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Anticipar las realidades futuras

Una pareja y su hijo observan un árbol de navidad iluminado en la Plaza de la Marina, en Málaga. EFE/Daniel Pérez/Archivo

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Hace casi cien años, en una época de dolorosa incertidumbre pareja a la que nos ha tocado en suerte vivir, el poeta y dramaturgo anglosajón Thomas Stearns Eliot abordaba en el primero de sus Cuatro Cuartetos la necesidad del individuo de habitar el momento presente para ser consciente del tiempo y de su lugar en un mundo, que él anhelaba ordenado, y que ya he citado en un tiempo pasado, que vuelve a mi memoria presente:

        “El tiempo presente y el tiempo pasado

        Acaso estén presentes en el tiempo futuro

        Y tal vez al futuro lo contenga el pasado.

        Si todo tiempo es un presente eterno

        Todo tiempo es irredimible.

        Lo que pudo haber sido es una abstracción

        Que sigue siendo perpetua posibilidad

        Sólo en un mundo de especulaciones

        Lo que pudo haber sido y lo que ha sido

        Apuntan a un fin que es siempre presente“.

Las Navidades de 2020, con el parón que suponen en nuestra actividad del día de cada día, nos han recordado con menos sutileza que profundidad que la educación de nuestra voluntad no acaba nunca. A diferencia de lo que ha pretendido el presidente con sus nueve jueces que no le han juzgado, las adversidades vitales nos ponen realmente a prueba, queramos o no: el Año que cerramos ha traído consigo un chorro de ellas; el Año que inauguramos no cambiará de tónica. Ser capaces de superar esas y otras adversidades nos alejan de la frustración, cruce antropológico de un hoy que se escurre sin cesar, en el que se dan cita, como advierte el poema, el pasado que ya no es, pero que ha impreso su huella, y el futuro que todavía no ha comparecido, aunque en su ausencia real oprime sin tregua.

Una de las paradojas de nuestra vida estriba en que nos alimentamos más de expectativas y futuribles (“Lo que pudo haber sido es una abstracción… perpetua posibilidad... en un mundo de especulaciones”), que de realidades palmarias. Pocas de las primeras llegarán a realizarse, pero las disfrutamos y padecemos en su ausencia real con tal intensidad que afrontamos las segundas desgastados anímicamente.

Tengo dudas de que para ser plenamente feliz hayamos de exprimirnos en una existencia acotada por el presente, porque acredita una porción menuda de nuestra vida, cuyo vector íntimo apunta al porvenir del porvenir. Todo lo vivimos mordidos por un hoy fugaz que se sucede sin pausa (“un presente eterno”), que a la vez que nos enseña a no pedirle a la vida lo que no nos puede dar, nos empuja a desear sin fin, como si estuviéramos envueltos en un imposible necesario. ¿No se tratará a la postre de un tour de force de cada uno consigo mismo, en el que se requiere esfuerzo y destreza con el aliciente de un tiempo tasado?

El 2021 ya ha empezado a pasar, de ahí que urja que lo abordemos con energía personal e intransferible, sin veleidades. “El ideal, cuando lo es, ni es fantasía ni es ensueño; es la actualización de una realidad futura”, recuerda Ortega y Gasset. Cuanto ocurre no puede hacernos perder la sensibilidad para lo que debe ocurrir.

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