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The Guardian en español

¿Quedarte o huir? Crónica desesperada desde Kiev

Varias personas en una estación en Kiev este jueves.

Luke Harding

Kiev —

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Empezó en la oscuridad, poco antes de las 4:30 de la madrugada, hora local. Se oyeron explosiones lejanas en Kiev, la capital de Ucrania, y el zumbido de las alarmas de los coches. El despertar de una nación. Las predicciones de los gobiernos occidentales, los expertos y, a última hora del miércoles, del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se estaban haciendo realidad: Rusia estaba atacando e invadiendo.

Someter a una nación, a una cultura y a un pueblo, el objetivo aparente de Vladímir Putin, era algo impensable en el siglo XXI. Y sin embargo ahí estaban los soldados, tanques y aviones de Rusia, avanzando con pavoneo imperial.

La catástrofe se desencadenó en esta mañana de jueves corriente y gris, salpicada por la lluvia. A las 5:00 horas de la madrugada, amigos y seres queridos se llamaban unos a otros, miraban sus teléfonos y tomaban decisiones de vida o muerte.

¿Quedarse o huir? Algunos hacían las maletas y se preparaban para salir. Otros buscaban refugio en el sótano de los bloques de apartamentos. En la calle de Yaroslaviv Val, un garaje comenzó a llenarse de gente. Una familia llegó al lugar, a poca distancia de la histórica Puerta dorada de Kiev (del siglo XI, la construcción se remonta a la federación de tribus eslavas de la Rus de Kiev, dinastía anterior de Moscú). Era una madre buscando un lugar seguro para sus dos hijos que traen los ojos somnolientos y libros para colorear, poca protección contra los misiles rusos.

A la hora del desayuno ya era evidente la dimensión del enorme ataque militar ruso. Las ambiciones de Putin resultaban ir mucho más allá de la región del Donbás, cuyos territorios separatistas reconoció a principios de la semana, y abarcaban prácticamente todo el país: el este, el sur, el norte y hasta el oeste. La ciudad portuaria de Mariúpol, en el Mar de Azov; la ciudad de Járkov, con 1,4 millones de habitantes; la de Odesa y la de Jersón, en el Mar Negro; las ciudades y pueblos controlados por Ucrania en el la línea del frente del Donbás... Todos estaban siendo pulverizados y bombardeados.

Conmoción y repulsa

Rusia ha lanzado ataques minuciosamente contra las defensas de Ucrania: aeródromos, bases militares y arsenales. Una operación de máxima fuerza militar ejecutada con una indiferencia despiadada por el coste humano.

En medio de la gigantesca embestida este jueves seguía habiendo momentos de normalidad. Algunos habitantes de Kiev salían a pasear a sus perros y en los cajeros automáticos se formaban colas para sacar dinero. Si bien la mayoría de las cafeterías estaban cerradas, Aroma Coffee estaba abierto como de costumbre para vender cruasanes y comida para llevar.

La atmósfera era de conmoción, miedo y una repulsa silenciosa por la decisión de Putin de desencadenar la guerra sin ninguna razón o pretexto racional.

“Rusia se equivoca al 100%”, decía Viktor Alexeyvich desde la Maidan Nezalezhnosti, la plaza principal de Kiev. Detrás de él estaba el monumento a la independencia, una columna de mármol sobre la que, en su día, estaba la estatua de Vladímir Lenin. Ahora es la escultura de una mujer la que, al menos por el momento, corona el monumento por encima del capitel dorado. En sus brazos, la rama de un rosal simboliza la independencia de Ucrania.

¿Qué se puede hacer ahora? “Voy a llevarme a mi nieto de la ciudad, y luego regresaré”, respondía Alexeyvich. “No tengo armas pero estoy dispuesto a defender a mi país; tal vez me ayude la Guardia Nacional”.

Alexeyevich llamó a su hijo en cuanto escuchó las primeras explosiones y encendió la televisión. Había visto el discurso a la nación del presidente Zelenski, cuando introdujo la ley marcial y pidió a los ciudadanos que mantuvieran la calma. “Aquí el agresor es Putin; ha invadido Ucrania porque no queremos vivir bajo sus restricciones ni bajo su modelo”.

La plaza, que normalmente está llena de turistas y de gente haciendo compras, estaba más apagada que de costumbre. Unas cuantas personas esperaban bajo la lluvia al trolebús municipal.

“Los aplastaremos”

Durante meses, el Gobierno prooccidental de Kiev ha dicho que Ucrania resistirá al ataque y a la ocupación rusa. También, que las fuerzas armadas ucranianas están en mejor forma que durante 2014, cuando cedieron ante la mayor potencia de fuego de Rusia.

