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Luz de gas al quincemayismo

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Qué mal trata un pueblo sin memoria a sus propios recuerdos y cuánto le debe a ese olvido su presente. Evitamos volver a aquello que nos perturba porque nos enseñaron que la emoción no es más que la puerta de entrada de la debilidad. Y que el ideal revolucionario es la épica del soldado. Pero hubo un tiempo en que no nos quedó otra que sucumbir a la ternura, e intuimos una rebelión que tomaba forma en vecinas y vecinos cualquiera. Encontramos entonces rabia, desesperación, olvido. También entusiasmo o contagiosa esperanza. Y muchas veces vimos venir de lejos a quienes miraban por encima del hombro a la insurrección sin capitán. 

En nuestro imaginario, la revolución vendría en forma de soviets o de comités invisibles. Vendría con walkirias a caballo a la medida de nuestras utopías. Pero las revoluciones, como las utopías, nunca son como nos las hemos contado. 

Entonces llegó una mujer con el pelo anaranjado a la orilla de la plaza, naranja de teñir canas, menuda y delgada como una anciana prematura, que se sentó en un bordillo y comenzó a observar y a aplaudir, y de sus ojos caían las lágrimas a la vez que sonreía y gritaba: ¡Juntas podemos! ¡Viva la juventud! Y se desinflaron los pechos abombados, y tomó la mano de otras más jóvenes junto a las que sonreía y olvidaba su pensión de mierda, su enfermedad mal curada y su hijo robado. 

Dicen que la nostalgia se destierra con datos porque ese año que todas salimos a la calle, Rajoy y Aguirre ganaron las elecciones. Dicen que no se acuerdan, que aún eran muy jóvenes, pero que solo les han llegado malas referencias, que vaya panorama de mierda les hemos dejado. Dicen que ese año, ese día, estaban yéndose de putas, pero que ya no se van. Que parecía muy prometedor y que, al final, no nos llevó a ningún sitio.

A nosotras, a las que nos llevó a mil sitios y nos sigue llevando, nos embarga la rabia antes que la nostalgia cuando vemos sucederse los sesudos análisis que van sepultando la memoria sentimental recuperada en las plazas. Una que venía de lejos y que dio paso a nuevos imaginarios y alianzas. Convivimos aquellas a quienes nos resultaban demasiado pesadas las ametralladoras con quienes apenas necesitaban un plato de comida para alistarse, compartiendo una política revolucionaria basada en la transversalidad. Diez años después, se responsabiliza sin pudor a un movimiento heterogéneo y espontáneo de todos los males políticos recientes, confundiendo apertura con indeterminación, emotividad con impotencia, idealismo con infantilismo. El desprecio por la emoción pretende desprestigiar la acción misma. Luz de gas de manual. 

Luz de gas: forma de manipulación de la percepción de la realidad del otro con el fin de hacerlo dudar de su propio juicio o memoria, dar por sucedido lo que nunca ocurrió o presentar información falsa para desorientarlo y negar su experiencia de lo vivido.

Estas prácticas que aunaban autodefensa y descontento cosecharon a su paso, por un lado, interpretaciones próximas a la definición de ciudadanía responsable, democrática, que encajaban bien en la deriva reformista que nunca escondieron algunos de sus protagonistas; por otro, una condena articulada alrededor de tres fases. Primero la ridiculización —perroflautas al fin— apelando a su carácter pacifista o festivo. Sin embargo, mientras se menospreciaba el alcance de las demandas, señaladas como volátiles, su legitimidad e incidencia en la vida política seguía creciendo, dando paso a la siguiente respuesta: la criminalización de la protesta en cualquiera de sus formas, según la cual, toda disidencia o desobediencia civil es categorizada como violencia o terrorismo: todo es ETA. Finalmente, y una vez asimilada en el imaginario general esta imagen demonizada de un movimiento civil pacífico, la represión ejercida sin cortapisas. 

Con el apoyo de voceros mediáticos y a través de las fuerzas y cuerpos de seguridad, todas las iniciativas y propuestas fueron de un modo u otro reprimidas a través de sanciones administrativas y penales cuando no a través de la cruda violencia policial, y no en todos los casos dentro de los límites de la legalidad. 

