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Lo que los chimpancés nos enseñan sobre nuestros adolescentes en TikTok

Dos adolescentes con teléfonos móviles.

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Fue impresionante ver a Mark Zuckerberg pidiendo perdón. Ellas eran sobre todo madres, cuyos hijos e hijas sufrieron un ciberacoso tan bestial que acabaron suicidándose. Portaban fotos, cual madres de la Plaza de Mayo preguntando: ¿dónde están? El fundador de Meta (o sea Facebook, Instagram, et al.) comparecía en el Senado de Estados Unidos el pasado miércoles. Animado por un senador, se giró hacia los progenitores de los desaparecidos de Facebook y dijo: “Lamento todo lo que habéis sufrido”. Fue una interpretación magistral, un genial golpe de efecto. Cabría albergar esperanzas de que las cosas cambien si no fuera porque se trataba de la octava vez que Zuckerberg comparecía en sede parlamentaria. Si se suman las citaciones de otros ejecutivos de Meta, han pasado ante el escrutinio de los legisladores hasta 33 veces. Y nada.

Junto a Zuckerberg, también han sido interrogados en esta ocasión los consejeros delegados de TikTok, Twitter (ahora X), Snap y Discord. Quedó enterrada por una tarde la polarización: tanto los senadores republicanos como los demócratas estaban de acuerdo en que las redes sociales son dañinas para los adolescentes. Por muchos motivos: generan adicción, aumentan la presión respecto a la imagen física (sobre todo en las chicas) y, aparejado a esto, contribuyen a la depresión y las autolesiones. También ha crecido la explotación sexual infantil en relación con estas plataformas. El consenso político incluye a la Casa Blanca. Su portavoz, Karine Jean-Pierre, dijo: “Hay evidencia innegable de que las redes sociales contribuyen a la crisis de salud mental de los jóvenes”. Dicho en plata: los están volviendo locos.

La cuestión es por qué los senadores se pasaron tres horas y media regañando a los líderes de las empresas tecnológicas en lugar de dedicar ese tiempo a legislar. Ellos y los congresistas son los encargados de aprobar una regulación, algo que se ha intentado varias veces y no ha salido adelante por dos motivos: la falta de consenso y las presiones de los lobbies tecnológicos. Del primero ellos son responsables y cabe pensar que aumentaron los decibelios de su reprimenda para ocultar su incuria. En cuanto a los lobbies, los mandan los mismos que anteayer se daban golpes de pecho. Lo que ya sabíamos: la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud. 

Busco datos sobre el uso de redes sociales en adolescentes en España y doy enseguida con un estudio llevado a cabo, qué cosas, por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. El 92% de los chicos y chicas entre 14 y 16 años tiene perfil en al menos una red. Y lo más interesante: casi todos los encuestados aseguran usarlas para sentirse integrados en el grupo. La adolescencia es una etapa crucial en el desarrollo de nuestra identidad social. A día de hoy esta es la situación: los chicos y las chicas están configurando su identidad social mediados por una tecnología cuyo algoritmo no está pensado para proporcionarles ayuda en su crecimiento, sino para hacer dinero. No sabemos qué adulto emergerá de una adolescencia como esa. Los indicios son desalentadores.

El periodista Max Fisher acaba de publicar 'Las redes del caos', un libro riguroso y nada sensacionalista con claves importantes. Explica que la necesidad de vínculos grupales está ligada a la evolución de la especie, pues los humanos siempre hemos sabido que dependemos del grupo para sobrevivir. En las redes, “cada clic es un acto social”, dice Fisher. Así se desarrollan los adolescentes, a golpe de clic. Cuando espigo en mis recuerdos de aquella etapa de mi vida, recuerdo el preguntarme vagamente “quién soy” y hallar, no respuesta, pero sí cierto sosiego en parecerme a mi grupo de amigas, bastante reducido. Sólo la dimensión de las conexiones que proporcionan las redes ya hace esa pregunta inmanejable, por no hablar de cómo la red nos aparta de mirarnos hacia dentro. Cuenta Fisher que en el rodaje de 'El planeta de los simios', cuando se hacían las pausas para comer, los extras se separaban de modo espontáneo en mesas distintas, según si hacían de chimpancé o de gorila. Cuando se filmó la secuela, un grupo distinto de extras repitió el mismo comportamiento. La estrella del filme, Charlton Heston, calificó aquel instinto gregario de “espeluznante”. 

Así somos desde el principio de los tiempos. Las redes no nos hacen gregarios, sino que sacan nuestros peores instintos: la comparación con la belleza o la felicidad de otros genera ansiedad; la exacerbación de los rasgos del grupo propio y el ataque permanente a las miserias del diferente acrecienta el conflicto social. Todo eso no sucede por casualidad, sino porque las redes se diseñan de forma deliberada para alimentar esos bajos instintos. Esto garantiza una mayor atención de los usuarios y, por tanto, un mayor tiempo en la red. Nunca perdamos de vista el meollo de la cuestión: a más horas, más negocio; todo el esfuerzo de esas empresas es retenernos dentro. Las plataformas tienen el objetivo de enriquecer a sus dueños y lo han logrado. El día que se les obligue a cuidar a las chicas y chicos, lo harán, pero quienes deben obligarles son los legisladores. Lo más enternecedor de la comparecencia en el Senado americano fue escuchar a los jefes de las plataformas reivindicarse: también somos padres y madres, dijeron compungidos. Cuánto me recordó a lo de “yo tengo un amigo negro”. 

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