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Colegas, no hará falta resistir

Felipe González y Alfonso Guerra, en la presentación de las memorias de este último en el Ateneo de Madrid.

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La hostilidad de la prensa hacia este Gobierno no tiene precedentes en la historia del mundo

Alfonso Guerra

Seguro que han oído hablar de la teoría del eterno retorno. Hoy nos vale, sin necesidad de ponernos filosóficos. Hablemos del Plan de Acción Democrática porque, aunque no va a salir adelante, denota una actitud que a mí, como a la mayoría de los periodistas, me inquieta y me resulta conocida: la del poder intentando embridar a la prensa. Las excusas pueden variar, han variado en la historia del mundo, pero tanto el origen como los métodos y las consecuencias son siempre semejantes. 

El martes estuve en la presentación de un libro sobre “La época dorada del periodismo”, recopilación de artículos de un profesor de periodistas, Juan Antonio Giner, al que la que suscribe y centenares o miles de periodistas españoles le deben parte de su conocimiento profesional. Quiso Giner no hablar él como autor, que es lo normal en estos actos, sino sentar a periodistas, editores y responsables de medios a contestar a la pregunta de si vivimos ahora una era dorada del periodismo. Él con sus siete décadas largas de vida a sus espaldas considera que sí, que lo es. Con él coincidió Rosalía Lloret, la directora general de este medio que ahora leen y algún otro colega y lo razonaron muy bien. Fue Martínez Soler, emblemático periodista progresista forjado en la Transición, el que determinó que la era dorada fue precisamente la que siguió a la muerte de Franco, en la que “el poder estaba desconcertado y con la alerta baja”, hasta que con la llegada de Felipe González se reactivó. Y hasta él, que trabajó en medios próximos al felipismo, se las tuvo que ver con ellos. 

Para cualquiera que arrastre algunos años en esta profesión, para cualquier lector con recuerdos, lo que sucede no es nuevo. El eterno retorno. El primer idilio de los socialistas con la prensa se rompió precisamente por el caso de corrupción que afectó al hermano del vicepresidente del Gobierno, el Caso Juan Guerra. Tanto González como Guerra adoptaron una actitud de resistencia numantina -primero rechazaron las informaciones, amenazaron con actuaciones jurídicas, desautorizaron a las fuentes y a los periodistas, y se encerraron en que el asunto “está muerto” y “tiene que decaer por naturaleza”- que culminó con la dimisión de Alfonso Guerra y arrasó con buena parte del prestigio ético del socialismo mismo, de aquellos “cien años de honradez”.

En pleno caso Guerra, cuando la beligerancia era mayor, dijo el presidente y le secundó el ministro de Presidencia, Virgilio Zapatero, que era conveniente llegar a saber “quién estaba detrás de los medios informativos”. Entonces como ahora los datos estaban en el Registro Mercantil. González no ahorró críticas contra “los plumíferos de la democracia”. Hasta IU comparó por este proyecto de ley a Felipe con Franco: “es una pataleta debida al hipotético mal trato que los socialistas reciben de la prensa; si la propuesta socialista conculca derechos sobre la libertad de expresión, mostraremos oposición y repulsa”. La portavoz del gobierno y el ministro de Presidencia insistían día tras día en sus intervenciones en la necesidad de aumentar la transparencia de la propiedad y la financiación de los medios. Un medio les demostró, publicando los datos completos de todos los medios y grupos, que no había ninguna dificultad para hacerlo. Lo mismo que sucede ahora. 

A los pocos días, en un artículo de J.F. Beaumont en El País se recogía que el Gobierno “se tomará con calma” la iniciativa propuesta por Felipe González ya que “se quiere madurar bien el tema y todavía no se ha perfilado el tipo de iniciativa legislativa que se presentaría”. El Gobierno de la gran mayoría parlamentaria empezaba a recular sobre el anuncio de que en esa misma legislativa llevarían al Parlamento las medidas que permitieran “conocer quién está detrás de los medios informativos privados”. Durante ese escándalo se anunciaron también “nuevas disposiciones para los delitos de opinión”, con multas en “juicios rápidos y eficientes” a los periodistas. A la par, en respuesta al caso Jose María García, el gobierno planteó la reforma de la Ley Orgánica de Protección Civil del Honor, la Intimidad y la Propia Imagen y del Código Penal. Todo quedó en agua de borrajas. En una democracia la mejor ley de prensa es la que no existe y a las claras o bajo mano el periodismo patrio se lo hizo saber a González. 

¿Por qué les cuento todo esto? Me debo estar convirtiendo en una abuela cebolleta o tal vez me haya venido a la mente por algo. Lo dejo a su parecer. Que vaya a suceder lo mismo, que todo quede en agua de borrajas por falta de apoyos parlamentarios, no alivia la tentación que como he demostrado suele sacudir a los inquilinos de Moncloa. Guerra fue absuelto por el despacho y las influencias y condenado por fraude fiscal, por si no lo recuerdan, pero la responsabilidad política existió y se pagó. 

Del plan presentado por Bolaños y Urtasun se salva el afán de revertir los recortes de libertades introducidos por Rajoy en la Ley Mordaza. Un extremo en el que sólo ha insistido Sumar y del que no existe tampoco seguridad de que la reversión sea total. El otro punto interesante se refiere a la desclasificación de secretos oficiales, el caramelo que apunta al PNV, sobre el que este último partido es escéptico porque ya les han dejado tirados varias veces con lo mismo. “El Govern espanyol no ha d’oblidar que no disposa de majoria absoluta”, ha manifestado un Puigdemont, que no votó en Bruselas ni el famoso Reglamento del que quieren dimanar las reformas. No parece posible que Junts vaya a apoyar estas medidas.

Que la falta de apoyos las vaya a convertir en papel mojado no empece para que apunten peligrosas maneras que, como han visto, no son nuevas. No hacen falta más instrumentos ni hacen falta nuevas leyes. En todo caso sería necesaria más inversión en Justicia para que los plazos de aplicación no se eternicen. De eso no he oído nada. De los bulos y los bots y las campañas de falsa bandera en las redes, que son las importantes, tampoco. Todo suena muy parecido al felipismo, espero al menos que González no salga a reñir a Sánchez precisamente por esto. O sí, porque él rectificó a tiempo. 

Y si tienen dudas piensen qué pasaría con estas novedosas y revolucionarias ideas del gobierno de Sánchez en manos de Vox. Verán cómo se les pasa el entusiasmo si lo tuvieran.

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