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El coronavirus desata el pánico

Decenas de personas cargadas de provisiones esperan para poder pagar en un supermercado en Madrid.

Rosa María Artal

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Y de repente el coronavirus irrumpió en la sociedad. Primero fue a por los chinos –remedando casi a Martin Niemöller-. Y nada se hizo por ellos, naturalmente. Culparles, dejar de ir a sus comercios y restaurantes, acrecentar el racismo. El coronavirus se fue extendiendo después, a Corea del Sur primero, a Italia, a la región más rica de Italia, a Irán. En poco tiempo, la epidemia se ha propagado a más de un centenar de países. Y ha terminado viniendo a por nosotros. La sociedad que creía tenerlo todo previsto y controlado se ha sumido en el desconcierto. Más aún, ha asomado el pánico al dictarse medidas de protección que implican cierres y aislamiento.

Un nuevo virus que provoca síndrome respiratorio agudo y que aún no se sabe cómo tratar. Lo desconocido aterra más que nada a la sociedad inmadura. El índice de mortalidad es bajo comparado con otros patógenos similares, pero mata. Enferma y tumba a hombres y mujeres, ricos y pobres, conservadores y progresistas, aunque preferentemente ancianos y con enfermedades previas. El mal se ha disparado sin control causando una pandemia de miedo.

Sin control, pero con ayudas. La del temor. De la desinformación y el sensacionalismo, por descontado. Vivimos en esa era, es la que ha gestado la infantilización de la sociedad. Los males encapuchados, los fantasmas, pierden su poder con el conocimiento, cuando se les quita la sábana. Hay que seguir atentos a lo que cuenten los científicos y las autoridades sanitarias y, entretanto, tener en cuenta algunas premisas básicas. Extremar la racionalidad sería la primera. Y para afrontar la enfermedad contar con un servicio público de salud eficiente, recuperar lo que las políticas neoliberales de la derecha destrozaron. Aunque lo hayan paliado con su esfuerzo los excelentes profesionales de los que disponemos.

Madrid, por ejemplo, la comunidad con más casos y más víctimas mortales en nuestro país, cuenta con medio millón de personas más que hace diez años y con 3.300 sanitarios menos; suprimieron camas, plantas enteras, consultas y dejaron la sanidad pública “en la UVI”. Casi parece una burla que se explique como un bien para los ciudadanos las suspensiones ahora de operaciones y consultas no urgentes, cuando es evidente la falta de medios. Bien es verdad que Madrid ya copa la mitad de los afectados por coronavirus en España y 21 de los 36 muertos.

La práctica aplicada en la Comunidad de Madrid por el PP se extendió por la ancha España y hospitales de diseño de gestión privada creaban el espejismo que tapaba las carencias. Echen un vistazo a la Castilla-La Mancha de Cospedal. Hay que ser muy mala persona para, con ese historial, intentar sembrar la incertidumbre sobre las medidas adoptadas por el Gobierno.

La epidemia va a tener consecuencias económicas, aunque la actividad la paraliza más el temor que el propio virus. El primer plan de contingencia económica no es bajar impuestos a los empresarios, es dotar de medios a la sanidad. Porque las neumonías, en UCIs y con respiración asistida, tienen mucho mejor pronóstico que ahogadas a pelo sin medios, porque se ha saturado o colapsado el sistema.

El Presidente Sánchez ha anunciado un plan choque que abarca cuatro grandes ámbitos para ayudar a superar esta crisis, en colaboración también con la Unión Europea que anuncia un fondo de 25.000 millones, como corresponde a un problema de esta envergadura. Pedía confianza y unidad en la respuesta. Algunas preguntas de los sentados en la rueda de prensa han incidido en las tesis de la derecha, sobre una supuesta tardanza en la reacción. TVE ni siquiera ha conectado en directo en la primera cadena.

El coronavirus está haciendo una radiografía nítida de la sociedad, desnudando tanto la maldad como la decencia, los verdaderos intereses y la madurez de la ciudadanía. No todos lo ven, hundiéndose más en el pozo de sus miedos y rencores. Quienes desde la política, como Pablo Casado del PP hizo el lunes, aprovechan la coyuntura para sacar tajada, muestran una actitud deleznable. Tampoco ayudan nada los bulos que circulan por WhatsAPP dado que hay mentes débiles, especialmente porosas a este tipo de trampas dañinas. Ni las exageraciones mediáticas.

“Se les ha ido de las manos”, dicen incluso desde actitudes racionales algunas personas. ¿El qué? ¿A quién? Lo primero que hay que entender es que no todo está previsto, ni en España ni en parte alguna y que entre otras muchas cosas, los virus operan con sus propios mecanismos que no nos consultan.

Algunas nociones elementales no estarían de más. Los virus proceden de una escisión en el árbol de la vida al separarse de humanos, animales y plantas. Son elementos muy básicos. La mayoría no tiene ADN, sino ARN, el ácido ribonucleico que por cierto descubrió el científico español Severo Ochoa al punto de conseguir el Nobel en 1959. El virus pone a trabajar para él a la célula que invade. Un titular sensacionalista alertaba de que cada unidad produce 100.000 “hijos” del virus en la célula. Pero se estimahay 37 billones de células distintas y los cien mil hijos de una sola hay que situarlos en ese contexto. Y no olvidemos que, por supuesto, el organismo suele reaccionar al invasor. El cuerpo humano combate por sí mismo los virus. De ahí por ejemplo las vacunas que la idiotez supina ha venido cuestionando cuya labor es reforzar ese rechazo. Toses, estornudos, son los mecanismos que el virus encuentra para salir a colonizar otros organismos. El coronavirus tiene al parecer menor contagio por aire que a través de las manos donde permanece más tiempo. Y desde luego no está creciendo de forma exponencial, sino lineal, por más que venga en la prensa. A tenor de los datos disponibles,no se multiplica por sí mismo.

