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Los migrantes, parte de nuestra identidad

Alemania hace frente al reto logístico y político ante el flujo de refugiados

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Hace exactamente 20 años, el 18 de diciembre fue declarado Día Internacional del Migrante por las Naciones Unidas. ¿Otra fecha simbólica para añadir al calendario mundial de conmemoraciones?

Según datos de ACNUR, a finales del año 2019 el desplazamiento forzado superaba los 80 millones de personas. Esta cifra no puede dejar indiferente a nadie. El Día Internacional del Migrante nos recuerda, más allá de las imágenes del drama migratorio que nos llegan a diario, que el desplazamiento forzado y la migración siempre han formado y seguirán formando parte de nuestra propia historia europea. A lo largo de los siglos y hasta la historia más reciente, innumerables personas se vieron obligadas a huir de Europa por miedo o necesidad. Y a la inversa, Europa se convirtió en el destino anhelado de quienes huían y emigraban de sus países.

Cuán corta es la distancia entre una cosa y otra queda claramente reflejado en la historia alemana del siglo XX. En Alemania tenemos una relación particular, también emocional, con este tema, y no únicamente desde el “año de los refugiados” que fue 2015. Y es que nuestra memoria colectiva está estrechamente ligada a los binomios emigración e inmigración, huida y expulsión, traslado y reasentamiento. 

En las generaciones de nuestros padres y abuelos muchos pagaron un precio muy alto por la política criminal del régimen nacionalsocialista, que trajo a Europa guerra, penurias, genocidio y expulsión, aparte de los actos bélicos más inmediatos. Su país, Alemania, había causado un sufrimiento indecible a sus vecinos. Por su parte, más de 12 millones de alemanes tuvieron entonces que abandonar su tierra natal ancestral. En el transcurso de menos de cinco años, 8 millones de alemanes se trasladaron al territorio que más tarde sería la República Federal de Alemania; 4 millones, al territorio de la República Democrática Alemana. Lo que unos llamaban traslado (por no emplear el término banalizante y tan corriente después de la Primera Guerra Mundial de la “transferencia de población”), otros lo denominaban simplemente expulsión forzada. Sea como fuere: millones de personas fueron expulsadas por la fuerza de sus asentamientos y ciudades de origen. Más de una de cada tres familias alemanas vivió el desplazamiento, un destino que todavía hoy se relata una y otra vez en las familias alemanas. El gigantesco desafío cultural y económico para la aún joven República Federal de Alemania fue acoger y, sobre todo, integrar a los refugiados. No todos ellos eran bienvenidos, en muchos lugares había reticencias: algo que no ha cambiado demasiado hasta el día de hoy. Pero la integración se logró gracias al compromiso de innumerables ciudadanos: también este es un fenómeno de gran actualidad.

A la inversa, muchos de los que fueron perseguidos por motivos racistas o políticos pudieron sobrevivir únicamente porque encontraron refugio en el extranjero, mientras que a otros dicha protección se les negó o se les concedió solo con muchas dificultades. Ambas experiencias llevaron a los padres y madres de la nueva Constitución alemana, la Ley Fundamental, a incluir el derecho de asilo en el catálogo de derechos fundamentales.

En los años 50 se produjo un incremento de los flujos migratorios desde Alemania Oriental hacia Alemania Occidental, una realidad que planteó a la extinta RDA un inmenso desafío económico: entre 1949 y 1961 más de 2,6 millones de personas abandonaron el país. 

Mientras que la construcción del Muro literalmente “bloqueaba” la migración de este a oeste, la República Federal buscaba trabajadores urgentemente, sobre todo en Europa, para cubrir la gran demanda de la industria. De este modo llegaron a Alemania unos 600.000 españoles y españolas, de los que la gran mayoría regresó más tarde a España para labrarse aquí un futuro. En aquella época llegó a Alemania un total de 14 millones de trabajadores y trabajadoras extranjeros, los llamados Gastarbeiter o “trabajadores invitados”. Se calcula que tres millones de ellos se quedaron en su nueva tierra y pasaron a formar parte de la diversidad de Alemania. 

En los años 80 y, sobre todo, en los años posteriores a la caída del Muro el presagio del final de la Unión Soviética llevó a un gran número de ciudadanos soviéticos de origen alemán a emigrar a Alemania desde la Unión Soviética y los Estados sucesores. Las cifras llegaron a alcanzar máximos de 400.000 personas al año. En cuanto esta ola se redujo, aumentó la cifra de los refugiados de guerra procedentes de los Balcanes y también de Somalia, de modo que en 1992 llegaron a Alemania 400.000 refugiados y solicitantes de asilo.

Una consecuencia de este desarrollo en los primeros años 90 fue comprender que se debía prestar una mayor atención a las causas de la migración. Desde entonces, a este asunto se le da un enfoque integral que continúa ampliándose con regularidad. Lo integran sobre todo medidas en materia de política de ayuda al desarrollo y de prevención de conflictos. Las misiones militares en cooperación con nuestros socios son otro elemento de una actuación estabilizadora en las regiones en crisis. Con esta perspectiva es con la que se deben ver la mayoría de las misiones internacionales de la Bundeswehr, las Fuerzas Armadas Federales.

Hoy muchos recuerdan sobre todo el año de los refugiados que fue 2015, en el que solamente a Alemania llegó casi un millón de personas. Pero para nosotros los alemanes, el 2015 no fue el primer gran desafío migratorio. Muchos de nuestros compatriotas no son en absoluto conscientes de los inmensos retos que se han ido superando en los pasados 75 años. Esto vale también para Europa en su conjunto: hay que tener muchas lagunas históricas para obviar los fenómenos del desplazamiento y la migración como parte de nuestra propia identidad. 

El pasado mes de septiembre la Comisión Europea presentó su propuesta para un nuevo pacto migratorio que implica un reinicio de la política europea en materia de migración y asilo. Aunque todos los Estados miembros en principio mantienen una postura abierta, aún no se ha alcanzado una solución. Demasiado divergentes son las perspectivas y los intereses. El intento de definir una postura común europea ha resultado ser un proyecto gigantesco que solo podrá tener éxito con mucha buena voluntad por parte de todos. Dicho de otro modo: aún tenemos por delante un largo camino. 

Pero un vistazo a nuestro legado histórico nos hace concebir la esperanza de que en Europa se pueda culminar con éxito el reinicio hacia una postura solidaria común. Que el Día Internacional del Migrante nos sirva de admonición.

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