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Cuestión de luces largas

El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page (i), y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la presentación del acto 'Haciendo de España un polo industrial del hidrógeno verde en Europa', a 24 de mayo de 2021, en Toledo.

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Vuelven. Con las mismas formas, las mismas algaradas y el mismo cortoplacismo. Siempre lo hicieron. La traición a las familias, la traición a los muertos y la traición a España, en definitiva. Cuando el diálogo es una cesión inaceptable y el pacto una traición está todo dicho sobre lo que la derecha entiende por una democracia. Entre los pliegues de la memoria se esconden algunas de sus frases lapidarias contra los líderes del procés, pero antes fue por la negociación con ETA que acabó con la existencia de la banda terrorista y antes, por la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo. ¡Y eso que ahora ellos son los primeros en celebrar el final del terrorismo y se casan con quienes quieren! 

En un contexto marcado por la vacuidad de los momentos líquidos, los liderazgos efímeros y el tacticismo, Pablo Iglesias ya no hace de cortafuegos frente a la derecha a Pedro Sánchez, que empieza a acumular datos inquietantes de valoración en las encuestas incluso entre sus propios votantes. Con un PP en ascenso y envalentonado tras la victoria madrileña, la decisión del presidente de hacer explícita su voluntad de pasar la traumática página del 2017 y conceder la medida de gracia a los condenados por el procés se ha convertido en munición pesada con la que disparar contra el Gobierno, ahora que la vacunación empieza a dar un respiro a los datos de la pandemia. 

En política, como en carretera, se puede conducir con las luces cortas o con las largas, y el PP y sus terminales mediáticas han demostrado en múltiples ocasiones que lo hacen siempre con las primeras, que son con las que enfocaron siempre el problema catalán. Lo hicieron durante la tramitación del Estatut, con el boicot a los productos catalanes, con la sentencia del Constitucional y hasta con el 1-0 de hace cuatro años. Los votos antes que el interés general y las siglas siempre por delante de esa España que llevan en la pulsera, sí, pero no en el corazón. Y es en ese marco en el que hay que contextualizar la decisión del Gobierno y preguntarse, si más allá de aritméticas o coyunturas, este país debe rebobinar hasta 2017 para congelar la pantalla o explorar la búsqueda de soluciones a medio y largo con las que encontrar un encaje definitivo para Catalunya en España. 

Sánchez no necesita a ERC para aguantar en La Moncloa hasta 2023. Podría hacerlo sin su votos. Nadie imagina a los independentistas favoreciendo un gobierno de PP y Vox, que por otra parte sería el sueño húmedo no de los republicanos, pero sí del sector más duro de Junts. Por eso el presidente dijo en el Congreso que tomaría la misma decisión aunque tuviese 300 escaños, desvinculó el indulto de la necesidad de tener el apoyo del independentismo y defendió que hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia. Más claro: la medida de gracia es una herramienta que aplicará desde la profunda convicción de favorecer la distensión y no como una manera de asegurarse la continuidad en La Moncloa 

La historia del PSOE está llena de decisiones trascendentes que no contaron precisamente con el apoyo ni de sus militantes ni de sus electores. La más reciente, el apoyo al PP para la aplicación de 155 en Catalunya, pero en el recuerdo colectivo aún permanece la abstención con la que favoreció la última investidura de Rajoy. Así que esto no va de votos, ni de mayorías, sino del interés general, del largo plazo y de marcar un punto de inflexión en la pulsión del independentismo catalán. La apuesta es arriesgada, sin duda. Tendrá, sí, desgaste para Sánchez, que se enfrenta además a una nueva división en el PSOE.

Quién sabe si la decisión se lo llevará o no por delante, como auguran algunos, pero lo que parece claro es que había llegado el momento de tomar decisiones, elevar la vista por encima del siguiente tuit y abstraerse del griterío, las hipérboles y los insultos. El resultado, si lo hubiera, no será mañana, ni pasado, ni probablemente en este mandato, pero alguien tenía que intentarlo. De Zapatero quedó para las hemerotecas el “me cueste lo que me cueste” cuando aprobó el mayor recorte social en democracia con motivo de la crisis financiera y de Sánchez, probablemente, quedará el “tomaría la misma decisión aunque tuviera 300 escaños”.

La mayor incógnita, para propios y extraños, es por qué ahora, justo antes de las primarias andaluzas en las que se juega tanto y antes de haber firmado siquiera los indultos. No hay respuesta para ello.

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