: José Félix de Lequerica y José María de Areilza. El expediente personal de Sangróniz señala que fue jubilado en noviembre de 1932 y que, por esas cosas que entonces pasaban, se le declaró excedente forzoso en marzo de 1935. 

Es notorio que Sangróniz echó una manita a Franco en Canarias dándole el pasaporte (se ignora si el propio o uno en blanco, porque en este segundo caso el taimado general no hubiese debido afeitarse el bigote, como cuenta la leyenda) para que pasara por el Marruecos francés el 20 de julio de 1936 con destino al Protectorado. Probablemente, tras convencerle de que no correría ningún riesgo, Franco –muy valiente, quizá, pero también prudente–renunció a quedarse en el archipiélago a la espera de un pasaporte italiano que la víspera había solicitado al cónsul fascista. Es de suponer, además, que Sangróniz también le informó de cómo había ido prosperando la conspiración monárquica, militar y fascista de la que había formado parte Orgaz, entonces residenciado en Las Palmas, desde fecha temprana. Como este había estado con Franco en junio no cabe descartar que al mes siguiente Sangróniz le informara de los contratos con Italia.

Sirvió como asesor diplomático de Franco durante el sangriento avance de las tropas “liberadoras” por Extremadura a la vez que volaba a Sevilla para prodigar sus consejos a otro asesino, el general Queipo de Llano. En 1937 no dudó en traicionar a su superior (a quien conocía bien de los tiempos de la Dictadura primorriverista), el embajador Francisco Serrat. Hombre sutil, Sangróniz escondió la mano. Para entonces uno de sus compinches, el exembajador en Francia Juan Francisco de Cárdenas, actuaba por recomendación suya como agente oficioso de Franco en Estados Unidos (después de la Victoria, receptor de múltiples honores durante largos años a pesar de que no pudo evitar que los yankis le copiaran su libro de claves).

Desde el punto de vista de Sangróniz todo lo que antecede puede considerarse como pelillos a la mar, para hacer méritos y, posteriormente, convertirse en millonario. Llegado a Caracas como representante del “Gobierno nacional” en agosto de 1938, ascendió a la dignidad de embajador de España en dicho puesto. 

Entre sus ocupaciones se han resaltado, ¡cómo no!, las literarias e históricas que desarrolló. Se ha puesto absoluta sordina a otra labor paralela y, verosímilmente, más sustanciosa: la de contrabandista de diamantes. Estas piedras iban destinadas a cubrir las necesidades bélicas de la Alemania nazi. Lo hizo a pachas con un diamantista español, Ángel Arpón Gándara, también falangista en afincado en Venezuela, y con otros dos traficantes: Pablo Emilio Fernández y Juan Guillermo Aldrey. Por desgracia para todos ellos los británicos se enteraron de sus insólitos quehaceres y se enfadaron, a pesar de que en la literatura suele presentarse a Sangróniz como anglófilo. 

El supersecreto servicio de inteligencia de Londres en América (British Security Coordination) informó de lo que antecede al ministro del Interior venezolano, César González. Los afectados no protegidos por la inmunidad diplomática cantaron la palinodia. Los diamantes se enviaban por valija a Washington y Buenos Aires. Luego se remitían a Madrid. En la trama estaban imbricados funcionarios de Aduanas en España y Venezuela y otro diplomático español cuyo nombre se desconoce.

Los británicos intentaron que las autoridades interceptaran un envío de diamantes en el buque Cabo de Hornos, pero Sangróniz se les adelantó y logró que zarpara hacia Puerto España, en Trinidad. Mala decisión. En esta colonia británica se decomisaron diamantes por importe de 30.000 dólares. En el Banco Central de Venezuela se identificó un depósito de 103.000 a nombre del embajador. Londres consiguió que los norteamericanos bloquearan dicho depósito (como también lo hicieron con una cuenta corriente de Franco en Lisboa a nombre de su hermanito el embajador y de su primo hermano). Para hundir a Sangróniz también informaron a las autoridades de Madrid. 

En el Palacio de Santa Cruz no pudo ignorarse el asunto. El ministro de Asuntos Exteriores, general Francisco Gómez-Jordana, tomó la decisión de enviar a Sangróniz a un puesto menos tentador, San José de Costa Rica. Los británicos también interceptaron el telegrama y supusieron que Sangróniz se las apañaría para salvar una buena bolsa de diamantes. No les importaría tras haber desmontado la operación. 

Sangróniz no fue a Costa Rica. En su hoja de servicios consta que el 25 de febrero de 1943, el ministro de España en San José, Angel de la Mora y Arena, recibió un telegrama de Madrid informándole que se había decidido su traslado como embajador a Caracas y que solicitara el plácet para su sucesor, que precisamente iba a ser Sangróniz. De la Mora comunicó el 5 de marzo que lo había hecho verbalmente el mismo día de recepción del telegrama y que inmediatamente lo había reiterado por nota verbal. El ministro costarricense le pidió, no obstante, que demorara en lo posible su traslado para terminar algunos asuntos pendientes.  A Caracas, sin embargo, fue como embajador Miguel Espelius y Pedroso, conde de Morales.

En aquellos meses intervino algún ángel custodio. O, más prosaicamente, Su Excelencia el Jefe del Estado. El 4 de julio de 1943 a Sangróniz se le nombró cónsul general en Argel. ¿Un salto sin paracaídas? En el Palacio de Santa Cruz habría cierta preocupación por lo que pudiera pasar en África del Norte tras el éxito de la operación Torch, que cortó de golpe las posibilidades franquistas de hacer pachas con los nazis en contra de los aliados. En Argel se había implantado el embrión de gobierno de los franceses gaullistas. Tras los avances aliados, se convertiría en el Gobierno provisional de la República francesa. Las cosas salieron bien para Sangróniz. Ante dicho Gobierno estuvo acreditado en noviembre y diciembre de 1944 y luego le siguió hasta Paris. En enero de 1945 fue nombrado embajador en Italia y Libia. La gloria y la inmortalidad franquistas quedaron al alcance de su mano y, naturalmente, se agarró a ellas con fruición.

Solo la referencia de la British Security Coordination, que se encuentra en un libro del mismo título publicado en Londres en 1998, por St. Ermin´s Press, con el subtítulo de 'Historia secreta del servicio de inteligencia británico en América, 1942-1945', permite rescatar este episodio, nada ejemplar, en la vida de uno de los más fieles servidores franquistas de viejas raíces fascistoides y monárquico super plegable. Como tantos otros. 

Queda por ver si los biógrafos de tan taimado diplomático se hacen eco de las explicaciones que servidor ya dio a conocer en 2018. Han pasado casi seis años y ninguno les ha prestado la menor atención. Las recupero ahora para el gran público. Nunca fue oro todo lo que reluce tras brillantes carreras, vistosos uniformes y preciadas condecoraciones. Observación en la que abundaré en el próximo episodio.

Nota. En el artículo anterior incurrí en una confusión. Sánchez-Ocaña no estuvo en 1935 en el Estado Mayor Central. Era el general al frente de la IV División Orgánica (Cataluña), pero sí se enteró de la conspiración en marcha por el entonces ministro de la Gobernación Manuel Portela Valladares. El expediente militar sigue sin encontrarse aunque ya he hallado algunos fragmentos interesantes. Ofrezco disculpas a los lectores.

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