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Contención

El expresidente del Gobierno, José María Aznar.

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La ceguera ante los fines amenaza a todos los políticos

J-F Revel

La violencia, aunque sea de baja intensidad, supone la barrera que en una democracia como la nuestra, que ampara el derecho de expresión y de manifestación más amplio, puede rebasarse. No es la primera vez ni la última que una manifestación acaba en tangana violenta con los antidisturbios. Es preferible que no suceda pero esto no desestabilizará el Estado ni cambiará el rumbo político ni interferirá en la formación de gobierno. Si me apuran, los de la cayeborroka le están echando una mano a Sánchez porque, a la vista de la chusma que aglutinan, incluso los socialdemócratas que no están de acuerdo en pagar los siete votos con la amnistía se mantendrán al margen y hasta dejarán de decirlo. Nadie quiere tan malas compañías en la posición política. 

No obstante no se puede obviar que la concesión de una amnistía no es un hecho baladí. No lo es por sus consecuencias institucionales, jurídicas y políticas. Tanto es así que hasta hace un par de meses sólo los independentistas hablaban de ella. Así que es lógico suponer que hay un amplio abanico de personas que se oponen: la ultraderecha, como estamos viendo, porque se opone a la legitimidad del propio gobierno progresista y a los propios nacionalismos periféricos; la derecha, porque no sólo se opone a que Sánchez sea investido sino también al olvido de lo que siempre han defendido eran gravísimos delitos; parte del socialismo, no lo olviden, y, además, otra parte tampoco la ve bien aunque considera un mal menor tragar con ella si se consigue evitar el gobierno de derechas; gente, próxima a Sumar, que consideraba hasta hace bien poco que se trataba de un privilegio concedido a una élite política de nacionalistas, algo poco de izquierdas, y, por último, los propios indepes más radicales, que consideran que negociarla es aceptar el autonomismo y el Estado español y hacer dejación de la lucha por la independencia de Cataluña. El Poder Judicial se opone frontalmente porque la amnistía es el reconocimiento de que lo hicieron mal, de que el derecho penal no tenía que haber intervenido, una enmienda a su actuación. 

Eso entre las posturas contrarias. Luego están las intermedias que consisten en no ver problema a la amnistía, considerar que será sanadora, sin estar por ello de acuerdo con el cambio de postura de Sánchez ni con concederla a cambio de unos votos. Hay más. La mía, por ejemplo, que consiste en ser consciente de que con los catalanes se han pasado muchas líneas, muchas, del sistema y se han vulnerado principios, asumiendo que el fin de la unidad de España cubría los medios, fueran los que fueran. Aun así no estoy segura de si la amnistía es la solución adecuada y, de serlo, no estoy segura de si un partido de Estado puede asumir concederla ni de si tendrá el efecto que se busca. En todo caso es un tema complejo, lo suficiente para que no se pretenda soslayar el debate con unas negociaciones secretas y un trámite parlamentario ultra rápido para que no haya intercambio de opiniones. Ya hemos visto que opiniones hay muchas y muy diversas y matizadas. Es posible que hasta el lector tenga otra que no esté en la enumeración. 

Es normal y saludable que haya debate y hasta que se manifieste la contrariedad. No lo es que se traspasen las líneas rojas marcadas para que éste se produzca dentro de los cauces democráticos. Las manifas de ultraderecha los pasan, como los pasaron los catalanes en protestas que ahora se quieren convertir incluso en terrorismo. Y aquí es donde yo quería llegar, a lo que me parece más reprochable y más peligroso. El riesgo de que para intentar impedir lo que a algunos les parece inaceptable, porque es una enmienda a las instituciones democráticas, se perviertan esas mismas instituciones. La Justicia es una institución, el Parlamento, los partidos, no pueden ser violentados de forma espuria para intentar parar una ley de amnistía. No pasará nada ni con las protestas ni con la ley, no se hundirá ni la democracia ni España. No hiper actúen, que todos sabemos que hasta aquí hemos llegado atravesando una transición sangrienta y sobre todo eso levantamos lo que tenemos. 

Contención. Lo que necesitamos es contención. Contención en las valoraciones, contención en la protesta, contención en la búsqueda de la rentabilidad política, contención en los relatos y, sobre todo, contención institucional. Tolerancia mutua y contención institucional, son las dos ideas rectoras en una democracia sana según Levitsky y Ziblatt en su conocida obra 'Cómo mueren las democracias. No queremos que la nuestra muera, al menos no la mayoría, porque es evidente que hay minorías que sí. Contención y tolerancia. La tolerancia mutua, alude a la idea de que, “siempre que nuestros adversarios acaten las reglas constitucionales, aceptaremos que tienen el mismo derecho a existir, competir por el poder y gobernar que nosotros”. La segunda, “consiste en evitar realizar acciones que, si bien respetan la ley escrita, vulneran a todas luces su espíritu”. Tenemos déficit de ambas y los acontecimientos actuales lo dejan a la luz. 

Contención institucional. Es más urgente recordar a los jueces y a sus representantes que no se puede vulnerar el espíritu de las leyes ni su literalidad y se está haciendo. El auto de García Castellón intentando transformar una protesta en actos terroristas con resultados de muerte es sólo una muestra, pequeña, de lo que digo. El CGPJ forzando entrar en el debate político, pronunciándose sobre lo que no están llamados a pronunciarse, es otra muestra. Los sindicatos policiales haciendo política, más de lo mismo. Las asociaciones judiciales levantándose contra lo inexistente, cuando el papel de los jueces es aplicar la norma, no hacerla, también es incontinencia. ¿Quieren que siga? A lo mejor eso es lo que quería decir Aznar cuando soltó lo de “el que pueda hacer que haga”. No creo yo que estuviera pensando en los cachorros de Ferraz sino en cosas más graves y de más profundo calado en el deterioro democrático.

Contención y tolerancia y, no lo olviden, debate.

No se puede sustraer del debate público una cuestión como la concesión de una amnistía y menos cuando todos los partidos se han pasado años convenciendo a los ciudadanos de que los políticos catalanes y sus votantes eran peligrosos delincuentes. Hagan pedagogía. Expliquen lo que ha pasado y acepten, les guste o no, que hay personas con un garganchón más amplio que otras para los sapos. 

Lo que se haga se debe hacer con contención institucional y no de tapadillo. Y auguro que cuando se conozcan los textos va a haber muchos atragantamientos. Más de los que creen. 

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