El fin del antiguo orden internacional
Hace unas décadas fuimos testigos del hundimiento del mundo comunista. Como describe Tony Judt en Postguerra, la desaparición de la Unión Soviética fue algo sin parangón en la historia contemporánea. No fue una guerra contra otro país, ni una catástrofe natural: un enorme estado industrial, que se había constituido en la madre patria del socialismo real como alternativa al capitalismo, se limitó a derrumbarse. Y con ello, también se terminaban la bipolaridad Este-Oeste, o eso parecía, y la Guerra Fría, si es que se puede decir con lo que hoy estamos viviendo, que esta se terminó alguna vez.
Si la implosión de la Unión Soviética no fue como consecuencia de una guerra, sí hubo guerras entre los otros grandes acontecimientos políticos de esa época: la guerra del golfo pérsico, la guerra de la Federación Yugoslava, la guerra de Siria y ahora la guerra de Ucrania, entre otras.
Esos grandes hechos, su dimensión planetaria, junto con la llegada de la pandemia desde la lejana China y la dinámica que se construyó alrededor de la tecnología saltando por encima de los Estados-nación, anunciaban la compleja transición hacia un nuevo orden internacional, en torno a la llamada globalización.
En efecto, hemos vivido en estos años dos grandes crisis, la financiera de 2008 y la sanitaria de la covid-19, además de cambios estructurales provocados no solo por las revoluciones políticas, sino también por la revolución digital, que han acelerado la globalización, y ahora lo que parece ser una desaceleración de la misma, que algunos denominan ya desglobalización. La revolución digital ha transformado la sociedad, las empresas, la sanidad, la economía, la enseñanza y toda la aldea global.
De hecho, la revolución tecnológica, con sus ramas colaterales de la inteligencia artificial y la automatización, traerán, lo están haciendo ya, grandes cambios que afectarán a millones de trabajadores.
Si pretendemos comparar el mundo analógico con el digital, en cualquiera de esos ámbitos, nos daremos cuenta de que estamos comparando mundos completamente diferentes. Entre la globalización y las nuevas fuerzas que pugnan en sentido contrario, van quedando perdedores, en un mundo que es muy complejo y, por tanto, es muy difícil hacer análisis que perduren. Entre un mundo que se derrumba y otro que no acaba de nacer, vivimos en una época de incertidumbre, y en ese río revuelto... aparecen los viejos monstruos.
A diferencia de los grandes referentes del movimiento conservador, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los líderes de la nueva derecha desprecian los derechos humanos y la legalidad de los tratados internacionales.
El auge del populismo ultra con la construcción de muros frente a las minorías y el reforzamiento de las fronteras nacionales corren a la par con esa misma línea de desprecio de la democracia. A diferencia de los grandes referentes del movimiento conservador, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los líderes de la nueva derecha desprecian los derechos humanos y la legalidad de los tratados internacionales.
Sin embargo, aunque durante la pasada crisis de la Covid-19 sus ideas negacionistas salieron derrotadas y en la mayoría de los países que gobiernan tuvieron que acabar reconociendo la magnitud de la pandemia y aceptando a regañadientes la necesidad de su control, su fuerza no hace más que crecer y son una amenaza para el futuro y para la salud del planeta.
En resumen: si nos preguntásemos qué es lo más importante que está ocurriendo en las primeras décadas del siglo XXI, la respuesta seguramente tendría que mencionar que en el tránsito de una sociedad industrial y de servicios a una sociedad digital y robotizada, un virus ha hecho que nuestra seguridad de hombre analógico y los pilares de seguridad del mundo sólido que conocíamos se hayan venido abajo.
Creíamos que un fantasma recorría nuestras democracias: el fantasma de la tecnología; pero ahora vemos que el verdadero fantasma es el desconcierto acerca de qué hacer con ella.
Creíamos que un fantasma recorría nuestras democracias: el fantasma de la tecnología; pero ahora vemos que el verdadero fantasma es el desconcierto acerca de qué hacer con ella. En un repaso a la bibliografía especializada destacan muchos libros y artículos que entienden que la digitalización desmesurada y el desarrollo sin control de la inteligencia artificial, que son cada vez más dominantes en la vida cotidiana, son incompatibles con valores muy importantes propios de las democracias.
El sistema hacia el que nos desviamos está configurando un escenario en conflicto con dichos valores: la falta de respeto a la privacidad en el tratamiento de los datos personales y la entronización de los propios datos como fuente de valor; las empresas digitales y la uberización del trabajo, la tendencia a la deshumanización en las relaciones en determinados servicios públicos hasta ahora personales, entre ellos el educativo y el sanitario; el desprecio por los perdedores de la globalización y el abandono de sus actividades y territorios; y la automatización disruptiva que pone en peligro millones de puestos de trabajo.
Desde múltiples y variadas instancias se asegura con insistencia que los nuevos productos liberarán a las personas de tantas y tantas tareas, que se harán cargo de las cuentas como el mejor contable, que escribirán cualquier texto como el mejor de los novelistas, que observarán el cuerpo humano por dentro y que harán diagnósticos de gran precisión.
Paralelamente, distintas voces desde las universidades, la sociedad, el mundo de la política y el periodismo han hecho hincapié durante estos últimos años en que la irrupción de las nuevas herramientas tecnológicas representan una manera de interpretar el respeto a las relaciones humanas contraria a sociabilidad que nos ha hecho humanos y a los estándares democráticos. Es un punto de vista que, a la vista de las experiencias que vamos teniendo, no parece muy alejado de la realidad.
Después de un tiempo de desorden unipolar, impuesto por los Estados Unidos, ha reaparecido la vieja polarización comercial y tecnológica, está vez con la nueva potencia China y su alianza con Rusia.
Tampoco el nuevo orden internacional se acerca siquiera al sueño de un mundo multipolar capaz de autogobernarse mediante el derecho internacional. Muy por el contrario, después de un tiempo de desorden unipolar, impuesto por los Estados Unidos, ha reaparecido la vieja polarización comercial y tecnológica, está vez con la nueva potencia China y su alianza con Rusia. Una Rusia que aspira a reconstruir su antiguo espacio, con la fuerza de las armas de una antigua potencia nuclear.
Pero volviendo al principio, a las últimas crisis, como si la covid no hubiera existido, la pregunta que nos hubiéramos hecho a nosotros mismos, en una conversación que hubiéramos tenido, sería ésta: “Lo veíamos así desde hace tiempo? La deriva tecnológica y geopolítica estaban anunciadas?”. En estos años ha habido innumerables muestras en favor de tal cosa. Tal vez, de haberlo sabido, analizado y actuado en consecuencia, las relaciones humanas todavía hoy pudieran ser humanizadas y frenadas las amenazas a las democracias, empezando por poner límites a los abusos de las grandes potencias, los populismos y las autocracias.
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