El uso del monopolio de la violencia por parte del Estado ante las conquistas sucesivas del quincedemayismo fue una de las causas directas de su mentada “disolución” o desinfle en términos masivos, pese a que se ha seguido atribuyendo a la falta de proyección y definición del movimiento. La aprobación de la Ley Órganica 4/2015 de Protección de Seguridad Ciudadana, Ley Mordaza, es la conclusión final de todo el proceso.

Es imprescindible hacer un ejercicio de memoria y archivo, para poner sobre la mesa cuáles fueron las consecuencias materiales directas de ese momento insurreccional en el contexto de la crisis económica, así como los mecanismos que se activaron para neutralizarlo. Y para eso detengámonos un momento en la nostalgia, esa otra arma arrojadiza, tan mentada estos días de aniversario. Nuestra memoria está forjada por imaginarios y experiencias que trascienden con creces a un momento histórico determinado. La mirada resultadista que desprecia los recuerdos, más o menos sentimentales, de un sector de quienes pasaron por las plazas, ahonda en el paradigma éxito/fracaso, y pasa por alto los resortes menos evidentes de las transformaciones sociales. Aquellos que relacionan, en la línea de lo que apuntan los feminismos contemporáneos, las condiciones materiales de existencia con las distintas subjetividades que las padecen y proyectan a futuro. Y hace tiempo que esas subjetividades no pasan solo por la del varón, blanco de izquierdas, ya sea de clase media o clase obrera. 

La inclusividad radical no sólo propicia momentos emotivos que recordar con mayor o menor nostalgia, y no se agota en la emoción. La inclusividad radical mira hacia la utopía posible, pero también se traduce en prácticas que transforman la acción política. En ella se ensayan asaltos al estado de las cosas que no siempre producen los resultados soñados, y se cuestiona la idea de vanguardia política entendida en sentido clásico, en la que esa primera línea siempre es sostenida en la sombra por las mismas. Cada contexto histórico genera y demanda sus propias armas, y nos guste más o menos nos encontramos en una encrucijada en la cual nuestras filas no están formadas por milicianos ni viejos comandantes. O no solo. 

Aleccionar a aquellos para quienes el llamado 15M aún sirve como cierta guía para la acción o la transformación, supone desconocer otros recorridos vitales y otras subjetividades. Esta es la segunda luz de gas, que viene de algunos que ojalá hubieran bajado de sus tribunas a trabajar en el proceso destituyente que se abrió en aquel entonces, como uno más. Para la señora del pelo anaranjado supuso reconocerse como sujeto con posibilidad de agencia. Y gracias a ello no volverá a verse como alguien arrojada al mundo sin red o sin apoyos. 

A Rodrigo Rato y sus secuaces se les querelló pero desde entonces se han seguido parando desahucios y arrancando a oficinas o despachos daciones en pago y alquileres sociales, a esos mismos bancos que continúan privatizando beneficios y socializando pérdidas. A pesar de haber llevado a término tres huelgas generales en dos años, siguen siendo imprescindibles las despensas de alimentos y oficinas de derechos sociales por todo el territorio, en un trabajo ingente de autoabastecimiento de las necesidades básicas. Profesionales de todos los ámbitos continúan trabajando codo a codo en la proyección de una organización más justa de los medios y la riqueza. Todo operando durante años lejos de la atención y la lectura de los medios sobre el carácter “ciudadanista” de la revuelta fallida. Una lista que podría alargarse hasta el infinito y que contrasta con la deriva institucional a la que los mismos poderes que criminalizaron otras iniciativas incitaron, ante la que sonrieron entonces con recelo, hasta convertir esa sonrisa en una mueca perversa. 

Hubo un tiempo en que la ternura y la insurrección fueron parejas, cuando lejos de la soledad de nuestras casas, apretadas en plazas, nos volvimos indistinguibles entre nosotras. Contra esa luz de gas, tan instrumental al estado de las cosas, tan funcional para una lectura cínica de la Historia, tenemos una memoria que poner en común, una que no confunde nostalgia con olvido. Y tenemos también la convicción de que si la Utopía es necesariamente efímera, eso solo puede significar que es necesariamente transitable, como una plaza que se llena y se vacía en el tiempo.  

* Rocío Lanchares es autora de Hotel Madrid, historia triste

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