Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El PSOE convierte su Comité Federal en un acto de aclamación a Pedro Sánchez
Las generaciones sin 'colchón' inmobiliario ni ahorros
Opinión - El extraño regreso de unas manos muy sucias. Por Pere Rusiñol

El voto gamberro

Un votante prepara su papeleta en el colegio electoral.

José Antonio Martín Pallín

Magistrado emérito del Tribunal Supremo. Comisionado de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra). Abogado de Lifeabogados. —

Los politólogos han acuñado una expresión muy gráfica, el “voto gamberro”, para etiquetar determinadas actitudes electorales de los ciudadanos que acuden a la llamada de urnas. En realidad, se trata de un voto contra el sistema ejercido por los que aprovechan la convocatoria de los comicios para depositar deliberadamente votos nulos, tachando los nombres de candidatos o emborronando las papeletas con expresiones inequívocas de rechazo o menosprecio por la democracia y las votaciones. No confundir con los votos en blanco que son una expresión incuestionable de vocación democrática.

Los que tenemos una cierta edad, cuando se habla del “voto gamberro”, nos acordamos de lo que sucedía con ocasión de las votaciones convocadas por el Sindicato Español Universitario (SEU), adscrito al Movimiento Nacional, para Delegados de curso, de Facultad y de Universidad. La afiliación era obligatoria y el voto también, aunque no eran muy estrictos en su exigencia. Al realizar el escrutinio, se podía observar que, en muchas papeletas, en lugar de las candidatos presentados, figuraban, con llamativa frecuencia, el nombre de Sofía Loren o de alguna otra celebridad del momento. Era una forma de hacer constar nuestra disidencia con el sistema dictatorial y, a la vez, una demostración de la inutilidad de esas votaciones.

Estamos viviendo unos momentos en los que, según mi apreciación, el rechazo al sistema se ha instalado en nuestra sociedad, y en otras muchas, alcanzando un nivel que debe suscitar una lógica intranquilidad y un necesario e imprescindible análisis. Los “votos gamberros” originarios, es decir, los votos nulos, no deben preocuparnos en exceso porque estadísticamente son insignificantes respecto de los porcentajes de participación. El peligro para el sistema democrático radica en los votos válidos de aquellos que depositan su papeleta no para manifestar sus convicciones ideológicas o apoyar determinadas opciones económicas o sociales, sino movidos exclusivamente por argumentaciones, eslóganes o propagandas, absolutamente falaces, disparatadas y extravagantes.

Se está detectando una nueva modalidad del “voto gamberro” que se manifiesta en la aceptación incondicional de burdas falacias, algunas rayanas en el esperpento, difíciles de digerir por una mente equilibrada. Según la experiencia de las elecciones andaluzas, confirmada en parte por las recientes elecciones generales, muchas personas de un estatus económico medio o alto cuyo escaso entusiasmo por la democracia les había llevado a la abstención, desde que se ha presentado la opción política de Vox, con propuestas tan atrabiliarias como la ruptura de la organización territorial del Estado o claramente derogatorias de las libertades fundamentales, hacen ostentación de su voto como rechazo a todas las opciones políticas más asentadas. No pongo en duda que alguno de los votantes de este partido integrista, más que de ultraderecha, estén convencidos de su ideario y de sus propuestas, por lo que les excluyo, sin ninguna reticencia, de la categoría de votantes gamberros.

La preocupación debe ir en aumento cuando las convicciones o la militancia combativa nace de las barbaridades argumentales, estadísticas en mano, que proclaman sin descanso, como auténticos aprendices de Goebbels, los portavoces de los partidos que se sitúan en el espectro del centro derecha. No se puede mantener, sin faltar al respeto debido a las formas democráticas, que las políticas del partido Socialista Obrero Español o Unidas Podemos propugnan abrir las fronteras a millones de inmigrantes que vendrán con el exclusivo propósito de quitar el trabajo a nuestros conciudadanos, ocupar los centros educativos, los hospitales y centros de salud, haciéndonos imposible el acceso a estos servicios.

