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Desnazificar a Putin

Vladímir Putin y el presidente de Siria, Bashar al-Assad, en mayo de 2018. EFE/MICHAEL KLIMENTYEV/SPUTNIK/KREMLIN POOL/Archivo

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Hay una guerra de falsa bandera ahí fuera. Las tropas de Vladímir Putin masacran bajo sus bombas a las y los ciudadanos de Ucrania. 

La población civil está sin más protección que la de los refugios improvisados mientras esperan que algo o alguien detenga esta crueldad, este horror entre la resistencia, la huida y la desesperación. Quedarse o huir.

Otra vez la población civil indefensa ante un conflicto armado, una invasión que, a pesar de haber sido anunciada desde hace meses por los servicios de inteligencia y horas y horas de diplomacia televisada, parece haber pillado por sorpresa a todos los que debían haber planificado cómo proteger a los civiles ucranianos. “Siempre los civiles”, decía Mikel Ayestaran en un tuit ayer. Siempre son ellos los que están debajo de las bombas y son apuntados con las armas. Siempre son los civiles, y muy especialmente los y las niñas, los que sufren las guerras malditas de los bastardos. Es de sobra sabido que la población civil es el centro de los ataques, es parte de la victoria, que su miedo, su pánico, sus nervios y su sufrimiento es un arma determinante.

La protección de los civiles durante un conflicto armado es un pilar fundamental del derecho internacional humanitario. Sin embargo, hasta ahora, y viendo las imágenes, escuchando los testimonios, tampoco esta vez nadie en Occidente ha reparado en esto. Nuevamente abandonada a su suerte. La población civil trata de sortear el pánico y nos mira a los ojos. “Estamos solos”, decía Zelenski esta madrugada mirando a cámara para añadir: “si ustedes, respetados líderes europeos, líderes mundiales, líderes del mundo libre, no nos ayudan hoy, si no brindan una ayuda real a Ucrania, la guerra tocará su puerta mañana”. Pocas veces las palabras de un dirigente habrán reproducido con tanta exactitud y claridad el sentir y pensamiento de su pueblo. 

Entre tanto, el ministro de Exteriores ruso argumenta el brutal ataque diciendo que su operación es para liberar al pueblo ucraniano de un gobierno opresor. Al mismo pueblo que votó al gobierno de Zelenski, el mismo pueblo al que los soldados rusos aplastan con sus tanques y destrozan sus vidas con misiles. El lenguaje de la violencia no es compatible con el de la justicia ni el de la libertad, con el de la democracia. Es el verbo negociar el que se conjuga con la palabra libertad.

Quiere Putin desnazificar Ucrania. Él, que dirige un gobierno que lleva años eliminando la discrepancia e imponiendo un régimen lleno de sospechas y sombras que no admite oposición ni disidencia ni pluralidad. Desde su llegada al poder en 1999, paradójicamente, el líder ruso no ha dejado de emprender un proceso de gradual “nazificación” en su propio país e impulsarlo fuera de sus fronteras. No son nuevos los indicios de que a Putin le dan igual el derecho internacional y los principios democráticos. Tras su figura se acumulan un sinfín de denuncias de graves violaciones de derechos humanos, tal y como han venido denunciando organizaciones internacionales de derechos humanos como Amnistía Internacional

Cientos de informes e informaciones que señalan cómo la Federación Rusa viene repitiendo, en las últimas dos décadas, un mismo patrón totalitario que agrava su impunidad y agranda la influencia: limitación de los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión, persecución y encarcelamiento a los opositores, depuración de la Administración, detenciones arbitrarias y represión a manifestantes, activistas y periodistas, reformas legislativas dirigidas a ampliar su poder y alargar sus mandatos y, por supuesto, la difusión de una retórica y pensamiento anti-derechos humanos y pro-valores ultraconservadores que sirve para adoctrinar a la extrema derecha de todo el mundo. 

Por los hechos, parece que Putin está más cerca de la nazificación que de la desnazificación. No es el camino de la democracia ni de las libertades por el que viene transitando el presidente ruso, más bien todo lo contrario. Ya en 2004, Anna Politkovskaya, una de las voces más críticas con el gobierno de Putin hasta que fue asesinada dos años después a balazos, escribió en un artículo en The Guardian que parece premonitorio casi 20 años después: “Estamos precipitándonos de regreso a un abismo soviético, a un vacío de información que presagia la muerte por nuestra propia ignorancia. Todo lo que nos queda es Internet, donde la información todavía está disponible gratuitamente. Por lo demás, si quieres seguir trabajando como periodista, es servilismo total a Putin. De lo contrario, puede ser la muerte, la bala, el veneno o el juicio...” 

De lo contrario (mirado a Ucrania) el no servilismo puede ser una invasión, y cientos de muertos, miles de desplazados y millones de niñas, niños, mujeres y hombres amenazados de muerte. Extraña forma de liberar a un pueblo la de declararle la guerra.

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