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Yo te amo, Albert

Retrato de Albert Camus

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La única manera de lidiar con un mundo sin libertad es volverse tan absolutamente libre que tu misma existencia sea un acto de rebelión

Albert Camus

Escribo esto el día en el que Camus podría haber cumplido 107 años. Es una cifra que marca una edad muy longeva, cierto, pero ya no imposible. Improbable pero devenida absurda después de que el coche que conducía Gallimard, un Facel Vega, sufriera el reventón de un neumático y se estrellara contra un árbol cuatro años antes de que yo naciera. Albert Camus iba junto al conductor en un vehículo que se partió en tres pedazos y solo un día antes había escrito: “No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto”, en relación con la muerte de Fausto Coppi, cinco veces ganador del Giro de Italia. La huelga de periódicos que tenía lugar en Francia impidió que la noticia de la muerte del Premio Nobel de Literatura se difundiera inmediatamente. Hermosamente paradójico.

Toda una metáfora de quien dejó escrito que “el periodismo es el oficio más maravilloso que existe”. Una frase que presidió, escrita en una cartulina y clavada en un corcho, mis cinco años de carrera, una frase que reescribió Gabo y que late en el fondo de cada uno de los ilusos que nos dedicamos en serio a esta profesión.

Lo maravilloso de Camus, y lo que me lleva a escribir hoy sobre él con todo el prurito de mencionar a las divinidades de tu domus, es que fue un intelectual comprometido con la verdad, con la sinceridad intelectual y con el humanismo, lo que le hace despertar como un faro revelador perfectamente claro ante las mismas noticias que hoy nos siguen asaltando desde los diarios y frente a las polémicas sobre la verdad, la posibilidad de buscarla, la necesidad de hacerlo y la habilitación de unos y otros para convertirse en sus profetas. Entre las polémicas sobre los mecanismos del Gobierno para luchar contra el uso estratégico de la desinformación, las aglomeraciones de organismos profesionales acusándole en tromba sobre su inhabilitación para buscarla, la revuelta de los organismos denominados de verificación –que ya les digo que me parece una actividad esencial del periodismo y no externa a él–, las llamadas a Orwell, las negativas a que el Gobierno pueda luchar contra la desinformación, la publicación de una orden que solo se refiere a lo que hará el Gobierno pero que no desmonta ningún control judicial ni ninguna norma existente sobre la libertad de información, la inoportunidad de hacer estas cosas sin consensuarlas o comentarlas, los que gritan contra el Ministerio de la Verdad pero jalean que se condene a los tuiteros, entre todo eso yo les traigo el ejemplo vivo, razonado, honesto y desgarrado de un intelectual de los de verdad. Un intelectual de la verdad.

Camus fue reportero y editorialista y también literato pero fue sobre todo un pensador y un luchador comprometido primero dentro del Partido Comunista, después abandonando el marxismo y su militancia al descubrir que también esta coartaba su lucha incansable por la libertad. En los dos tomos de sus obras completas publicadas por La Pleiade hay suficiente para iluminar millones de existencias. A fin de cuentas, él no concebía otro tema que la condición humana.

“La importancia de la mentira procede de que ninguna virtud puede aliarse con ella sin perecer”, escribió. Ninguna virtud ni ninguna civilización ni forma de gobierno ni estructura humana. Los ecos que nos llegan del otro lado del Atlántico nos reflejan la lucha hercúlea, inacabable, sisífica, entre los constructores de democracias, mundos y civilizaciones con una dimensión humana y los que intentan destruirlas. Lo que estamos viviendo no es nuevo. Hablar de la era de la posverdad no es sino una forma de rendición. No estamos en la era de la posverdad sino en una era que no ha encontrado su fórmula para seguir luchado por la verdad. La mendacidad, las conspiraciones, las manipulaciones y el ensombrecimiento de la realidad, los engaños populares, orlan la historia para todo aquel que la conozca.

“El privilegio de la mentira es vencer siempre a quienes pretenden servirse de ella”, decía Albert Camus en una entrevista con el diario Le Progrès en 1951. Miren a Trump. Confiemos en un aserto que no es una mera clarividencia de un intelectual comprometido sino que se asienta en las bases más profundas del proceso evolutivo y de civilización de la humanidad. Somos los que somos porque fuimos capaces de utilizar la razón para relacionarnos con la realidad externa en la que debemos habitar. Dimos el salto cuando encendimos la luz de la razón y del conocimiento. Nada se puede sustentar en la mentira. La mentira todo lo corroe, todo lo destruye, nada cimenta. Así se vuelve en contra de quienes la utilizan y hemos de ser conscientes de que esta realidad no ha variado, es inmutable. El hombre no puede vencer al mundo externo, al planeta, a la realidad a base de negarla. Sería demasiado fácil.

“Ninguna grandeza se ha fundado jamás sobre la mentira. La mentira permite a veces vivir, pero nunca eleva. La justicia, por su parte, consiste sobre todo en no llamar mínimo vital a lo que apenas basta para mantener a una familia de perros, ni emancipación del proletariado a la supresión radical de todas las ventajas conquistadas por la clase obrera desde hace cien años”, expresó con gran acierto. Nada grande se asienta en la mentira, nada que se asiente en la mentira devendrá jamás grande.

Y cuando oigan sospechosamente clamar a favor de la libertad a todos aquellos que saben que jamás se han preocupado por ella, con cacerolas o sin ellas, vuelvan a Camus: “La libertad no es decir lo que sea y multiplicar la prensa amarilla, ni instaurar la dictadura en nombre de una futura liberación. La libertad consiste sobre todo en no mentir. Allá donde la mentira prolifera, la tiranía se anuncia o se perpetúa”.

No importan tanto los comités ni las agencias ni los bots rusos ni el descontrol interesado del capitalismo de la vigilancia. Denme ese párrafo y un puñado de niños y de jóvenes y háganles entender que la libertad solo existe donde habita la verdad y que todos los que se convierten en apóstoles de la mentira lo son a la vez de la tiranía.

Sean tan libres, tan verdaderos, que su existencia sea un acto de rebelión.

Sean así, como lo ha sido siempre, la esperanza de la humanidad.

La verdad os hará libres. La libertad solo existe en la verdad.

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