El que decide su voto porque candidatas o candidatos con palmario desprecio a la verdad y la realidad mantienen, sin rubor, que más de 200.000 hogares corren el riesgo de ser ocupados por extraños, a nada que sus legítimos titulares u ocupantes salgan a hacer la compra al supermercado o, en la versión más moderada, si se van de viaje o vacaciones, se está incluyendo en la categoría del “voto gamberro”. También los que digieren toda clase de argumentos y análisis que ofenden a la inteligencia.

El voto basado en convicciones nacidas de creencias religiosas o concepciones patrióticas, iluminadas por las glorias y vestigios del pasado, me parecen el resultado lógico de una valoración, a mi modo de ver, equivocada, pero en cierto modo surgida de algo tan irrenunciable, como es el respeto a la libertad de pensamiento y creencias, incluidas las religiosas. El voto a favor de la prohibición del aborto, del matrimonio entre personas del mismo sexo o de la eutanasia no puede ser compartido por una persona con una mínima formación y criterio, que haya integrado en su formación y cultura los valores que nacen de la tolerancia. Reconozco que, para algunos puede ser un voto coherente con sus convicciones, pero inmediatamente, si no quiere ingresar en la categoría del “voto gamberro”, debe ser consciente de la incompatibilidad de sus dogmas con la pretensión de imponerlos a los demás, vulnerando los principios más elementales de la democracia: la libertad y el pluralismo. Nadie tiene derecho a imponer pautas de moralidad o de conducta que atentan, además con el libre desarrollo de su personalidad como proclama nuestro texto constitucional.

En el plano estrictamente político, se sitúa en la franja del “voto gamberro” el que toma la decisión de votar impulsado exclusivamente por las proclamas de los que acusan falsamente a otros partidos, PSOE o Unidas Podemos, de apoyar tendencias independentistas en Cataluña o en Euskadi. La metáfora que utilizan los paladines de la unidad para descalificar y atajar la llegada al poder de esos partidos no resiste el más mínimo análisis lógico y racional. España, como realidad geográfica, es difícil de romper y, como conjunto de nacionalidades, la Constitución dice, puede ser interpretada de muy diversas maneras. Nada que objetar al que quiere votar a un partido independentista, pero sería lo más parecido al “voto gamberro”, depositar la papeleta, basándose en patrañas que no encajan con una realidad que cualquier persona formada o simplemente informada puede comprobar.

Las políticas municipales pueden ser calificadas legítimamente como buenas, regulares o malas, pero nadie mejor que el ciudadano que habita en su municipio sabe y conoce la realidad de lo que vive a diario. Manejar estadísticas o cifras tan falsas como que el número de desahucios ha llegado a 300.000 con el actual gobierno municipal o mantener, con cierto desparpajo y sin ningún rigor, que la ampliación de las aceras de la Gran Vía ha ocasionado la ruina de numerosos comerciantes no puede ser asimilado sin criterio crítico y por lo tanto no puede servir de base para formar el sentido del voto.

La democracia, como dijo Churchill, es el peor de los sistemas políticos, excluidos todos los demás, pero tiene la grandeza de poder acoger, sin discriminación, ni descalificación alguna, toda esta amplia gama de ciudadanos que viven dentro del sistema. Afortunadamente, no nos enfrentamos, de momento, ante una catástrofe, tsunami o terremoto, que arrasa con todo lo que tiene por delante. Nos podemos permitir, sin riesgo alguno, los votos nulos de los gamberros sempiternos, pero nos deben preocupar los votos nacidos de la nula capacidad de análisis y reflexión de los que votan movidos por mentiras o planteamientos falsos y totalmente alejados de la realidad. Además de gamberros son unos auténticos mentecatos; que nadie se ofenda, la palabra viene del latín y significa tener la mente corta o encogida.

Etiquetas
stats