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El pensamiento mágico en la derecha española

El expresidente estadounidense Donald Trump recibe a su homólogo español Mariano Rajoy en la Casa Blanca.

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El pensamiento mágico se ha incorporado con mayor protagonismo a la política como consecuencia de la reciente cadena de acontecimientos catastróficos, como han sido desde la crisis financiera a la pandemia, la guerra y la emergencia climática, pero sobre todo por la impotencia de la política para conciliar la economía con la salud y las condiciones sociales de la mayoría y con los conocimientos científicos, cuanto menos en paliar sus consecuencias y mucho menos para prevenirlas.

Ante la incertidumbre, el riesgo y la emergencia derivadas del actual estado de crisis, la política se ha visto desbordada, y como consecuencia impugnada y más recientemente sustituida por el recurso fácil del populismo. Una alternativa a la política en democracia que se crece en los momentos de crisis. En este caso con un relato populista basado en el pensamiento mágico, que o bien niega la gravedad de los datos y los hechos de la realidad o que simplemente los oculta mediante una cortina de humo de bulos y teorías de la conspiración, y sobre todo, que cuando se impone la necesidad de adoptar medidas restrictivas o de cambio cultural al objeto de paliarlas o prevenirlas, las rechaza por falsas o exageradas. En última instancia recurre a la descalificación de los técnicos, los profesionales y de la ciencia, así como de la legislación y de los organismos e instituciones estatales e internacionales que las promueven y respaldan. Esto es en definitiva lo que ha predominado como reacción populista a la cadena de catástrofes de los últimos años. Y todo a pesar de que la gestión de dicha cadena de crisis por parte del gobierno de coalición, si bien con las limitaciones lógicas de su carácter novedoso y de la incertidumbre, ha sido más que correcta y en algunos casos extraordinaria como ocurrió con la vacunación, los ERTEs, los fondos europeos y la excepción ibérica en la actual crisis energética. 

Sin embargo, este mismo relato se ha prolongado en los casos concretos más recientes con la pretensión de anteponer el mercado de la alimentación a la salud y al medio ambiente, como con pretensiones como la regularización de regadíos ilegales en Doñana y la flexibilización de la legislación sobre la tuberculosis bovina en Castilla y León, nada menos que por parte de sus respectivos gobiernos de la derecha al rebufo de la ultraderecha. Por eso, no es de extrañar la atribución por parte del nacional populismo a los compromisos del milenio y a la agenda 2030 de la ONU de las más oscuras intenciones al servicio del llamado contubernio globalista.

Un modelo de pensamiento que tampoco es nuevo en política, en particular en la política económica neoliberal donde, más allá de sus pretensiones científicas, sobre todo en la etapa más reciente de financiarización de la economía, cada vez está más presente la última ratio de los designios inescrutables del dios del mercado. 

El pensamiento mágico también se ha ido extendiendo como una mancha de aceite al conjunto de la política española, tanto en relación a las causas que animaron la moción de censura que derribó al gobierno de Mariano Rajoy, como en particular sobre las intenciones del gobierno de coalición así como de la mayoría parlamentaria de investidura y más en concreto por parte de los estigmatizados comunistas, así como de los nacionalistas y de los independentistas.

No en vano se han ido acuñando los términos peyorativos que los simbolizan como son el gobierno socialcomunista, la disyuntiva de España o Sánchez y más recientemente con el objetivo de la derogación del sanchismo, términos que remiten en última instancia al guerracivilismo de la dictadura y a la crisis política de países de América Latina, que en nada tienen que ver con la situación actual de la democracia española.

Este relato también pretende traer a la actualidad política, a medio camino entre el pensamiento simbólico y el racional, una suerte de realismo mágico sobre la actualidad de la presencia de los herederos del terrorismo de ETA y de la declaración de independencia de Cataluña, precisamente en el momento en que tanto la una como la otra no solo pertenecen al pasado, sino que se encuentran bajo mínimos en cuando a sus condiciones de posibilidad.

Por otro lado y paradójicamente, al tiempo que se niega la dimensión y las consecuencias de las catástrofes reales se trata de construir un relato catastrófico ficticio en oposición a la favorable realidad económica y política, que tan pronto intenta retorcer los datos del crecimiento económico y de empleo como si se tratase más que de una recesión al borde de la ruina, agitando con ello la incertidumbre y el malestar provocados por las restricciones en salud pública y medio ambiente y el incremento de los precios en segmentos de la población, cuando los organismos nacionales e internacionales respaldan la gestión económica y en especial el plan de protección de los colectivos vulnerables por parte del gobierno como un ejemplo a seguir en materias como la reforma laboral o la viabilidad de las pensiones. Incluso han llegado a denominar al propio gobierno de coalición como una verdadera dictadura, en contra de los baremos de las organizaciones internacionales de derechos humanos que la sitúan entre las democracias de mayor calidad, agitando incluso el espectro del peligro de fraude electoral, y todo por un puñado de irregularidades en un sistema electoral de los más seguros de nuestro entorno democrático. Y lo hacen los mismos que compararon la magnitud del golpe contra el Capitolio para detener un resultado adverso con las concentraciones de 'rodea el Congreso' en España. En las fechas más recientes deformando hasta el extremo la imagen del presidente Sánchez hasta calificarlo como un tirano sin escrúpulos. Todo ello entre la realidad deformada del callejón del gato de Valle Inclán, el realismo mágico de la novela latinoamericana y la realidad alternativa del populismo de Donald Trump.

La conclusión de tal elaboración delirante por parte de la derecha es en definitiva la caracterización del gobierno como la más acabada representación del mal. De un mal que atraería por sí mismo a las catástrofes. En palabras de la portavoz de Ciudadanos Inés Arrimadas, recientemente dimitida, un gobierno y un presidente “gafes” que es necesario derribar cuanto antes, para que con ello desaparezca la mala suerte que, al parecer, solo afectaría a nuestro país.

Lo cierto es que hasta ahora, tanto la réplica consistente en la dulcificación de una realidad contradictoria, como la de la deformación de la imagen del oponente no han hecho otra cosa que engordar el monstruo de esta estrategia populista de la oposición. Quizá sea tiempo de recurrir al realismo político y para ello de defender la continuidad y la profundización de los proyectos de reforma económica y social y de ampliación de derechos políticos desarrollados por el gobierno de coalición en esta legislatura. 

Reconociendo también los errores propios que van desde el exceso de confianza en la mayoría de investidura, en concreto a la dependiente de la política catalana, al funcionamiento compartimentalizado de la coalición de gobierno y hasta algunos saltos en el vacío como la renuncia al referéndum del Sáhara, a cambio de compromisos etéreos de Marruecos, o la reforma del Código Penal tanto en la ley de 'solo sí es sí' como de la malversación de fondos públicos.

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