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El cambio climático y el precio de la luz

Vaciado del embalse de Ricobayo sobre el río Esla, el mayor de los pantanos de producción hidroeléctrica de la provincia de Zamora. EFE/Mariam A. Montesinos/Archivo

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Aunque en este momento resulta difícil sustraerse a la enorme tragedia humana y geopolítica de Afganistán, el verano también ha traído otras noticias preocupantes. Las dos que probablemente han ocupado más titulares en las pasadas semanas tienen que ver con el cambio climático y con los precios de la luz. 

En el primer caso, la noticia deriva del sexto informe del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC) en el que los científicos corroboran de manera explícita y contundente la responsabilidad de la acción humana y especialmente de las emisiones de gases de efecto invernadero en la modificación del clima que se está produciendo en el planeta. La noticia ha coincidido con toda una serie de eventos climáticos extremos que son atribuibles en gran medida al calentamiento global. Las olas de calor mortales de Norteamérica, las tormentas e inundaciones también mortales en varios países europeos y en algunas regiones de China, o los grandes incendios que se han propagado batiendo récords en diferentes lugares del mundo a lo largo del verano, dejan claro que los efectos negativos del cambio climático no son cosa del futuro, sino que ya están aquí y cuestan vidas.   

En paralelo, en España la luz está alcanzando máximos históricos con unos precios del megavatio hora superiores a los cien euros en el mercado mayorista durante muchos días de agosto que, como es obvio, se traducen en subidas de consideración en las facturas eléctricas. 

En este mundo globalizado en el que recibimos enormes cantidades de información, tendemos a ver cada noticia como un flash independiente sin pararnos a establecer las relaciones que pueden existir entre ellas. Pero en el caso de esos dos temas, existen toda una serie de conexiones que pueden darnos pistas interesantes para entender mejor la profunda crisis socio ambiental en la que estamos inmersos y los complejos problemas que entraña.  

La primera conexión entre cambio climático y precios de la electricidad resulta bastante evidente. El calentamiento global incrementa la frecuencia de las olas de calor extremo y eso hace que la demanda de electricidad para la climatización artificial, es decir, para el uso de aires acondicionados, esté creciendo de forma exponencial en los meses de verano. En la medida en que una parte importante de la electricidad se sigue generando hoy en día con la quema de combustibles fósiles que emiten CO2 a la atmósfera, entramos en un círculo vicioso bastante diabólico en el que el propio cambio climático genera las condiciones para incrementar unas emisiones que contribuyen a generar efecto invernadero y que, en consecuencia, agravan el propio calentamiento global. 

Pero las conexiones entre el cambio climático y los precios de la electricidad dependen también de otro factor importante que es el de los precios de emisión del CO2. Las empresas eléctricas, como todas las empresas que utilizan energía fósil, tienen asignado un límite en el número de toneladas de CO2 que pueden emitir, y están obligadas a comprar derechos de contaminación si sus emisiones son superiores a ese límite. Según un informe reciente del Banco de España el precio de los derechos de emisión de CO2 es uno de los factores que explican la subida del precio de la luz. Desde finales de 2020 esos derechos se han encarecido más de un 70%, debido por una parte a las propias regulaciones ambientales que pretenden frenar las emisiones, pero también a la incipiente recuperación económica posterior a la pandemia y, cómo no, a las operaciones especulativas que todo ello está generando en el propio mercado de derechos de emisión.  

La teoría económica ortodoxa podría decirnos que este mecanismo de mercado sirve para afrontar el cambio climático: como la electricidad basada en la energía fósil está siendo cada vez más cara debido, entre otras cosas, al encarecimiento de los derechos de emisión, se están generando incentivos para abandonar las tecnologías sucias y saltar hacia formas más limpias sostenibles y baratas de generar electricidad ¿Pero hasta qué punto funciona ese mecanismo? 

Que las eléctricas tengan que comprar derechos de emisión indica que emiten más de la cuenta, es decir, que los deberes de descarbonización no se están haciendo bien. Pero de momento, esas empresas no parecen sentirse incómodas con este estado de las cosas. Aunque sus costes de producción se han elevado, trasladan esa subida a los consumidores, de tal forma que su cuenta de resultados no sufre. Más aun, algunas compañías, en un comportamiento claramente oportunista, han aprovechado para incrementar sus beneficios vaciando pantanos en el momento en que podían colocar en el mercado energía hidroeléctrica muy barata de producir, a precios de electricidad de origen térmico mucho más cara. Dicho de otra forma, los incentivos de mercado para saltar a energías más limpias son tan descafeinados que las empresas no sólo no parecen tener prisa en hacerlo, sino que además buscan resquicios legales con los que exprimir al máximo las posibilidades de negocio que les ofrece la situación actual, olvidando a veces la ética.  

Pero el principal problema es que este tipo de mecanismos generan situaciones socialmente muy injustas. Mientras algunos pueden combatir las temperaturas extremas a base de subir la potencia del aire acondicionado cueste lo que cueste, otros no tienen los recursos necesarios para afrontar la subida de precios. Sostener la transición energética exclusivamente sobre estos ajustes de mercado, es tanto como cargar el cambio sobre las espaldas de los sectores sociales más vulnerables. 

El alto precio de la luz que sufrimos en este momento puede tener algo de coyuntural, pero es también una manifestación indirecta de la crisis climática y, en general, socio ambiental que vivimos. Transitar hacia otras formas de producir y consumir energía es una de las cosas que tenemos que hacer obligatoriamente para afrontar esa crisis. Pero parece claro que los dictados del “business as usual” por sí solos no nos van a sacar del atolladero. Una transición ecológica justa pasa obligatoriamente por tomar otras medidas de política económica sobre las que deberíamos estar debatiendo desde ya y con urgencia. 

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