Es primordial saber que las bolsas de valores no se hunden por el temor a que mueran ciudadanos. Una de las causas principales de este cataclismo ha sido la enorme dependencia de la producción china, desde que entró en el mercado mundial en 2005. Antes, cuando los derechos humanos importaban, no se le había permitido. Y entró abaratando costes y trabajo, ya saben ustedes. Añadan también las guerras comerciales y de poder estratégico que se están librando ahora mismo y que muestra la caída del petróleo. Hasta un 30%, el lunes. De todos modos, las bolsas son muy emocionales y lo mismo que bajan, suben.

Europa, medio mundo, se nutría de la producción china en tecnología y componentes –que difícilmente quedarán del todo postergados- y en textil y moda. Ahora descubren que ya no hay fábricas donde volver a coser cerca, las hundieron los precios más bajos. El coronavirus lo ha alterado todo. No el afán de lucro. Buscarán donde sigan cosiendo barato. Lo más esencial, la vacuna efectiva, se guía en su investigación con el mismo propósito. Una vacuna no se improvisa en dos días, precisa de ensayos y comprobaciones clínicas, pero ya se trabaja en su búsqueda. Sin cooperar entre las distintas investigaciones, importa más el beneficio que la salud. Ojalá sirviera esto para operar cambios profundos en las mentalidades.

El coronavirus está cambiando drásticamente las costumbres como se intuía hace ya semanas. Los niños sin colegio y en casa como ocurre ya en Vitoria o La Rioja, y en Madrid desde este miércoles han disparado las alarmas. En Madrid son millón y medio de alumnos con padres que trabajan, no todos con abuelos. Y cierran universidades. Y se suprimen las visitas a las residencias de ancianos que por otro lado son necesarias anímicamente. Y no funcionan tampoco los centros de día para mayores. Italia impuso normas así de drásticas con 9.000 casos y 463 muertos. Personalmente, me planteo si en España, con 1.200 casos el lunes y 30 muertos, el balance entre beneficios y perjuicios es positivo. Aunque la presión política y la psicosis mediática influyen y mucho.

Ha dado positivo el diputado del congreso, concejal en Madrid y líder de Vox Ortega Smith y se ha suprimido la actividad parlamentaria del Congreso esta semana. Es una medida prudente. Desde su formación culpan al Gobierno, pero eso no es noticia, no es nuevo. Santiago Abascal se reunió en Nueva York con el senador repúblicano Ted Cruz, que hubo de someterse a cuarentena por ser portador también de coronavirus. Este fin de semana ambos participaron en un acto en Vistalegre, Madrid, estrechando manos y ante centenares de personas. Han pedido disculpas por ello.

La histeria se palma en Madrid, por ejemplo, vaciando estanterías de supermercados como si se acercara literalmente la peste, que no es el caso. No se habla de otra cosa, no se teme otra cosa. Entre desorbitar las precauciones y tomárselo a broma, hay un abismo. Porque, ¿hasta dónde encerrarse previene el contagio? En Wuhan, el foco en China, ha funcionado y disminuyen los casos ya. Según la OMS, el 70% de los 80.000 casos reportados en China se han recuperado. Pero ¿dónde se para la cadena aquí? ¿Pueden trabajar desde casa las cajeras de los supermercados? ¿Y los conductores de transportes públicos? ¿Médicos y el resto del personal sanitario y no sanitario de los centros asistenciales?

El pánico –y la insolidaridad- desabastecen supermercados y recursos de los disponibles. La sociedad programada para la comodidad descubre, como decía el escritor Fernando Aramburu, que en caso de emergencia la prioridad es limpiarse el culo. Se han producidohasta peleaspor el preciado elemento que no tiene tantos años de historia. Atrás quedaron las hojas de lechuga, y el agua corriente corriendo. Ya decimos, la grandeza y la bajeza, lo que se considera esencial y accesorio, quedan retratados en la sociedad del coronavirus. Noticias decisivas, corrupciones al más alto nivel, quedan ensombrecidas ante temores reales o supuestos.

De entrada, vemos que se ha prohibido enfermar de ninguna otra cosa en la práctica en algunos lugares o una serie de personas se lo han prohibido a sí mismos. Ya no hay catarros, ni gripes comunes, ni dolores reumáticos, ni de estómago. Se han descongestionado las urgencias. Espero que todavía quede espacio para atender piernas rotas o cólicos intensos, nacimientos y situaciones críticas. En cierto modo estamos volviendo a la vida de varias décadas o siglos atrás. Los males leves se curan en casa, sin pasar por el galeno. Y es por miedo al contagio.

Algunos aviones vuelan vacíos para no perder su sitio en los aeropuertos, porque se están resintiendo los viajes. La gente no va o va menos a restaurantes y tiendas. Ni a espectáculos. Retornan a la casa y a las redes de Internet –no olviden limpiar las pantallas de móviles y tablets, ya puestos-. El saludo japonés es la última moda. No se tocan, no se besan. Piénsenlo dos veces, si merece más la pena sembrar y contagiar el miedo o tomárselo con prudencia, sin duda, y cierta filosofía.

Un día u otro esto pasará. El coronavirus habrá ido y venido a por unos cuantos. Las otras amenazas también, la manipulación, el uso en abuso, la idiotez, y es una incógnita saber hasta qué punto las personas habrán aprendido a vivir de otra forma, más responsable, calibrando mejor sus prioridades y sabiendo valorar lo importante.

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