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'Maleficia': cuando en tiempo de pandemia el derecho al aborto peligra

Manifestantes contra la prohibición del aborto en Alabama (Associated Press)

Marisa Fatás

Periodista y gestora cultural —

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La historia tiene vaivenes y los derechos sociales avanzan y retroceden con ella, especialmente los de los grupos más desfavorecidos. En los momentos de crisis, ya sean económicas, demográficas o sanitarias, las élites encuentran la oportunidad donde otros solo vislumbran peligro.

Así lo explicaba en un reciente encuentro virtual desde su casa Naomi Klein, autora de 'La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre' (PAIDOS IBÉRICA, 2007): “Estamos ante una crisis global que no respeta fronteras y, desafortunadamente, hay líderes de todo el mundo que están buscando la mejor forma de explorarla (...) También estamos viendo ataques a las libertades civiles y a los derechos democráticos”. Las mujeres, en este contexto, están siendo especialmente afectadas.

Desde mediados del mes pasado, y cuando la pandemia del coronavirus se extendió por casi todo el mundo, hemos podido ver cómo ciertas fuerzas conservadoras intentan restringir el derecho al aborto. Algunas, incluso, con éxito, pues este martes 7 de abril en Texas un tribunal ha fallado a favor de limitar el acceso al servicio mientras la cuarentena siga vigente. Aunque en España la interrupción del embarazo sí es una de las prestaciones sanitarias garantizadas, en Madrid y según la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI), ha descendido en torno a un 20%.

Por ello, dicha asociación ha solicitado recientemente al Ministerio de Sanidad que, para evitar desplazamientos, la información previa no deba ser recibida de forma presencial, sino que pueda ser enviada telemáticamente a las mujeres. Históricamente, los embarazos no deseados aumentan durante las recesiones, pues, por diversos motivos, los anticonceptivos son menos accesibles. En este caso, el confinamiento, además, restringe la capacidad de desplazamiento.

Si se observa detenidamente la historia, aparecen considerables paralelismos entre la pandemia de mediados del siglo XIV, la Peste Negra, y la actual. Entonces, igual que ahora, la enfermedad se extendió primero por Asia para llegar después a Europa. Durante la época medieval, y debido a la escasa disponibilidad de tierra en propiedad, no era posible tener muchos hijos. Las mujeres, por aquel entonces, tuvieron gran protagonismo en algunos movimientos heréticos contra las jerarquías sociales, la explotación económica y la corrupción del clero.

Dentro del movimiento, a diferencia del papel nulo que desempeñaban en la Iglesia, contaban con los mismos derechos que los hombres y disfrutaban de trabajos propios. Gran parte de su autonomía provenía del control parcial que ejercían sobre la función reproductiva. Está documentado que contaban con distintos métodos anticonceptivos, conocidos como 'maleficia' (esto es, equiparados a hechizos criminales), elaborados a partir de hierbas convertidas en pociones o supositorios.

Un saber transmitido de generación en generación que les fue expropiado cuando la peste diezmó la población europea entre un 30% y un 40%. Ante la crisis demográfica, las autoridades llevaron a cabo una política que criminalizaba la anticoncepción. Iniciativa que, tal y como señala Silvia Federici en 'Calibán y la bruja' (Traficantes de sueños, 2010), transformaba el útero en territorio político, y sentaba las bases de la caza de brujas que tuvo lugar en nuestro continente.

Con la crisis poblacional de finales del siglo XVI y principios del XVII, el patrón volvió a ser el mismo. Los mercados se contrajeron, el comercio se detuvo y se propagó el desempleo. Como consecuencia, los pobres buscaban la manera de no reproducirse y la cantidad de niños abandonados aumentó considerablemente. “La principal iniciativa del Estado con el fin de restaurar la proporción deseada de población fue lanzar una verdadera guerra contra las mujeres (...) Esta guerra fue librada principalmente a través de la caza de brujas que literalmente demonizó cualquier forma de control de la natalidad y de sexualidad no procreativa, al mismo tiempo que acusaba a las mujeres de sacrificar niños al Demonio”, expone Federici en su libro.

Fue así como las mujeres perdieron el control sobre la reproducción, puesta, desde entonces, al servicio de la acumulación de la fuerza de trabajo. Como señalaba al inicio, con cada crisis, los derechos sociales corren peligro, pero también se plantean nuevas oportunidades. “La buena noticia es que nos encontramos ante una posición mejor que en 2008 y 2009. Desde entonces hemos trabajado mucho en los movimientos sociales durante estos para crear plataformas de personas”, afirmaba Naomi Klein en el encuentro virtual mencionado.

Y así es, pues cien organizaciones no gubernamentales ya han pedido que las autoridades europeas reconozcan con urgencia el aborto, en los términos en que la ley lo defina en cada país, como servicio de salud esencial. De otro modo, tal y como apuntan dichos colectivos, las mujeres que viven en la pobreza, las indocumentadas o las supervivientes de violencia de género, de nuevo serán uno de los grupos más afectados por los efectos de esta pandemia.

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