Sobre el papel, la afirmación es cierta: Ucrania cuenta con 220.000 soldados en filas y 400.000 veteranos con experiencia de combate, además de armas modernas recientemente suministradas por Estados Unidos, Reino Unido y otros aliados. El mando operativo ucraniano informó este jueves de algunos primeros éxitos al repeler los ataques de la ciudad de Donetsk y Lugansk, que llevan ocho años controladas por líderes afines a Moscú.

Sin embargo, los coches que salían de Kiev contaban su propia historia. Las calles estaban atascadas desde primera hora de la mañana con la población civil buscando una salida a Zhitómir, al oeste de la ciudad, y desde allí hacia Leópolis y hacia la frontera polaca. El tráfico en los bulevares avanzaba lentamente. No había pánico como tal, sino la conciencia de que las oportunidades para irse empezaban a agotarse.

Según distintas informaciones, las formaciones rusas han avanzado desde Bielorrusia y desde el norte hacia la capital. A dos horas de viaje, 160 kilómetros de distancia. Atravesaron el puesto de control en la frontera y avanzaban hacia Kiev a través de un paisaje de pinos y pantanos. Parece que Bielorrusia también está facilitando la guerra contra Kiev.

Oleg Olegovich, soldado del Ejército ucraniano de 30 años, contaba que a las 4:00 de la madrugada lo llamaron para que fuera a trabajar. Su oficina está en el centro de Kiev. “Los civiles se están marchando, pero nosotros nos quedaremos”, decía. ¿Puede Ucrania derrotar a la poderosa Rusia, con su descomunal poderío aéreo y su armada del Mar Negro? “Los aplastaremos. El Ejército está en buena forma, nuestras comunicaciones funcionan”.

Lyudmila, una joven policía municipal que salía a tomar un café, decía que seguirá adelante. “Anoche no dormí. Intenté dormir antes de ir al trabajo pero no pude”. “Hasta luego”, se despedía, sonriente.

Cerca de allí, en el edificio de los sindicatos que da a la plaza Maidán, sonaba el himno nacional de Ucrania en un altavoz. No había muchos cerca para escuchar una marcha que, en 2013 y 2014, fue crucial durante las protestas contra el presidente prorruso Víktor Yanukóvich.

Desde que aquella revuelta terminó con la huida de Yanukóvich a Rusia, Ucrania se ha movido en una dirección claramente pro-UE y pro-OTAN. La respuesta de Putin en 2014 fue la anexión de Crimea y el inicio de la revuelta prorrusa en el este del país. Ocho años después, parece decidido a detener para siempre la adhesión de Ucrania al oeste. Sus tácticas son conocidas desde las sangrientas guerras rusas en Chechenia: pura fuerza bruta militar.

Este jueves, el presidente Zelenski, que antes de dedicarse a la política era cómico y una estrella de la televisión, seguía en Kiev y trabajando, de acuerdo con la información proporcionada por su equipo de prensa.

Los historiadores podrán reprocharle que no haya preparado a Ucrania para el inevitable ataque del Kremlin. Pero en el discurso pronunciado la noche del miércoles, la que terminaría siendo la víspera de la invasión, Zelenski se dirigió directamente al pueblo ruso para recordarle los lazos –de familia, amor y amistad– que unen a Rusia y Ucrania. También les dijo que la imagen pintada por la televisión estatal rusa de una Ucrania fascista no tiene nada que ver con la dinámica, moderna y tolerante realidad del país. Fue su mejor momento.

El destino personal de Zelenski y el del país bajo sus órdenes sigue sin estar claro. Parece probable que Rusia exija su capitulación y su sustitución por un gobierno títere prorruso. Por el momento, Zelenski sigue en el poder. Nada más.

Mientras tanto, los ritmos cotidianos de Kiev continúan. Las campanas del abovedado monasterio de San Miguel siguen dando la hora como llevan haciéndolo durante siglos. El edificio barroco se encuentra en la misma plaza que la catedral de Santa Sofía, un edificio del siglo XI de un intenso color turquesa. Los lugareños que protestaban este martes ante la embajada rusa (ahora vacía) decían con ironía que cuando se construyó Santa Sofía, Moscú solo era un bosque.

En el parque infantil de la plaza no había nadie. Solo unos cuervos y un perro callejero. Europa está en guerra. Tras dos décadas del siglo XXI, el mundo ha llegado a una crisis que probablemente tendrá repercusiones mucho más allá de la nebulosa de las primeras horas de invasión y depredación.

En su magistral novela La guardia blanca, Mijaíl Bulgákov llama a Kiev la Ciudad, con c mayúscula. La Ciudad perdurará. Pero parece cuestión de tiempo que caiga bajo el control de amos nuevos y más duros.

Traducido por Francisco de Zárate.

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