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Solas

Mujeres afganas a las puertas de un colegio electoral, en 2004. Kabul.
17 de agosto de 2021 22:42 h

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Europa está dando hace ya tiempo sobradas muestras de decadencia moral y de cobardía. El espectáculo de estos días, huyendo como ratas de Afganistán, al ritmo que marcan los Estados Unidos, y regalándole el país a esa secta de ignorantes ultraconservadores que se hace llamar talibanes, creada y alimentada por los propios Estados Unidos hace unas décadas, para acabar con una república que garantizaba el laicismo y la igualdad de las mujeres, pero que no controlaban, ha devenido finalmente en la cobarde afirmación del presidente Biden de estos días: “los afganos deben luchar por sí solos”. Y dicho y hecho: después de armar durante décadas a los talibanes, de combatirlos después con la boca pequeña, mientras les seguían apoyando China y Rusia, Estados Unidos y la cobarde Unión Europea se van de Afganistán y les dejan solos. O solas. Digamos mejor solas.

Debe ser que en Afganistán no hay nada que codicie tanto Estados Unidos que precise que hispanos y negros arriesguen allí sus vidas, así que se van. Pero Europa, que también se va, sí que se juega mucho. Europa se juega su propio ser, su propia esencia, su propio estar en el mundo. ¿Para qué sirven las instituciones políticas y comunes de la Unión Europea si no son capaces de hacer valer sus valores, los valores ilustrados de la libertad, la igualdad y la fraternidad que han sido la base ideológica que ha hecho posible el mayor progreso científico, tecnológico y humano conocido en el mundo, y que nos ha llevado a mejorar la calidad de vida de los seres humanos en toda la tierra hasta niveles inimaginables?

Las instituciones europeas llevan ya años dando síntomas de debilidad, cobardía y de rendición ante contravalores morales como la homofobia, el autoritarismo o el machismo, permitiendo que países como Hungría o Polonia legislen contra sectores importantes de su población, sin realizar más que vagas amenazas de sanciones económicas que no se cumplen nunca. Hemos dejado solos a los homosexuales húngaros y polacos, hemos cedido ante los nazis ucranianos… y en el exterior toman nota. Saben que somos una potencia -solo nominal- decadente, patética y cobarde, incapaz de superar sus ridículos chovinismos internos e incapaz de hablar con una sola voz exterior, una potencia que se está dejando carcomer por dentro por fuerzas ultraconservadoras antieuropeas herederas de las que derrotamos con las armas -y con los valores- en la II Guerra Mundial… 

Una potencia, en definitiva, incapaz de defender sus valores que, durante décadas ha sido simplemente un satélite de Estados Unidos y que ahora, de nuevo, sigue a Estados Unidos en su abandono de las mujeres afganas a su suerte, para que “luchen solas” contra el monstruo que hemos contribuido a crear. 

Si Europa fuera lo que pretende ser, no dejaría solas a las mujeres afganas, como no dejó solos a los polacos en 1939. Europa tiene ejércitos y tecnología para quedarse en Afganistán y erradicar a los talibanes del mapa. Si no lo hace es por dos razones: no hay nada en Afganistán que interese controlar a Estados Unidos -en ese caso ya habrían instaurado un régimen satélite fuertemente protegido- o sencillamente ya no nos creemos nuestros valores ilustrados, no creemos en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad y creemos que cada cual debe resolver sus problemas como buenamente pueda. Solo, aunque esos problemas se los hayamos creado nosotros mismos en nuestros laboratorios geoestratégicos…

Y mientras tanto, en nuestras decadentes democracias europeas seguiremos poniendo inútiles paños calientes para tratar de controlar el pus moral que rezumamos por las pústulas que se nos han abierto por la extrema derecha nacionalista; y, a la vez que tratamos de convertir en simple ideología decorativa el feminismo que nos muestra compulsivamente algunas de las vergüenzas y contradicciones más sangrantes de la forma en que hemos puesto en práctica nuestros valores, trataremos de encontrar peregrinas excusas -“los afganos deben luchar solos”- que nos permitan mirar para otro lado mientras los talibanes cierran las universidades -el 60 del alumnado eran mujeres-, expulsan a las niñas de las escuelas, y esconden tras el burka a miles de mujeres que, como nos recuerda Soledad Gallego Díaz, llevan años -desde que los talibanes fueron derrotados hace casi dos décadas-  ejerciendo sus profesiones de periodistas, médicas, enfermeras, maestras, profesoras, secretarias, policías o diputadas…

Lo más importante que tiene que defender una sociedad si quiere pervivir son sus valores. Lo que diferencia Europa de Estados Unidos, de Rusia, de China es que nosotros no somos bárbaros. Los bárbaros son ellos. Ellos son los que electrocutan gente, los que disparan tiros en la nuca a delincuentes que en otros lugares no pasarían por la cárcel, ellos son los que invaden países para controlar sus materias primas, los que esconden en armarios institucionales a los homosexuales, los que institucionalizan el machismo…

Si dejamos a las mujeres afganas solas dejaremos de ser Europa y nos convertiremos en bárbaros.

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