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¿Catalunya vota?

El ministro de Sanidad, Salvador Illa.

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Que las catalanas y los catalanes voten o no el próximo 14 de febrero depende únicamente de una cosa: que se cumplan las previsiones y la semana entrante contemple la desaceleración de la tercera ola de la pandemia. Pende de eso, y solo de eso, el éxito o fracaso de todas las estrategias, las jugadas geniales, los efectos Illa y de los otros o la mismísima estabilidad institucional que tanto preocupa al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, hasta el punto de decidir suspender el aplazamiento de las elecciones sin pedir o consultar un solo informe epidemiológico y luego tomarse dos semanas para dictaminar sin prisas; a ver si hay suerte, pasa algo y se arregla solo.

Las previsiones se basan en el cálculo a ojo de los días que han pasado desde Reyes y las han ingeniado los mismos que aseguraban, hace apenas unos días, que el impacto de la cepa inglesa iba a ser marginal entre nosotros, lo cual no invita precisamente a la confianza. Asusta solo el pensar en el desastre institucional que supondría que no se cumplieran esas proyecciones y parecería razón suficiente para evitar hasta ese riesgo. Pero doctores tiene la Iglesia y, de momento, se va a votar.

Todos sabemos que si el candidato del PSC no fuera Salvador Illa no estaríamos discutiendo el aplazamiento electoral. Las encuestas que ya tenemos confirman esa percepción. Acreditan una mejora evidente en las expectativas electorales de los socialistas catalanes con su nueva cabeza de cartel. Solo el día de las elecciones sabremos si esa buena valoración del ministro que tuvo que gestionar una situación tan inimaginable como una pandemia global se traduce en votos efectivos. Los socialistas tienen prisa en saberlo y todos los demás, no.

Pero las encuestas apuntan algunas otras cosas interesantes. El preelectoral del CIS nos cuenta que solo seis de cada diez catalanes están decididos a acudir a su colegio electoral. El impacto sobre la participación de una campaña en mitad de la meseta de la tercera ola y pendiente de ser suspendida en cualquier momento puede ser devastador. Que el presidente del Gobierno cometa la imprudencia de calificar de “trucos” los intentos para aplazar los comicios en lo peor de esa tercera ola no ayuda precisamente.

Como en todos los comicios catalanes, la mayoría declara que votará pensando en los asuntos que afectan más a su país. Pero esta vez hay más catalanes —seis de cada diez— que aseguran ir a tener muy en cuenta la gestión de una pandemia que, en el mejor de los casos, estará empezando a levantar la presión sobre el sistema sanitario y a aliviar unas estadísticas lamentables. Veremos a quién le pasan la cuenta los electores, si al ministro que se fue para ser candidato o al Govern que ha de responder por la gestión hasta el día de la votación.

Siempre hablamos de los indecisos cuando vamos a elecciones. Este caso no iba a ser una excepción. El CIS nos dice que cuatro de cada diez votantes no sabe cuál será su elección final y uno de cada diez no lo declara. La mitad de la muestra no revela su voto. Cuando las diferencias se superponen en los extremos de las horquillas, semejante nivel de indecisión se antoja algo más que relevante. La demoscopia apunta a una lucha cerrada entre ERC y el PSC, pero parece prudente no volver a cometer el error de subestimar a Carles Puigdemont y la habilidad de JxCat para beneficiarse de las contradicciones de unos competidores que, a la vez, son aliados en Madrid.

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