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Póngame una de chips (la escasez)

Director Científico del CiTIUS-Centro Singular de Investigación en Tecnologías Inteligentes de la Universidad de Santiago de Compostela
Cómo te puede afectar la escasez de chips.

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Imagine que dejara de funcionar todo lo que lleva dentro circuitos integrados, conocidos comúnmente como chips. Piense primero en usted y en su casa. Hablamos de su reloj de pulsera, el móvil, la tableta, el ordenador, el libro electrónico, el termómetro, la consola de videojuegos, la televisión, casi todos los electrodomésticos, el contador de la luz, el portero automático, la caldera…  ¿Tiene perro? Sale a la calle, y más de lo mismo: coches, semáforos, iluminación, algunos contenedores… ¿y qué decir de las fábricas, los hospitales o cualquier oficina?

No se preocupe, esto no parece que vaya a ocurrir, aunque vivimos una escasez inédita de chips. No es que sea una crisis de dimensiones bíblicas, pero está haciendo que algunos sectores industriales estén pasando muchos apuros, y nosotros, sus clientes, también. Quizás el más afectado es el del automóvil. De hecho, los plazos de entrega de coches nuevos no hacen más que ampliarse. A este paso, cuando te lo entreguen ya habrá que pedir el siguiente, como hacía con las cañas un amigo mío, especialmente sediento. 

Esta escasez de chips se ha acrecentado con la pandemia, pero ya viene de atrás. Eso sí, ahora estamos ante la tormenta perfecta. Los cierres temporales de fábricas debido a la COVID-19, los problemas de distribución, el acopio de los más precavidos, el incremento en la demanda de dispositivos, sobre todo los que se usan para tele-actividades: teletrabajo, teleeducación, telemedicina… También el despliegue de la tecnología 5G, además del número creciente de dispositivos que incorporan chips y que antes no: lámparas, la inmensa mayoría de los juguetes, tostadoras, cafeteras, bicicletas…

Llevamos muchos años anunciando los límites a la capacidad de seguir fabricando chips más potentes o con mayor capacidad de almacenamiento, pero ahora resulta que el talón de Aquiles de la industria de los semiconductores es la dificultad de fabricar y suministrar los chips de andar por casa, mucho más baratos, relativamente sencillos, algunos incluso tecnológicamente viejunos, pero que se consumen por miles de millones. Si falta uno para fabricar un aparato, simplemente hay que esperar por él o sustituirlo de algún modo. Lo mismo que no podemos dejar cables sin conectar, aunque sí los muebles de Ikea sin algún tornillo, cuando ensamblamos un aparato, no podemos dejar el hueco de un chip sin ocupar, salvo que solo afecte a algo accesorio, no imprescindible para el funcionamiento razonable y seguro del mismo. De hecho, los fabricantes de automóviles están fabricando y vendiendo coches sin alguno de sus elementos no indispensables, como el control digital de retrovisores o las pantallas táctiles.

Tampoco la cúspide de la pirámide tecnológica está a salvo. Del par de docenas de fabricantes de chips de última generación que había hace dos décadas, hemos pasado básicamente a tres: Intel, que sigue ahí, pero con dificultades; la surcoreana Samsung; y TSMC, una compañía de Taiwán, líder mundial en fabricación. De Europa no hay nadie, ni se le espera de momento. Eso sí, podemos darnos con un canto en los dientes por tener al fabricante de las máquinas de litografía ultravioleta extrema, que son algo así como las impresoras que proyectan el diseño de los chips sobre las superficies de material semiconductor con el que se fabrican. Unas impresoras que trabajan a escala nanométrica y que fabrica ASML, una empresa de los Países Bajos nacida hace menos de cuatro décadas y que vale tres veces lo que Inditex. No es para menos, estas máquinas, extraordinariamente complejas y exclusivas, se venden por más de 100 millones de euros cada una.

Por otra parte, la inteligencia maquinal ubicua no solo requiere de más y mejor software sino de más y más chips. Pero en muchos casos es suficiente con que puedan hacer algunas cosas relativamente simples, y para eso bastan chips sencillos y baratos. El problema es que dar respuesta a una demanda crecientemente de estos chips no es de hoy para mañana. Fabricar chips no es como fabricar mascarillas. La tecnología es muy sofisticada, requiere personal muy cualificado y las inversiones antes de empezar a producirlos son de miles de millones de euros. Por eso hay que darse prisa. Si nos preocupa depender de otros, incluso en productos básicos, para contener y atender la pandemia, imagínense lo que supone que el corazón de cualquier dispositivo o máquina esté solo en manos ajenas. Sin embargo, Europa apenas pincha y corta en la fabricación de chips. Produce escasamente el 10% del total mundial. En esta década quiere pasar al doble, y para promoverlo se ha anunciado una Ley Europea de Chips. Esperemos que no se nos vaya el tiempo en la redacción y pasemos a la acción.

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