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Vistalegre 2: ¿Para qué hemos llegado hasta aquí?

Iglesias: "cualquier día los trabajadores le entregan la S y la O al PSOE"

Ricardo Royo-Villanova / Ricardo Royo-Villanova

Podemos representó un cambio cualitativo en mi vida política. No fue sólo cambiar de partido, tampoco fue cambiar de ideas, porque en lo sustancial, no las cambié. Pero supuso un cambio radical de actitud y de mi posición ante el hecho político. Por primera vez en 30 años –entré en política en 1986, al calor de los rescoldos del referéndum de la OTAN- me encontraba en un partido que realmente quería gobernar, en un partido que no se conformaba con ser la conciencia del régimen, ni la conciencia de la izquierda, ni una oposición muy fuerte en la calle, o la muleta de otro partido, ni su aguijón... Por primera vez me encontraba en una formación política que se referenciaba en sí misma y no en su relación con otras fuerzas, y que tenía la vocación clara e inequívoca de cambiar cosas aplicando su programa desde el gobierno.

Me sorprendieron y marcaron mucho las palabras de Pablo Iglesias la noche electoral de las europeas (en las que yo aún militaba en IU, partido para el que hice campaña). Después de un éxito evidente, entrar en el Europarlamento con 5 diputados cuando las encuestas más optimistas les daban 3 y las que todo el mundo consideraba más realistas les daban un diputado, dijo serio, casi circunspecto y solemne, que no habían conseguido sus objetivos porque no tenían votos suficientes para aspirar a gobernar. Casi lo presentó como un fracaso.

Solo después de pensar mucho en esas palabras y en esa actitud comencé a entender a Podemos, un partido que no se reclamaba ni de izquierdas ni de derechas, pero que aspiraba a representar los intereses de aquella amplísima capa de personas que, de una u otra forma, habían sido abandonados por el régimen del 78. Parados sin futuro, jóvenes sin futuro, trabajadores sin futuro, servicios públicos recortados y sin futuro, el desprecio de la investigación, la innovación y el desarrollo –el tan español “que inventen ellos”-, el desprecio de la economía productiva y apego a la especulación pura y dura, ciudadanos sin futuro asombrados por la capacidad de pudrirse hasta lo inenarrable del régimen que con tanta ilusión y sacrificio alumbraron sus padres y abuelos tras la muerte del dictador. Todo eso, huérfano de referente político pero visible desde el 15M, era lo que pretendía representar Podemos.

Para ello, pusieron en marcha un discurso que algunos han calificado de populista, y que Podemos admite como tal, pero que buscaba ir más allá de la izquierda. No dejarla fuera, ni superarla, sino ir más allá y no centrarse exclusivamente en las etiquetas. Ya vendrán los historiadores, los politólogos, los sociólogos del futuro a ponernos la etiqueta y decidir si somos de izquierda o no; nosotros, vamos a trabajar por conseguir el Gobierno para defender lo público, para blindar el Estado del Bienestar, para acabar con la corrupción, para restaurar libertades y derechos, en definitiva, para construir una democracia sin hipotecas con el pasado... Y así, consiguieron algo que la izquierda –la llamada izquierda real, la izquierda que está a la izquierda del PSOE- no había conseguido en 42 años de democracia: 5 millones de votos y 69 diputados en apenas dos años. 69 diputados decididos a, de una manera u otra impugnar un régimen que ahogaba a España en una existencia triste, gris y sin futuro.

Pues bien, apenas 3 años después de su fundación, parece que el partido está roto. Al cabo de tres años, sin haber logrado su objetivo, pero siendo una fuerza política importante tanto en el ámbito nacional como en el autonómico y el municipal, sus principales líderes, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, y los partidarios de ambos están –estamos- fuertemente enfrentados. No sólo en privado, sino también y sobre todo en público, no sólo por las ideas que sostiene cada cual, sino por otras motivaciones como el poder interno o los ajustes de viejas rencillas que a veces parecen casi personales.

El sábado se celebra el Encuentro Ciudadano de Vistalegre 2, y yo voy a apoyar las tesis políticas de Errejón, votaré al equipo de Errejón que se presenta en la candidatura de Recuperar la ilusión. Y también voy a apoyar a Pablo Iglesias como secretario general.

Antes de que lo dijera Errejón, antes de que se convirtiera en un mantra de la campaña errejonista, yo ya le decía a quien lo quisiera escuchar que Podemos no es posible ni viable si faltan cualquiera de los dos: Íñigo o Pablo. Ambos, y lo que representa cada uno de ellos, son complementarios y, sobre todo, ambos son dos caras de la misma moneda. El discurso populista de no somos ni de izquierdas ni de derechas me da mucho miedo, porque yo no sólo me siento de izquierdas, sino que creo que soy comunista –sea lo que sea eso en el año en que celebramos el centenario de la gran Revolución de Octubre-, y creo que Pablo representa el anclaje de ese discurso en la izquierda.

Sin embargo, Iñigo aporta al discurso de Podemos la apelación a un espectro social mucho más amplio, que va mucho más allá de la izquierda, y que es de donde puede salir la base social para un Podemos con fuerza suficiente para gobernar. Y juntos han conseguido poner a Podemos entre los puestos segundo y tercero de la política española.

Este inmenso patrimonio que hemos levantado en apenas tres años, este rico capital político que hemos acumulado desde las europeas de 2011 se puede dilapidar si ambos, Pablo e Íñigo, y sobre todo sus seguidores, no somos capaces de reconocernos como compañeros y compañeras; si no somos capaces de identificar los objetivos comunes o somos incapaces de ser leales no sólo con el proyecto, sino también con nosotros mismos. Y sobre todo con los cinco millones de personas que nos han apoyado, si no asumimos y reconocemos al partido que salga el sábado de Vistalegre como nuestro partido, aceptando los resultados, sean cuales fueren.

Porque se repartan como se repartan los puestos en el Consejo Ciudadano Estatal como consecuencia del sistema de reparto que elegimos hace un par de meses, lo cierto es que la militancia, los círculos, van a estar divididos en dos grandes bloques de fuerza similar. Es decir, después de Vistalegre los errejonistas, los pablistas y los anticapitalistas van a tener que acordar cosas, quieran o no, y van a tener que dejar de lado los agravios reales o inventados que ahora mismo parecen ser el centro de la campaña, al menos en su vertiente pública.

No sé si Pablo Iglesias leerá esto o no. Si lo hace, quisiera decirle que no entiendo sus advertencias de que dejará la secretaría general si no son mayoritarios sus documentos y su equipo. Lo comprendería si la elección del secretario general fuera vinculada a la lista mayoritaria, pero es que se ha separado esta votación: elegimos por un lado a los miembros del consejo, y por otro lado al secretario general. Es decir, él recibe un mandato de la militancia, si se le elige, que no puede soslayar sin caer en una grave irresponsabilidad.

Pero sobre todo, y mucho más importante que lo anterior, es que podemos se va a reconfigurar tras Vistalegre como una fuerza con unos valores y unos objetivos comunes, pero con ideas distintas en algunas cosas acerca de cómo alcanzar esos objetivos, y las diferentes sensibilidades, sea cual sea el reparto final de los puestos en el consejo sus miembros, y en especial el secretario general elegido en votación independiente, tienen la obligación de sentarse a negociar y sintetizar un programa común de acción. No se trata de imponerle al secretario general elegido unas políticas que no son las suyas. Se trata de que se alcance un acuerdo que haga viable el partido, teniendo en cuenta que las fuerzas están repartidas de manera probablemente muy similar.

Si no, ¿para qué hemos llegado hasta aquí?

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